MIRANDO HACIA EL SAHARA POR ROSO DE LUNA

 
 
Sobre esta inmensa región que se encuentra en el norte de África, el teósofo español Mario Roso de Luna escribió lo siguiente:
 
“La naturaleza ha proporcionado extraños rincones y lugares ocultos para sus favoritos; y desgraciadamente estos se encuentran muy lejos de los llamados países civilizados, y en esos lugares es donde el hombre puede libremente adorar á la divinidad tal como sus antepasados lo hacían.”
(Isis Develada, capítulo 14)
 
« La física del globo demarca una región curiosa caracterizada por desiertos. Esta zona comienza en el Atlántico en la colonia española de Río de Oro, y continúa por la inmensa extensión del Sahara africano (que equivale á la superficie de Europa) hasta enlazar con toda la cuenca del Nilo, á través del desierto líbico.
 
Forzada luego á ganar latitud por la presencia del mar índico, remonta por la Arabia desierta y el Irán para perderse en el desierto de Gobi, entre las dos grandes cadenas del Himalaya, después de afectar á buena parte de las regiones tibetanas y otras que sería prolijo detallar.
 
La especial orografía de América del Norte no permite á dicha zona caracterizarse tanto en aquel continente, pero no nos sería difícil también identificarla por la región de México.
 
No vamos á dilucidar aquí el misterio geológico que envuelve á tan notable zona lejana y extraña contra la que bate en vano el oleaje de la llamada civilización europea. Basta consignar el hecho de que más que cuencas marítimas de secadas son una zona crítica del organismo de nuestro planeta, caracterizada por su carencia de lluvias entre los países mas septentrionales, sometidos á lluvias invernales como las europeas y los meridionales del trópico, donde los vientos alisios determinan recíprocamente lluvias periódicas y torrenciales durante los meses de estío.
 
El sol, el frío de ciertas noches y los vientos han sido causa de que sus sedimentaciones arenosas oculten un suelo que fuera feracísimo por aquellos remotos tiempos en que los glaciares cuaternarios se enseñoreasen de las comarcas sobre las que hoy se asienta nuestra civilización.
 
Si concedemos á nuestra maestra H.P. Blavatsky el mero carácter de un viajero experto y abnegado que diera nada menos que tres veces la vuelta á nuestro globo, haciendo objeto de su especial visita esta singular zona, no podrá menos de llamarnos la atención el hecho de que los grandes depositarios de verdades perdidas, parezcan encontrarse refugiados á lo largo de esta zona misteriosa.
 
Cuantas citas del antiguo saber avaloran á sus obras “Isis Develada” y “La Doctrina Secreta” refiriéndose á esta zona que parece solapar toda la prehistoria civilizada, y que tuvo su culminación precisamente durante ese inmenso período glacial que constituye el punto de partida llamado prehistoria en todas nuestras ciencias contemporáneas.
 
Para mí, el mérito principal de estas dos obras está en que nos pone al habla con nuestros hermanos mayores por el tiempo; los hombres que fueron y ya no son, y con esos otros Hermanos Mayores también por su sabiduría, superhombres é Iniciados que lejos del oleaje mundial, perduran cumpliendo la gran misión de servir de nexo divino entre nuestro ayer, nuestro hoy y nuestro mañana.
 
No es este el lugar adecuado para hablar de las polarizaciones de las razas. Todo pueblo á quien el medio ambiente terrestre favorece, siguiendo leyes evolutivas, alcanza un gran esplendor del que decae á la postre inevitablemente, tanto porque la evolución astronómica de la Tierra vaya empeorando cíclicamente el medio ambiente (cual aconteciese con la zona que nos ocupa al terminar el período glacial y aumentar el calor).
 
Cuanto porque la discrepancia, cada vez más acentuada entre las dos evoluciones intelectual y espiritual, colocándoles en verdadero equilibrio inestable, labren inevitablemente su ruina como pueblo, y sea sustituido por otro de infantil barbarie, quien paso á paso conquiste á su vez, como los europeos, su civilización.
 
La exigua parte de aquellos pueblos decadentes que consiguiese por su esfuerzo vencer al medio y armonizar sus dos evoluciones perderá, presentándonos esa polarización á que aludimos, ó sea el contraste en un mismo suelo de un pueblo degradado, misérrimo sucesor del gran pueblo que fue y una corta élite humana, caracterizada por los sublimes poderes del genio y voluntariamente aislada de todo trato mundial, en rinconcitos de esos que la obra Isis Develada dice guardados para los elegidos.
 
