Laura Holloway fue una teósofa americana que conoció a Blavatsky
cuando HPB estuvo en Europa en 1884, y sobre este tema ella escribió:
«
Un incidente que ocurrió en una de las
recepciones donde estuvo Blavatsky fue muy interesante. Un joven converso
atrevido le pidió a Madame Blavatsky que hiciera algunos fenómenos para ue los
extraños presentes pudieran estar informados sobre sus poderes.
Ella se enfureció y lo reprendió con
una voz tan fuerte que todos los presentes se volvieron hacia ella en silencio.
Luego, tan gentilmente como un niño
puede confesar su arrepentimiento, dijo dócilmente:
- "Si los Maestros lo desean, se
me permitirá."
Y aquí debo insertar este hecho de
que nunca la escuché atribuirse el mérito de ninguna de las cosas maravillosas
que ciertamente ella hizo, invariablemente precedía cada actuación con algún
atributo hacia los Mahatmas, y a menudo deploró el mórbido anhelo que tenía la
gente por la exhibición de los poderes que ella poseía, diciendo que no les
haría ningún bien.
Su hermana, Madame Vera Petrovna
Jelihovsky, y su tía, la condesa Nadejda Andreevna Fodeeff, la estaban
visitando en ese momento, y creo que la primera estaba en la habitación cuando
ocurrió este incidente.
Madame Blavatsky se levantó de su
asiento en el sofá y con cierta dificultad —como parecía— cruzó el salón y se
paró frente a un gran espejo. Ella colocó ligeramente ambas manos sobre él, de
pie de espaldas a la compañía. Los jóvenes franceses estaban más cerca de ella,
y de repente después de un breve intervalo de silencio, se escuchó un fuerte
estruendo seguido de lo que sonó como la caída de cristales rotos.
Pensé que el espejo se había roto
por su repentino peso contra él, pero ella no estaba cerca y sus manos habían
descansado ligeramente sobre su superficie. Hubo una exclamación general de
sorpresa y asombro, y los curiosos examinaron el cristal.
Posteriormente, mientras Madame
Blavatsky se volvía aburrida y cansada en su conversación, alguien le sugirió
que pusiera las manos en un panel de vidrio en la ventana grande en la parte
inferior de la habitación. Ella lo hizo y esta vez esperamos más tiempo que
antes para obtener los resultados, pero finalmente se oyó un fuerte estruendo
como si alguien hubiera golpeado una masa de vidrio con un martillo, sin
embargo el vidrio estaba ileso.
La excitación de los franceses no
conoció límites aplaudieron con entusiasmo y sonrieron a la "Suma
Sacerdotisa", como la llamaba uno de ellos. Su franco deleite y entusiasmo
la complacieron, o mejor dicho, pareció despertar un interés inusual por sus
invitados, y durante una hora o más habló de manera tan brillante que todos
quedaron asombrados.
Fue una hora de encantamiento para
algunos de sus oyentes y dudo que alguien de esa compañía conociera alguna vez
a otro igual, ya sea en su presencia o fuera de ella, esa noche no pude dormir
pensando en ella y en los acontecimientos de esa ocasión. »
(The Word, febrero
de 1912, p.262-269)
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