Sobre estas regiones, William
Atkinson en su libro “La vida después de
la muerte”, explicó lo siguiente:
« En la cita del escritor ocultista dada en el capítulo
anterior, se hace la siguiente declaración: “Cada hombre es su propio
legislador absoluto, el dispensador de gloria o tristeza para sí mismo, el
decreto de su vida, su recompensa o su castigo."
Y esto es cierto no solo para la
vida del alma en el plano terrestre, sino también es doblemente cierto para la
vida del alma en el plano astral. Porque cada alma incorpórea lleva consigo
misma su propio cielo o infierno formado de su propia creación y de su
creencia, y participa de las bendiciones o dolores de cada uno de ellos, según
sus méritos. Pero el juez que condena a esa alma a un castigo o a una
recompensa no es un Poder fuera de sí misma, sino un Poder Interior — en
resumen, su propia conciencia.
En el plano astral, la conciencia
del alma se afirma con mucha fuerza, y la voz quieta y tranquila que quizás fue
sofocada durante la vida terrenal, ahora habla en tonos de trompeta y el alma
oye y obedece.
La propia conciencia de un hombre,
cuando se le permite hablar con claridad y fuerza, es el juez más severo que
existe. Y despojándose de todo autoengaño e hipocresía, consciente o
inconsciente, hace que el alma se presente desnuda ante su propia mirada
espiritual.
Y el alma, hablando como su propia
conciencia, se sentencia a sí misma de acuerdo con sus propias concepciones del
bien y del mal, y acepta su destino como merecido y justo.
El hombre puede huir del juicio de
los demás, pero nunca podrá escapar de su propia conciencia en el plano astral.
Se encuentra incapaz de escapar del tribunal de la conciencia, el cual lo conduce
hacia su recompensa o castigo, porque tal es la justicia poética de la
naturaleza que supera con creces cualquier concepción del hombre mortal en sus
especulaciones religiosas.
Y tengan en cuenta la absoluta
equidad y justicia de todo esto. El hombre es juzgado de acuerdo con los más
altos estándares de su propia alma, quienes por supuesto, representan los
estándares de su tiempo y entorno. Lo mejor en sí mismo —lo más alto de lo que
es capaz— juzga y transmite todo lo que hay en él por debajo de ese estándar.
Y el resultado de esto es que lo que
la razón suprema concibe como justicia absoluta, es administrado por el alma en
sí misma.
Los principales pensadores de la
raza están de acuerdo casi unánimemente en que cualquier estándar arbitrario de
castigo, tal como lo expresan los códigos penales de la raza, necesariamente
debe estar muy lejos de imponer una justicia real invariable, porque el
ambiente y la educación del criminal pueden haber sido tales que la comisión
del crimen le sea casi natural; mientras que el mismo crimen cometido por otro
individuo, sería el resultado de una traición directa a su conciencia y una
infracción de una ley moral de la que es plenamente consciente.
Difícilmente llamaríamos criminal a
un zorro que roba a un pollo, o a un gato que astutamente lame la leche del
cuenco que está sobre la mesa. Pues bien, hay muchos seres humanos cuyo sentido
del bien y del mal moral están muy poco por encima del de los animales antes
mencionados. Por lo tanto incluso la ley humana, al menos teóricamente, no
apunta a castigar, sino a restringir con el ejemplo y el precepto.
Y en relación con el pensamiento
expresado en el párrafo anterior, debemos recordar que la justicia absoluta no
tiene lugar para el castigo como tal, ya que como hemos dicho, al menos
teóricamente, incluso el derecho humano no busca castigar al criminal, sino que
simplemente busca los siguientes objetivos:
- Advertir a otros que no cometan un delito similar.
- Impedir que el criminal cometa más delitos, confinándolo o imponiendo otras penas disuasorias.
- Reformar al criminal señalando las ventajas de la acción correcta y la desventaja de la acción incorrecta.
Y siendo esto cierto incluso con la
ley humana finita, ¿qué deberíamos esperar de la ley cósmica infinita?
Seguramente ni más ni menos que una
disciplina que debe favorecer el desenvolvimiento de las “buenas” cualidades
del alma, y reducir las
“malas”. Y esto es precisamente lo que el ocultista avanzado encuentra que
existe en el plano astral. Y a este respecto debe recordarse que la disciplina
que más atraería al alma de los ideales inferiores, sería inútil en el caso del
alma culta, y viceversa.
En resumen, puede decirse con
sinceridad que la naturaleza de la disciplina apropiada en cada caso individual
está bien expresada por el ideal del cielo y el infierno que alberga el
individuo en la vida terrenal, y cuyo ideal, por supuesto, permanece con el
alma después que ha pasado del plano físico al plano astral.
