Vsevolod
Solovyov fue un escritor ruso, y en uno de sus artículos él escribió lo
siguiente:
« Después de recibir una carta de mi compatriota, Helena Blavatsky, en la que
me informó de su mala salud y me suplicó que fuera a buscarla a Elberfeld (que
es una ciudad en Alemania), decidí emprender el viaje, pero como el estado de
mi propia salud también era frágil, eso me obligaba a tener cuidado, y es por
eso que preferí detenerme en Bruselas (capital de Bélgica) para descansar.
Bruselas era una ciudad que nunca había visitado y el calor era insoportable.
Salí de París el 24 de agosto de 1884 y la mañana
siguiente, en el Grand Hotel de Bruselas, donde me estaba hospedando, conocí a la
Señorita Justine de Glinka, hija de un embajador ruso y dama de honor de la
emperatriz de Rusia.
Y al enterarse ella de que estaba viajando a Elberfeld para
ver a Madame. Blavatsky, a quien yo conocía y por quien tenía mucho respeto, ella
decidió venir conmigo y pasamos el día juntos esperando salir en la mañana siguiente
en el tren de las nueve en punto.
A las ocho en punto, yo ya estaba bastante listo para
partir, y es por eso que fui a la habitación de la señorita Justine y la encontré
en un gran estado de perplejidad porque todas sus llaves, que siempre guardaba con
ella en una pequeña bolsa, habían desaparecido durante la noche, aunque la
puerta estaba cerrada con llave.
Y por lo tanto, como todo su equipaje estaba cerrado, ella
no podía guardar las cosas que acababa de usar. Por lo que nos vimos obligados
a posponer nuestra partida, al tren de la una, y llamamos a un cerrajero para
abrir el baúl más grande.
Y cuando se abrió, todas las llaves se encontraron en la
parte inferior del maletero, incluida la llave de ese baúl, unidas como siempre
al resto.
Como teníamos toda la mañana libre, acordamos dar un
paseo, pero de repente me sobrecogió la debilidad y sentí un deseo irresistible
de dormir. Le supliqué a la señorita Justine que me perdonara, y fui a mi
habitación y me acosté sobre la cama.
Pero no podía dormir y estaba tumbado con los ojos
cerrados, pero despierto, cuando de repente vi ante mis ojos cerrados una serie
de vistas de lugares desconocidos que mi memoria asimilaba hasta el más mínimo
detalle. Y cuando esta visión cesó, no sentí más debilidad y acudí a ver a la
señorita Justine a quien le conté todo lo que me había sucedido y le describí
en detalle los lugares que había visto.
Luego, salimos del hotel para tomar el tren de la una en
punto y después de aproximadamente media hora de viaje, la señorita Justine,
que miraba por la ventana, me dijo:
- " ¡Mira,
aquí tienes uno de tus paisajes!"
Y en efecto lo reconocí de inmediato, y todo ese día
hasta la noche, vi con los ojos abiertos, ¡todo lo que había visto en la mañana
con los ojos cerrados!
Mapa del recorrido que efectuó Vsevolod Solovyov.
La ruta entre Bruselas y Elberfeld era completamente
desconocida para mí, ya que era la primera vez en mi vida que visitaba Bélgica
y esa parte de Alemania.
Al llegar a Elberfeld por la tarde, tomamos habitaciones
en un hotel y luego nos apresuramos a ver a Madame Blavatsky en la casa del
señor Gebhard.
La misma tarde, los miembros de la Sociedad Teosófica que
estaban allí con Madame Blavatsky nos mostraron dos soberbias pinturas al óleo
de los Mahatmas Morya y Kuthumi pintadas por el Sr. Schmiechen.
El retrato de Morya produjo especialmente en nosotros una
impresión extraordinaria, y no es sorprendente que en el camino de regreso al
hotel, hablamos sobre él y lo tuvimos ante nuestros ojos.