 
Extensamente nos ha hablado H.P.B. de las grandes fraternidades del Tíbet y de la India y de los sucesores de los Atlantes que se instalaron en Egipto, á las que por las vías rusa ó inglesa le fuese más practicable el acceso, en medio sin embargo de peligros inauditos.
 
Pero en citadas obras se nota un gran vacio que llenar; y es la vía íbera que podríamos decir, esa vía permanece cernida gracias á la triste condición de nuestra raza, pero que constituye para nosotros una sagrada misión que en conciencia debemos aprestarnos á realizar.
 
En una palabra, hay que buscar las fraternidades ocultas del Sahara marroquí y argelino, y las que en América aún se aíslan de todo contacto con nosotros en espera de la adecuada ocasión, la cual sólo será proporcionada por nuestro progreso en las enseñanzas de la Religión de la Sabiduría
 
Esas mismas fraternidades de las que por las circunstancias de nuestra época, apenas nos pudo hablar H.P. Blavatsky.
 
¿Pero existen realmente semejantes fraternidades saharianas?
 
Creemos que sí, y prescindiendo de los diversos pasajes de “Isis Develada” en los que se las menciona, las consideraciones más sencillas nos aportan esa tamaña sugestión. Investiguemos.
 
El gran macizo granítico de Ahagar que con el oasis de Ahir ocupa el centro casi matemático del gran desierto, desarrolla sus estribaciones hacia el sudeste, hasta perderse en Libia y Abisinia, junto á la curva del Nilo, muy por encima de Tabas y de Siena. Y por el nordeste se sepulta en arena para demarcar los oasis de la ruta marroquí y enlazar con la gran cordillera del Atlas del Sur con alturas de más de 3’000 metros.
 
Pero los verdaderos nativos de esta región no son los temibles nómadas tuaregs, sino los zabitas ó mzabitas, esos curiosos ejemplares de la raza libio-ibera ó guanche, estudiados por el antropólogo D. Manuel Antón, como representantes genuinos del tipo berebere ó morisco, tipo dolicocéfalo.
 
Son inteligentísimos y maravillosos conocedores de la hidráulica para sus riegos y constructores de oasis que se ocultan en la arena para sacar á la superficie del estéril suelo todas las lozanías de una vegetación que no se compone solamente de palmeras datilíferas, sino también de alfalfa para los ganados y de otros árboles tropicales que en un tiempo alzasen sus copas cubriendo la región con selváticas frondosidades tan común en el resto de África.
 
Este tipo berberisco constituye el núcleo de casi toda la raza española en la huerta de Valencia en los cármenes granadinos y sevillanos, en toda la Alpujarra —pese á las expulsiones religiosas— y a una inmensa parte de Extremadura y Portugal, como nos empieza á enseñar la prehistoria de la Península ibérica.
 
Es, en una palabra, el hombre de Atlas ó Atlante, emparentado con egipcios y aztecas, á los que sirve de nexo, y el centro de aquella raza prehistórica que en Extremadura grabase las rocas de Magacela, el jeroglífico de Solana de Cabañas, los verracos de Botija y de otros sitios del occidente ibero, tan rico por otra parte en luminosas supersticiones ó mitos que proclaman su antigüedad.
 
El citado Sr. Antón nos ha proporcionado sobre este asunto particular datos valiosísimos. Uno de ellos es la existencia en el Sahara del Norte de las hermandades de los aisuas ó iesuas, siguiendo la etimología de Jesús ó lesua, quienes consideran al profeta de Nazaret como uno de los profetas mayores después de Mahoma, por lo que revelan un curioso parentesco con los esenios gnósticos y alejandrinos.
 
Esta fraternidad, que acaso no es única, permanece apartada de la barbarie latrofacciosa de los marroquíes, pero no es indiferente á los problemas del imperio. El mismo sultán es juguete de ella, y de su seno salen de tiempo en tiempo los Roguís, los Raisulis y demás reyezuelos.
 
A su simple deseo, el grito de guerra santa corre con la rapidez de un incendio poniendo en peligro todos los avances egoístas ó comerciales de los europeos, ni más ni menos que sucede con los boxers en el celeste Imperio y con los ñanigos de América. Los santones son simplemente sus instrumentos.
 
 
Hay algo también en la geografía que es para desconcertar á cualquiera no creyente en la primitiva unidad simbolizada por la doctrina arcaica.
 
De las tres gunas mencionadas en el Oriente, o sea las tres características principales que existen en la naturaleza y que son: satva (pureza), rajas (actividad) y tamas (oscuridad); esta última es la peor y la que más alejada se halla de la verdadera sabiduría.
 