La mente de ciertas personas está completamente
satisfecha con los ideales de un lago de azufre para los pecadores y la
agradable morada en un cielo de calles doradas con acompañamiento de arpa y
corona para los bienaventurados.
Pero otros, mucho más avanzados de
esa creencia religiosa, habiendo dejado atrás las viejas ideas de un cielo en
el espacio y un infierno de tormento, piensan que la mayor felicidad posible
para ellos sería un estado o condición en la que pudieran ver sus ideales
hechos realidad, sus más altos objetivos realizados, sus sueños concretados; y
en su mayor castigo una condición en donde podrían seguir hasta su resultado
lógico el mal que han hecho.
Y ambas clases de almas encuentran
en el plano astral los cielos y los infiernos en los que han estado pensando,
pues ambos han creado su cielo o infierno a partir del material de su propia
conciencia interior. Y tales concepciones mentales no carecen de realidad para
quienes son conscientes de ellas: la alegría y el sufrimiento no pierden ningún
efecto debido a la ausencia del cuerpo físico.
En el plano astral, el “pecador” que
cree en un infierno de azufre y llamas, que le espera por los viles crímenes
cometidos en los días que vivió en la Tierra, no lo decepciona, ya que sus
creencias le proporcionan el ambiente necesario y su conciencia lo condena al
castigo en el que cree tan firmemente.
E incluso si ha tratado de no creer
en estas cosas mediante el uso de su razón y aún conserva los recuerdos
subconscientes de las enseñanzas de su infancia o las tradiciones de su raza,
se encontrará en la misma condición. Pasará por las torturas y sufrimientos
tradicionales (todo esto en su imaginación, por supuesto) hasta que reciba una
valiosa lección disciplinaria, y cuyos vagos recuerdos lo perseguirán en su
próxima reencarnación. Aunque este, por supuesto, es un caso extremo.
Hay muchos otros grados de
"infiernos" trasladados al plano astral por almas de varios matices
de creencias religiosas. Y cada uno tiene el castigo que mejor se adapta para
ejercer una influencia y un efecto disuasorio sobre ese humano en su próxima
vida.
Y lo mismo ocurre con el ideal del
"cielo". El alma se encuentra disfrutando de la bienaventuranza de
los bienaventurados, de acuerdo con sus propios ideales, por las buenas obras y
actos que tiene en su haber en los libros infalibles de su memoria.
Pero puesto que ningún alma ha sido
completamente "mala", ni tampoco ha sido completamente
"buena", se sigue que cada alma tiene gusto tanto de la recompensa
como del castigo, de acuerdo con sus méritos determinados por su conciencia
despierta. O dicho de otro modo, su conciencia "le da un promedio"
que también coincide en detalle con la creencia predominante que tiene el alma.
Aquellos que en la vida terrenal se
han llevado deliberadamente a la convicción de que no hay “más allá” para el
alma, tienen una experiencia peculiar. Se encuentran con los de su especie en
un mundo en el que se imaginan que han sido trasplantados a otro planeta pero
que todavía están con un cuerpo de carne. Y allí se les hace partícipes de un
gran drama del Karma, sufriendo por las miserias que han causado a otros y
disfrutando de las bendiciones que han otorgado a otros.
No son castigados por su
incredulidad —que sería una injusticia impensable— pero aprenden la lección del
bien y del mal a su manera. Y esta experiencia igualmente es puramente mental y
surge meramente de la expresión en manifestación astral de los recuerdos de su
vida terrenal, impulsados por
la conciencia despierta que les da “ojo por ojo y diente por diente" como
una venganza.
La creencia o incredulidad en un
estado futuro no altera la ley cósmica de compensación y "purgación"
astral. Las leyes del Karma no pueden ser derrotadas por el rechazo a creer en
el más allá, ni por el rechazo a admitir la distinción entre el bien y el mal.
Todo ser humano tiene por muy profundo que sea, una comprensión intuitiva de la
supervivencia del alma, y cada individuo tiene una conciencia profundamente
arraigada de algún tipo de código moral. Y estas creencias y opiniones
subconscientes salen a la superficie en el plano astral.
Aquellas almas avanzadas que nos han
dado los mejores y más altos informes de la vida del alma en "el otro
lado", están de acuerdo en informarnos que la dicha más alta y el dolor
más profundo del alma incorpórea que tiene la inteligencia y la cultura
necesaria, en el primer caso llega a percibir los efectos de las buenas
acciones y pensamientos que produjeron durante su vida terrenal, y en el
segundo caso llegan a percibir los efectos de los malos pensamientos y acciones
que produjeron también durante su vida terrenal.
Y cuando los ojos del alma se
aclaran para que puedan discernir el tejido enredado de causa y efecto, y
seguir cada hilo particular de su propia inserción en él, tiene en sí misma un
cielo y un infierno de mayor intensidad que cualquier cosa de la que Dante
alguna vez haya soñado.
