EL CORONEL OLCOTT DESCRITO POR CHARLES LEADBEATER


 
En su libro “La Vida Interior II” (1912) Charles Leadbeater escribió lo siguiente sobre el coronel Henry Olcott:
 
« Hace mucho tiempo, en la antigua Atlántida, en la gran ciudad de las Puertas de Oro, reinaba un poderoso monarca. Cierto día se le presentó un militar que había sido enviado al frente de una expedición contra una tribu rebelde que se encontraba situada en las fronteras de aquel vasto imperio.
 
El militar volvía victorioso y en recompensa el rey le confirió el rango de capitán de la guardia del palacio, encargándole del cuidado de la vida de su único hijo y heredero del trono.
 
El novel capitán no tardó mucho tiempo en tener la ocasión de probar su fidelidad a la confianza que el rey le había depositado en él, porque encontrándose solo con el príncipe en los jardines de palacio, se arrojó sobre ellos un tropel de conspiradores con el intento de asesinar al hijo del rey.
 
El capitán luchó valerosamente contra los numerosos asaltantes y aunque fue mortalmente herido, logró resguardar al príncipe del peligro, hasta que llegaron refuerzos y él y el desmayado príncipe fueron conducidos a presencia del rey, quien, al enterarse de lo sucedido se volvió hacia el moribundo capitán, exclamando:
 
-      “¿Qué puedo hacer yo por ti que has dado por mi hijo tu vida?”
 
Y el capitán le respondió:
 
-      “Concededme la gracia de que os sirva a vos y a vuestro hijo por siempre en vidas futuras, puesto que desde ahora nos liga un lazo de sangre.”
 
Haciendo un postre esfuerzo, el capitán bañó el dedo en la sangre que fluía abundantemente de sus heridas y señaló con ella los pies de su soberano y la frente del todavía desmayado príncipe. El rey alzó las manos en actitud de bendición y repuso:
 
-      “Por la sangre derramada para salvar a mi hijo, te prometo que me servirás hasta el fin.”
 
Así se anudó el primer lazo entre tres caudillos de hombres de quienes todos hemos oído hablar. Porque el poderoso monarca es ahora el Maestro Morya; el príncipe su hijo, fue después Helena Petrovna Blavatsky; y el capitán de la guardia, fue ahora Henry Steel Olcott.
 
Desde entonces, a través de los siglos y de muchas vicisitudes extrañas, el lazo se ha mantenido inquebrantable y se ha continuado prestando el servicio, como sabemos que sucederá en los siglos venideros.
 
 
El coronel Olcott fue después el rey Gashtasp de Persia que protegió y ayudó a la fundación de la forma actual del Zoroastrismo.
 
Y más tarde fue el rey Asoka que publicó los admirables y famosos edictos que todavía hoy aparecen grabados en piedras y pilares de la India, para demostrar cuán verdaderos eran su celo y devoción. Y al final de esa larga y vigorosa vida, al considerar con tristeza lo mucho que distaban sus hechos de sus aspiraciones, para alentarlo, su Maestro le mostró dos visiones, una del pasado y otra del futuro.
 
La visión del pasado fue la escena de la Atlántida, cuando se forjó el lazo entre ellos; y en la visión del futuro aparecía su Maestro como el Manú de la sexta raza raíz y nuestro Presidente-Fundador como su lugarteniente que servía a sus órdenes, en la excelsa obra de tan alto cargo. Así Asoka murió contento con la seguridad de que nunca se rompería el más íntimo de todos los lazos terrenos, el del Maestro y su muy amado discípulo.
 
Habiendo tomado parte principal en la propagación de dos de las mayores religiones del mundo, el Zoroastrismo y el Buddhismo, era muy apropiado vincularlo estrechamente con la obra de la Sociedad Teosófica, el gran movimiento que sintetiza todas las religiones. Y aunque en sí Olcott no fue nunca un instructor espiritual, siempre fue el organizador práctico que hizo posible la obra del instructor.
 
