ESCUELAS SECRETAS DE LOS MAESTROS



En su diario, el coronel Olcott, uno de los fundadores de la Sociedad Teosófica, narra la extraña experiencia que vivió con Blavatsky cuando viajaron a Monasterio de Karli cavado en las rocas:

« El 4 de abril de 1879, HPB, Mûlji y yo mismo dejamos Bombay por tren, para un viaje a las Cavernas de Karli. ... En la estación de Narel dejamos el tren y tomamos unos palanquines subiendo la loma hasta Matheran, el sanatorio principal de Bombay. Se me dio a entender que habíamos sido invitados a Karli por un cierto Adepto con el que había tenido una estrecha relación en América durante el tiempo en que se escribió Isis Develada [seguramente se ha de estar refiriendo al Mahatma Morya]; y que la gran cantidad de provisiones para nuestro confort durante el camino habían sido ordenadas por él.
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Le dije a Blavatsky que me gustaría agradecerle al Adepto las cortesías que había tenido con nuestro grupo y que si ella se lo pudiese entregar, yo le escribiría. Ella estuvo de acuerdo, escribí la nota y se la di a ella. Ella se la dio a Mûlji pidiéndole que fuera al camino público frente a nosotros y que la entregara.

-        “Pero”, le preguntó, “a quien y en donde la entrego, no tiene anotado ningún nombre ni dirección”.
-        “No importa, tómala y verás a quien deberás dársela” respondió Blavatsky.

Por consiguiente, bajó a la carretera y después de diez minutos volvió corriendo, sin aliento y mostrando todos los signos de la sorpresa.

-        ¡Se fue!” balbuceó.
-        “¿Qué?” exclamé.
-        “La carta, él la tomó”.
-        “¿Quien la tomó?” le pregunté.
-        “No lo sé, coronel, a menos de que haya sido un fantasma: él salió del suelo o así me pareció a mí. Iba caminando lentamente mirando a izquierda y derecha, sin saber qué hacer, llevando a cabo las órdenes de la señora Blavatsky. No había ni árboles ni matorrales en los que se pudiese esconder una persona, sino solo el camino blanco y polvoriento. Sin embargo de repente, como si él hubiese salido del suelo, allí estaba un hombre a unas cuantas yardas de distancia, caminando hacia mí. Era el hombre de la mansión de las rosas, el hombre que me dio las flores para usted en la estación de Khandalla, ¡y que vi que se había ido en el tren hacia Poona!”
-        “Hombre, esto es absurdo”, le contesté, “debes haber estado soñando”.
-        “No, estaba tan despierto como jamás lo he estado en mi vida. El caballero dijo: ‘Tú tienes una carta para mí, esa que traes en la mano, ¿no es cierto?’ Yo apenas podía hablar pero le dije: ‘No lo sé Maharaj, no tiene dirección’. ‘Es para mí, dámela’. La tomó de mi mano y dijo: ‘ahora, regrésate’. Me di la vuelta por un instante y voltee para ver si aún estaba ahí, pero había desaparecido: ¡el camino estaba vacío! Espantado, me di la vuelta y corrí, pero no había ido más allá de cincuenta yardas cuando una voz en mi mismo oído dijo: ‘No te asustes, mantente calmado, todo está bien’. Esto me asustó aún más, ya que no había nadie que pudiese ver. Corrí, y aquí estoy”.
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[Por fin llegamos]. Era una noche de luna, de una magnificencia más allá de todo lo que pueda verse en las frías tierras occidentales y el aire dulce, suave y puro, hacían un encanto de la vida física. Los tres nos sentamos en el césped saboreando la noche y planeando nuestra visita del día siguiente a las Cavernas de Karli.
 . . .
A las cuatro de la mañana Baburao, el agente del Adepto, entró a la habitación en la que Mûlji y yo dormíamos, me despertó con un toque, poniendo en mis manos una pequeña caja redonda laqueada que contenía un pân supâri (una hoja de betel acompañada de especies), tal como la que se les da a los huéspedes y susurró en mi oído el nombre del Adepto bajo cuya protección estábamos haciendo este viaje. El significado del regalo era que en la escuela mística en la que estábamos, este es el signo de adopción del nuevo alumno.

