William Stewart Ross fue
un escritor y editor escocés. Él fue un destacado pensador secularista y usó el
seudónimo de "Saladino". Entre 1888 y 1906 fue editor del Agnostic Journal, y cuando Blavatsky fue
incinerada, él escribió el siguiente artículo:
COMO LA VIO UN AGNÓSTICO
Desde el viejo
y gris Londres fuimos arremolinados entre los verdes campos y a través de numerosos
árboles frutales blancos como la vestidura de la colina de Soracte, ese día
seguimos hasta el horno de incineración los restos mortales de Helena Petrovna
Blavatsky.
Nos alejamos a
toda velocidad a través de llanuras pastadas por bueyes bien nutridos que
habrían hecho un holocausto digno de celebrar la victoria de Platea, y a través
de una lúgubre plantación de pinos resinosos que habrían hecho una pira
funeraria para Patroclo.
Y entre los
arbustos, los pájaros cantaban tan alegremente como lo hacían antes en el Edén,
y las prímulas salpicaban las verdes laderas con tanta fragancia y delicadeza
como en los viejos tiempos románticos, cuando alzaban los pies danzantes de
Titania y Oberón bajo el agua a la luz de la luna.
Y seguimos recorriendo
con nuestros muertos a través de esa tarde de cielo azul en el mes de mayo. No
llevamos a ningún guerrero a la pira. No necesitábamos bueyes y pino resinoso. Fuimos
a un horno mortuorio que más intenso que nunca enrojeció los cielos alrededor
de Ilium, o volvió horrible a Gehenna con humo untuoso y el olor de huesos
humeantes.
Acompañábamos a
las llamas a un oráculo, a una esfinge, o a una sibila, más que a cualquier
cosa que el mundo produce comúnmente en sus aldeas y pueblos ordinarios. Acompañábamos
los restos de la que fuera la niña alocada de Ekaterinoslow, que con mimbres
nupciales había atado, como un fenómeno, su joven corazón salvaje e impetuoso
al de la edad mansa y helada; y desde entonces en cada reino de este planeta
nuestro, ha pensado, trabajado y sufrido, y ha sido malinterpretada y calumniada.
El mundo sintió
su fuerza, y conoció la debilidad de los imbéciles parlanchines que en el censo
resultado componen los millones de habitantes de un país. Mabel Collins dice la
verdad cuando menciona que Madame Blavatsky despreciaba a la humanidad, pero se
olvida de decir que fue un cariñoso desprecio.
Ella no era ni
pesimista ni misántropa. Era simplemente una giganta íntegra y románticamente honesta,
que se medía con los hombres y mujeres con los que ella entraba en contacto, y
sentía el contraste, y no era lo suficientemente hipócrita como para fingir que
no lo sentía.
Pero ni
siquiera denominó a aquellos que la insultaron y agraviaron, más que con el
pequeño epíteto de "pelagatos", aun cuando estos asaltantes se
esforzaban por descuartizarla en alma y cuerpo, con numerosas y espantosas
heridas, y llenar estas heridas de sal y untarlas con vitriolo. Pero ella no
tenía más rencor contra sus adversarios que yo contra mi trasero.
Si Madame
Blavatsky, como cualquier otro hombre y mujer ambicioso, hubiera halagado a los
"pelagatos" y satisfecho sus prejuicios, estos
individuos le habrían pagado por sus servicios y le habrían otorgado el tipo de
carácter excelentemente rancio que obtendría uno en una situación como
predicadora metodista. Pero ella no era del tipo de predicadora metodista, y es
por eso que sus adversarios le dan un carácter que obtendría para el mismo
diablo una posición más exaltada en el infierno.
Ella se negó a
colocar sus pies en las mismas marcas en las que la Sra. Grundy pisó, incluso
como un águila no podría caminar durante leguas sobre las huellas de los cascos
de un asno.
Y los
"milagros" que Blavatsky produjo, ligeros como un juego de sesta, sus
adversarios eligieron asociarlos con la Teosofía. Pero comparar la Teosofía con
un juego frívolo de sesta, es tan incongruente como los cañonazos en Trafalgar.
La juzgaron por
el testimonio de una serpiente traicionera que Blavatsky había salvado de la
miseria, una señora Coulomb, una amiga renegada, la víbora más venenosa que el
mundo conoce, especialmente si la víbora es hembra. Y las vueltas, los
retorcimientos y los silbidos de esta serpiente son lo suficientemente
mezquinos y mediocres como para basar diabólicas aspersiones contra la mujer
fuerte, valiente y sencilla con cuyos restos viajamos al horno de Woking.
La incineración
Llegué al
crematorio en un vagón lleno de dolientes. Es un edificio de ladrillo rojo que
en apariencia parece una mezcla entre capilla, horno de tejas y chimenea de
fábrica. Se entra por una capilla mortuoria, y después de atravesarla emerges a
través de pesadas puertas plegables de roble, en un cuarto en medio del piso
del cual al final hay un gran objeto de hierro como la caldera de una
locomotora, pero sostenida e incrustada en mampostería.