La señorita Justine puede relatar su propia experiencia
durante esa noche, pero esto es lo que a mí me sucedió:
Cansado por el viaje, me dormí plácidamente cuando de
repente, me despertó la sensación de una respiración cálida y penetrante. Entonces
abrí los ojos y en esa débil luz que entraba a la habitación a través de las
tres ventanas, vi ante mí una figura alta de un hombre, vestido con una larga y
blanca prenda flotante.
Y al mismo tiempo oí o sentí una voz que me dijo en un
idioma que no supe cual era, pero que entendí perfectamente que me pedía que encendiera
la vela. Y debo precisar que lejos de tener miedo, permanecí bastante tranquilo
y solo sentí que mi corazón latía rápidamente.
Entonces encendí la vela, y al encenderla, vi mi reloj
que estaba al lado y supe que eran las dos en punto de la mañana. Y la visión
no desapareció. Había verdaderamente un hombre vivo frente a mí, y reconocí al
instante el hermoso rostro del retrato que habíamos visto la noche anterior.
Él se sentó cerca de mí en una silla y comenzó a hablar,
y él habló por un largo rato, y entre otras cosas, me dijo que para que yo
tuviera la capacidad de percibirlo en su cuerpo astral, él había tenido que someterme
a mucha preparación, y que la última lección me había sido dada esa mañana
cuando vi, con los ojos cerrados, los paisajes que posteriormente tenía que ver
en realidad con los aojos abiertos ese mismo día.
Y luego me dijo que yo poseo un gran poder magnético, el
cual ahora se está desarrollando. Y le pregunté qué debería hacer con esta
fuerza, pero sin responder, él desapareció.
Estaba solo, la puerta de mi habitación estaba cerrada y
comencé a pensar que había tenido una alucinación, y hasta comencé a tener
miedo de que estuviera comenzando a perder la cabeza, pero apenas surgió esa
idea en mí, que una vez más vi al excelente hombre con túnica blanca. Él
sacudió la cabeza y sonriendo me dijo:
-
"Te aseguro que no
soy una alucinación y que no estás perdiendo la razón. Blavatsky te demostrará
mañana ante todos que mi visita contigo fue real."
Y entonces desapareció.
Vi por mi reloj que eran las tres en punto. Apagué la
vela e inmediatamente me dormí profundamente.
A la mañana siguiente, al ir acompañado con la señorita Justine
a visitar a Madame Blavatsky, lo primero que nos dijo con una sonrisa
enigmática fue:
-
"¡Bueno! ¿Cómo
pasaste la noche?"
Le respondí:
-
"Muy bien. ¿No
tienes nada que decirme?"
Y ella contestó:
-
"No, solo sé que el
Maestro estuvo contigo y con uno de sus alumnos."
Y esa misma tarde, el Sr. Olcott encontró en su bolsillo
una pequeña nota, que todos los teósofos atestiguaron que estaba escrita con la
letra del Maestro Morya y que decía lo siguiente:
-
"Ciertamente yo estuve allí, pero quien puede abrir los ojos
de aquel que no quiere ver."
Y esta fue la respuesta a mis dudas, porque todo el día
había estado tratando de persuadirme a mí mismo de que era solo una alucinación. »
(Fuente: Beatrice Hastings, “Solovyoff's Fraud”, Edmonton,
Alberta, Canada: Edmonton Lodge of the Theosophical Society in Canada, 1988,
p.27-29)
Y
posteriormente, al año siguiente Solovyov volvió a visitar a Blavatsky cuando
ella se encontraba en Wurzburgo (Alemania) y en esa ocasión se le materializó
una carta del Maestro Kuthumi.
(Y
su relato lo pueden leer aquí)
_ _ _
Los Maestros Kuthumi
y Morya se había acercado a Vsevolod Solovyov porque veían en él un gran
potencial, pero desafortunadamente Solovyov no supo apreciar la gran oportunidad
que se le dio y terminó desviándose feamente del sendero como lo detallo en
este otro capítulo (link).
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