 
En su reciente vida, como en todas las demás, su principio capital fue la apasionada lealtad al Maestro y a la obra que tenía que cumplir. Cuando lo vi por primera vez, hace más de veinticinco años, ése era el rasgo más predominante de su carácter y durante el tiempo en que lo traté, ese siguió siendo el motivo capital de sus acciones.
 
En la última carta que recibí de él, escrita pocas semanas antes de morir, palpitaban los mismos sentimientos que continuaron siendo su más relevante cualidad en el mundo astral donde ha vivido desde entonces.
 
Si examinamos los pormenores de su última vida terrena hallaremos la misma tónica de su devoción al deber. Y para demostrárselos el subsecretario del ministerio de Hacienda de los Estados Unidos le escribió a Olcott acerca de su actuación política:
 
“Me complazco en manifestarle que jamás encontré un caballero tan cumplidor de los deberes de su cargo, ni de tanta aptitud, diligencia y fidelidad como las demostradas por usted en todas partes. Sobre todo, deseo atestiguar la absoluta rectitud e integridad de carácter que señalaron toda su carrera sin flaquear un solo instante. Cuando consideramos la corrupción, audacia y osadía de los muchos bellacos de alta posición a quienes usted persiguió y castigó sin jamás mancillarse, no puede usted por menos que sentirse orgulloso de su proceder, muy superior al de cuantos han desempeñado análogos servicios en este país.”
 
 
Olcott demostró la misma energía y las mismas aptitudes en su obra por la Sociedad Teosófica. Pocos de nuestros miembros se dan cuenta de la amplitud y el éxito de sus tareas, pues mucho de cuanto hizo sólo pueden estimarlo debidamente aquellos que han viajado por los países orientales a los que tanto amó. A su infatigable esfuerzo se debió la reconstrucción y ampliación de la Residencia General de Adyar.
 
Fundó allí una nutrida biblioteca, a cuya inauguración invitó, para que la bendijeran, a sacerdotes de las principales religiones del mundo, quienes por primera vez en la historia confraternizaron en aquella ocasión, reconociéndose unos a otros como iguales.
 
A Olcott se debe también el fomento de la educación buddhista en la isla de Ceilán, que cuenta hoy día con 287 escuelas, a las que asisten 35’000 alumnos. Por otra parte, logró refundir en un solo credo el Buddhismo del Norte y el del Sur de la India, que estaban en cisma desde hacía más de mil años; y asimismo inició la educación de los menospreciados parias que por tanto tiempo fueron marginados de la sociedad.
 
Olcott tuvo que vencer muchas y muy graves dificultades para encauzar y dirigir un organismo tan complejo como la Sociedad Teosófica; pero en todas partes fue popular y en todas las naciones recibió una fervorosa cogida. Su absoluta devoción al bienestar de la sociedad y la diáfana honradez de sus propósitos no podían por menos que conmover a cuantos le trataban.
 
Hablo de él con entusiasmo porque tuve especiales ocasiones de conocerle a fondo. Nunca olvidaré su paternal amabilidad para conmigo cuando, joven todavía y completamente nuevo en las costumbres de la India, fui por vez primera a vivir en la Residencia de Adyar.
 
Desde entonces, lo encontré en muchos países. Pasé semanas enteras con él, sin más compañía que un intérprete y un sirviente, viajando en una carreta de bueyes por los páramos de Ceilán. Le  acompañé cuando en el año 1885 introdujo la Teosofía en Birmania. En esas circunstancias, es posible conocer a una persona más íntimamente que durante muchos años de trato social en la vida ordinaria, y puedo atestiguar, sin reservas, el fervoroso anhelo de Olcott por el progreso de la obra teosófica, pues su único pensamiento era complacer al Maestro, haciendo cuanto estaba en su mano para realizar el muy delicado encargo que se le había confiado.
 