Pues bien, en la zona africana que nos ocupa hallamos á partir del mar, primero á los thamasig (que se puede interpretar como los que yacen en tamas ó en la ignorancia de las altas verdades redentoras) y después del desfiladero de Taza, nunca traspuesto por europeos, nos encontramos con las gentes del sur del Atlas denominadas con el sugestivo nombre de chelas ó sea discípulos...
 
¡En Marruecos como en el Tíbet!
 
Y es racional pensar que tras los sumergidos en tamas y los chelas deben venir los Maestros.
 
Tengo á la vista el hermoso Atlas antiguo de Henri Kiepert y los nombres Tama, Tamamuna. Tamara, Tamesa y sus derivados expresan en la lista del final nada menos que diez ó doce regiones, ríos ó pueblos situados siempre hacia los confines.
 
Y puede que estos nombres fuesen derivados de la palabra tamas, ó también el Tambre gallego, ó el Támesis londinense, ó la región frigia, ó la montañosa región de Armenia, ó el apartado lugar egipcio, es decir, sitios ignorados, confines de nuestra civilización histórica, que es tamas (oscura) no pocas veces.
 
 
Dígase lo que se quiera, el mundo occidental se ha extendido por el planeta á título de tres grandes corrientes: la rusa, la inglesa y la ibérica. Aquellas dos han penetrado en Asia y en Egipto á guisa de conquistadoras, como los bárbaros penetraron en Roma, y como Roma penetró en Grecia y Grecia en Egipto, para ser á la postre conquistadas por ellas, que tal es la divina sexualidad de las verdaderas culturas, consorcios de una brutalidad militar que creyendo dominar con pretensiones verdaderamente infantiles de un mayor poder físico, hijo de su juventud, son dominadas por los mágicos poderes de la espiritualidad y de la mente, patrimonio de los ancianos, de los antiguos, de aquellos á quienes conocía y amaba el gran Confucio.
 
Los destinos mundiales del hoy han puesto sobre el tapete —y ellos saben por qué— la cuestión africana, cuestión latina más que sajona, en la que Francia trata de sustituir á Iberia, merced á la africana condición de nuestra Península que por modo tal no desmiente de nuestras tradiciones, de aquellas tradiciones cordobesas, refrescadas de tiempo en tiempo por almorávides, almohades y benimerines.
 
El gran deber, pues, del teósofo ibero está bien demarcado. Y consiste en buscar el contacto ó inteligencia con las grandes fraternidades Saharianas y luego con las del Perú y México. Y así completada quedaría la obra de nuestro Maestro.
 
En espera y preparación de tan hermoso día, nos permitimos exponer á los teósofos esta ligerísima suscitación para que cada uno, en la medida de sus fuerzas, nos ilustre, y así todos juntos podamos coadyuvar en breve á lo que es la obra mas pura, la mas excelsa de las accesibles á nuestra labor sincera.*
 
(* Nota: este fenómeno ha sido incluido respecto de África por una mujer: Isabel Ebherart cuando dice: “y viendo la imposibilidad de europeizarlos, me pregunto si los árabes terminarán por conquistar el alma de sus conquistadores”.
 
Y al citar este texto el escritor Gómez Carrillo en sus crónicas “Por tierras africanas” menciona también la organización oculta de fraternidades religiosas refugiadas en el desierto líbico con las que todo buen magrebino tiene contacto una vez por lo menos cada año durante el sagrado mes del Ramadán. “Al terminar las ceremonias religiosas —añade— cada representante de la gran familia africana regresa a su zona llevando una regla estricta que ha de servir durante once meses a su comunidad”.) »
(Sophia, julio de 1907, p.252-257)
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIONES
 
No sabría decirles si esos nombres que mencionó Roso de Luna derivan de la palabra sanscrita tamas, pero es interesante constatar que tanto en la región del Himalaya como en la región del Sahara se encontraban (al menos hasta el siglo XIX) congregaciones ocultas de adeptos, tanto del sendero luminoso como también del sendero oscuro.
 
Y no sabría decirles si todavía se encuentren ahí, pero lo que explicaron los maestros es que nosotros no debemos buscar sus congregaciones, ya que así nunca las hallaremos. En cambio lo que debemos de hacer es trabajar en incrementar nuestras cualidades y disminuir nuestros defectos, para que de esta forma alcancemos el nivel de desarrollo que les permitirá a ellos hacer contacto con nosotros sin que nosotros tengamos que ir a buscarlos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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