E inversamente no hay palabras para
describir el gozo que experimenta el alma incorpórea al percibir los resultados
de una acción correcta y no hay dolor igual al de percibir el resultado de una
acción maligna, con su pensamiento repugnante de que "podría haber sido de
otra manera".
(Sospecho que esto William Atkinson se lo copió a Max Heindel
quien en el capítulo tres de su libro “El
Concepto Rosacruz del Cosmos” aseguró que en el mundo de los deseos, el humano
repasa los incidentes que tuvo durante su vida terrenal, y cada daño que causó a
los demás, él los sufre intensamente, e inversamente. Pero eso es falso.)
Pero incluso estas cosas pasan, y de
hecho, a menudo ocupan solo un momento de tiempo, aunque para el alma le parece
una eternidad. Sin embargo no existe la dicha eterna ni el dolor eterno en el
plano astral. Estas cosas pasan y el alma emerge una vez más en la vida
terrenal para volverse a inscribir en la Escuela de la Vida, el Jardín de Niños
de Dios, para aprender y reaprender sus lecciones. Y recuerden siempre que
tanto el cielo como el infierno de todas y cada una de las almas, mora dentro
de si misma.
Cada alma crea su propio cielo e
infierno, porque ninguno de ellos tiene una existencia objetiva. El cielo y el
infierno de cada alma es el resultado de su karma y es puramente una creación
mental de su propio ser. Pero el fenómeno no es menos real para el alma por
esta razón. No hay nada en su vida terrenal que alguna vez le haya parecido más
real.
Y nuevamente recuerden que el cielo
y el infierno en el plano astral, no se dan como soborno o castigo,
respectivamente, sino simplemente como un medio natural de desarrollar las
cualidades superiores y restringir las inferiores, con el fin de que el alma
pueda avanzar por el Sendero.
Así, una vez más, vemos que son muy
validas las palabras citadas al comienzo de este capítulo: “Cada hombre es su
propio legislador absoluto, el dispensador de gloria o de tristeza para sí
mismo, el decreto de su propia vida, su recompensa o su castigo”.
Pero la vida en el plano astral no
consiste enteramente en un cielo o en infierno, ya que hay gozos experimentados
que no tienen nada que ver con las buenas o malas acciones de la vida terrenal,
sino que surgen del impulso de expresar las propias facultades creativas y de
ejercitar el intelecto con mayor poder, como son por ejemplo: los gozos de la
expresión y del conocimiento, más allá de lo que las lamas pueden esperar
experimentar en el mundo terrenal.
Y en nuestro próximo capítulo consideraremos
estas fases de la vida que se efectúan en el plano astral. »
(Capítulo 11)
OBSERVACIÓN
Si bien es cierto que uno mismo se
crea su propio cielo y su propio infierno, y que estos no son eternos como lo
preconiza el cristianismo, sino que dependen del karma que uno se ha generado.
Por el resto de lo que dijo William
Atkinson en este capítulo él está equivocado, ya que el maestro Kuthumi precisó
que el periodo post-mortem es un periodo de descanso, y que con la excepción de
aquellos que fueron extremadamente malos, todos los demás humanos, aunque hayan
sido bastante malos, también tendrán un periodo de descanso y de felicidad
durante su estancia en el más allá.
Y el maestro Kuthumi lo explicó
diciendo:
« Malo pero increíblemente malo tuvo que haber sido un
individuo para que no disponga ni siquiera de un momento en el paraíso. En
cambio, todos aquellos
que no se hayan dejado caer en el fango del pecado irremisible y de la
bestialidad más profunda, ellos van al Cielo.
El karma malo
que hayan generado durante su vida terrenal se hace a un lado por el momento
para posteriormente seguirlos en su futura reencarnación. Ellos solo llevan
consigo a su Devachan el karma positivo de sus buenas acciones, palabras y
pensamientos.
Posteriormente
cuando vuelvan a reencarnar ellos tendrán que pagar por sus pecados quieran o
no. Mientras tanto son recompensados recibiendo los efectos de las causas
positivas producidas por ellos en la Tierra. »
(CM16,
p.101)
Y es por eso que la Teosofía explica
que el verdadero infierno se encuentra en el plano físico porque es en la
Tierra donde los humanos tienen que lidiar con el karma negativo que ellos se
han construido, y no en el plano astral como lo afirma William Atkinson.
una pregunta eso que llaman rd o realidad deseada es parte del esoterismo? o que es? perdone mi ignorancia :")
ResponderBorrarMás bien forma parte del Nuevo Pensamiento y es una forma de visualización creativa.
Borrargracias por responder.
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