Nos levantamos, nos bañamos, tomamos café y a las 5 partimos en un coche de bueyes (shigram) para Karli, a donde llegamos a las 10. Para ese tiempo los rayos del sol eran agobiantes y tuvimos una difícil subida a lo largo del sendero desde el pie del camino hasta las Cavernas, en lo alto de la colina. Blavatsky perdió el aliento y unos peones tuvieron que llevarla en una silla la mitad de la ascensión.
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Habiéndole comunicado a Baburao nuestra decisión de pasar la noche en la colina, él y Mûlji se fueron a buscar una habitación adecuada y a su regreso, nosotros y nuestro equipaje nos trasladamos a un pequeño dormitorio cueva, escavado en la roca de la colina, a cierta distancia a la derecha de la gran caverna templo. Los antiguos escultores habían esculpido un pequeño porche de dos pilares a la entrada y adentro diez cubículos, con puertas abiertas, que daban a una sala cuadrada central o habitación de asamblea. A la izquierda del porche había un estanque, escavado en la roca, que recibía las aguas de un manantial de aguas deliciosamente frías y claras.


Blavatsky nos dijo que en un lugar en esas pequeñas cuevas, una puerta secreta comunicaba con otras cuevas en el corazón de la montaña, en donde aún vivía una escuela de Adeptos, pero cuya existencia no era ni siquiera sospechada por el público en general; y que si pudiese encontrar la parte correcta de una roca y la pudiese mover de una manera particular, no tendríamos obstáculo alguno para entrar – un ofrecimiento muy liberal considerando las circunstancias.

Mûlji y Babula se habían ido al bazar del pueblo junto con Baburao, a comprar provisiones y Blavatsky y yo nos quedamos solos. Nos sentamos en el porche fumando y conversando, hasta que ella me pidió que me quedara donde estaba por algunos minutos y que no mirara a mi alrededor hasta que ella me lo dijese. Ella entonces pasó adentro de la caverna y yo pensé que iría a tomarse una siesta en uno de los cubículos sobre uno de los bloques de piedra excavados en la roca, los cuales les habían servido de cama a los antiguos monjes.

Continué fumando mirando hacia el gran paisaje que se extendía frente a mí como un gran mapa, cuando de repente, desde el interior de la caverna, escuché un sonido como si alguien cerrara de golpe una pesada puerta y un ataque de risa satírica. Naturalmente voltee mi cabeza, pero Blavatsky había desaparecido.

Ella no estaba en ninguna de las celdas, las cuales yo examiné con detalle, ni tampoco pude encontrar la mas mínima hendidura o cualquier otro signo de una puerta en las superficies rocosas de sus muros, que examiné minuciosamente palmo a palmo; no había nada palpable para los ojos o el tacto salvo roca viva. Había tenido una experiencia tan larga y variada de las excentricidades psicológicas de Blavatsky, que pronto dejé de preocuparme del misterio y regresé al porche y a mi pipa, esperando plácidamente lo que pudiese ocurrir.

Había pasado media hora desde su desaparición, cuando escuché unos pasos justo detrás de mí, y a Blavatsky en persona dirigiéndome la palabra, en un tono natural, como si nada fuera de lo común hubiese ocurrido. En respuesta a mi pregunta de dónde había estado, ella simplemente dijo que había tenido que “tratar algunos asuntos” con. . .(mencionando al Adepto) y que había ido a verlo en sus habitaciones secretas.

Curiosamente, ella tenía en sus manos un viejo cuchillo oxidado de un diseño muy curioso, que ella dijo que había levantado en uno de los pasajes ocultos y que a propósito lo había traído consigo. No me permitió que lo tomara, sino que lo arrojó al aire con toda su fuerza, y vi que cayó en unos matorrales bien abajo de la colina.
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Pronto regresó nuestra gente, tuvimos una cena caliente que nos fue servida en el porche de la caverna y luego, después de admirar el panorama iluminado por la luna y de fumar un rato, cada uno se envolvió en sus cobertores acostándose sobre el piso de roca, durmiendo tranquilamente hasta la mañana. Baburao se sentó en la puerta del porche y encendió un fuego de leña que mantuvimos ardiendo como protección en contra de los animales salvajes.
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A la siguiente mañana Mûlji y yo nos levantamos antes que Blavatsky y después de lavarnos en el manantial, él se fue abajo al pueblo, mientras que yo me quedé en el sendero gozando de la vista matutina de las planicies. Después de un tiempo. . .mientras estábamos aún en la Gran Caverna, Blavatsky me transmitió una orden, que. . .recibió telepáticamente del Adepto de que deberíamos ir a Rajputana. »

(Old Diary Leaves, vol. II, p46-57, extractos)


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