 
Su partida de entre nosotros es demasiado reciente para que se hayan echado al olvido las circunstancias que le rodearon. Sabemos cuán valerosamente soportó sus sufrimientos y cómo, durante su enfermedad, mantuvo constantemente el pensamiento en beneficio de la querida Sociedad a la que había dedicado su existencia. Recordaremos que al llegarle la hora de abandonar el cuerpo, estaban junto a él tres grandes Maestros con su antigua colega y amiga, H.P. Blavatsky.
 
Todos hemos leído la magnífica oración fúnebre pronunciada por su sucesor [Annie Besant] en el acto de la incineración, que fue una imponente ceremonia. La pira era de madera de sándalo, y el cadáver estaba cubierto con la bandera norteamericana y la bandera buddhista. Esta última la había diseñado él mismo, sobre la cual estaban por su orden correlativo los colores del aura del Señor Buddha.
 
El coronel Olcott durante un rato quedó inconsciente después de que su cuerpo falleciera, pero muy pronto él despertó a la plena actividad en el plano astral. Y como yo le había sido siempre muy fiel, su Maestro me dijo que le sirviera de guía cuando fuese necesario para explicarle lo que él preguntara.
 
Siempre tuvo un ansioso interés por las potencias y posibilidades del plano astral, y apenas pudo advertirlas claramente, mostró vivos deseos de comprender todo lo que allí ocurre y conocerlo racionalmente para actuar por sí mismo. Su poderosa fuerza de voluntad le permitió darse cuenta fácilmente de muchos de los experimentos astrales, aunque para él eran del todo nuevos.
 
Le cuadran mejor las tareas que de un modo u otro entrañan poder, como luchar, curar y proteger. Traza grandiosos planes para el porvenir, así como mantiene tan fervoroso como siempre el entusiasmo por su amada Sociedad Teosófica.
 
 
Le ha llamado la atención el vigoroso pensamiento que al escribir estas líneas precedentes enfoqué en él, y se me ha puesto al lado insistiendo en que transmita a los miembros su vehemente consejo de que sean fieles de todo corazón y ayuden cuanto puedan a su noble sucesor [Annie Besant], dejando de lado para siempre las deplorables querellas sobre personalismos, sin contender sobre cuestiones que no sean de su incumbencia ni puedan comprender; fijando en cambio su atención en el único tema importante, o sea la obra que la Sociedad Teosófica tiene que realizar en el mundo.
 
El mensaje de Olcott es el siguiente:
 
“Olvidaros de vosotros mismos, de vuestras limitaciones y prejuicios y difundid las verdades de la Teosofía.”
 
 
Hasta ahora poco podemos decir acerca de la futura reencarnación de Olcott, pero cuando estas líneas pasen por los ojos del lector, tal vez él ya se habrá reencarnado.
 
Él deseaba ardientemente volver a la tierra para ayudar a la señora Blavatsky en su nueva y presente encarnación. Y aunque no puedo decir hasta qué punto él verá satisfecho su deseo, con toda seguridad los Maestros lo emplearán en donde les parezca más útil.
 
Su talento principal es el de organizador, y ya hemos visto lo que hizo en el Zoroastrismo, en la magna empresa misionera del Buddhismo y en la fundación de la Sociedad Teosófica. No cabe duda de que sería capaz de realizar análoga obra con respecto a la próxima gran religión y al establecimiento de la sexta raza raíz.
 
Sea como sea, el insigne hombre llamado en su última vida Henry Steel Olcott estará dispuesto a desempeñar su parte en todas las actividades mencionadas, tan dedicado como siempre al servicio de su Maestro e inquebrantablemente fiel en la vida y en la muerte»
(Sección 14, capítulo “Fiel hasta la muerte”)
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIONES
 
Como de costumbre, Charles Leadbeater en su relato mezcla eventos verdaderos (como por ejemplo que él acompañó a Olcott a Birmania) con fantasías producto de su imaginación (como por ejemplo las vidas anteriores que le atribuyó a Olcott) y con enormes falsedades (como por ejemplo que él mantiene contacto con Olcott después que éste falleció).
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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