Los teósofos se
arremolinaron alrededor de este objeto que parece una caldera con ansiosa pero
decorosa curiosidad. Uno de los asistentes giró en el extremo del objeto una
punta de hierro que dejó un orificio circular del tamaño de una corona. Los
presentes miraron sucesivamente hacia esta abertura. Me di cuenta de que la
mayoría echaba una rápida mirada y se alejaba con un escalofrío involuntario.
Cuando llegó mi
turno de asomarme, no me extrañó que mis predecesores se hubieran estremecido.
Si Virgilio, Milton o Dante hubieran visto alguna vez un infierno así, nunca
habrían escrito sobre el infierno en absoluto, renunciando al tema como
totalmente inefable.
Dentro de este
horno estaba lleno de flamas de fuego batidas por el brazo del mismísimo
diablo. Puedo mirar un horno común; pero nunca más miraré a través de ese ojo
de hierro hacia las vísceras del infierno.
Mientras lo
contemplaba, llegó el coche fúnebre y se detuvo en la grava frente a la puerta
de la capilla mortuoria. Llevaron el ataúd a la capilla y lo colocaron sobre un
caballete de roble, y todos nos pusimos de pie y nos destapamos.
El ataúd estaba
literalmente cargado y envuelto de flores, y un fuerte perfume impregnaba el
aire. Bajo esas flores yacían los restos mortales de aquella querida por todos
nosotros y que había ejercido una influencia personal.
El glamour con
el que evocaba hacia sí misma el respeto y el afecto humanos era un
"milagro" mayor que cualquiera de los que sus detractores nos han
llamado la atención. Solo fue igualado por el odio envenenado hacia ella con el
que aparentemente podía inspirar a sus enemigos. Y cómo pudo tener enemigos es
un "milagro" para mí, porque a pesar de sus enormes logros y su talento sin
igual, ella no tenía un vestigio de pedante y tenía el corazón sencillo de un
niño pequeño.
Fue casi la
única mortal que he conocido que no era una impostora. Y es despreciable la
flagrante y aparente ignorancia de quienes así la llaman. Estos individuos alegan
que ella "fundó una nueva religión".
¿Pero dónde y cuándo hizo ella o los suyos tal
afirmación?
Sobre la
autoridad de chismes populares mordaces, estos individuos afirman que la
"nueva religión", es como una burla siniestra antigua hacia la
religión que está en este país, establecida por la ley, y que ha sido
atestiguada por la taumaturgia y el milagro. Pero estos individuos ignoran los mismos
elementos de la Teosofía que hacen tal acusación.
Incluso si se
diera por sentado que gracias a un ingenioso juego, Madame Blavatsky encontró
una taza de té bajo tierra y místicamente reparó una bandeja llena de porcelana
rota, el hecho no tendría más conexión con la Teosofía que la que tiene la
Iglesia de Tenterden con la Goodwin Sands, o el tenis sobre hierba con el
cristianismo.
Estos
individuos, burladores de burlas baratas, si leyeran las obras de Blavatsky
encontrarían que la Teosofía es muy probablemente algo demasiado elevado para
su comprensión, pero algo que está inconmensurablemente alejado de la
posibilidad de ser asistido por la prestidigitación de un charlatán o los
malabarismos de un embustero.
El señor G.R.S.
Mead, un joven caballero de rasgos refinados y mucho espíritu de expresión, y quien había sido secretario privado y
amigo íntimo de Blavatsky, se acercó a la cabecera del ataúd, y mientras que
los demás permanecíamos en el silencio, muy solemne él leyó un discurso sorprendente
y de manera impresionante.
Mientras su voz
plateada subía y bajaba con una cadencia melancólica, yo fui arrastrado como en
una visión a la cañada donde:
"En acentos suaves y tranquilos,
Kilmahoe repartió el salmo,"
entre las
colinas llenas de brezo de mi propia tierra amada, a los herejes más severos y
menos alfabetizados que fueron perseguidos con fuego y acero, al igual que los
herejes entre los que ahora me encontraba fueron perseguidos con burlas y
calumnias.
Pero mientras
meditaba así se abrió la puerta del crematorio a la capilla, y cuatro empleados
entraron y de manera experta se dirigieron a cada extremo del caballete, y
levantándolo por las cuatro asas, salieron con él por la puerta.
Cuatro teósofos
que habían conocido y amado a Madame Blavatsky, y que como yo, habían considerado
haberse encontrado con la mujer más grandiosa, y a la que más han maltratado en
este mundo, siguieron sus restos a través de esa amplia puerta hasta el horno.
La masa de
flores nos arrojó otra gran fragancia a medida que desaparecían, y la gran
puerta se cerró de un portazo y se echó el cerrojo con una maestría decisiva
que sugería la caída del rastrillo en el Hades.
Tressel, el
ataúd y las flores habían desaparecido. Ahora estaban detrás de esa puerta
inexorable, como también los restos mortales de la mujer más fuerte, más
valiente y más noble que alguna vez agarrará esta pobre mano temblorosa,
demasiado mezquina y débil para escribir sus exequias.
"Renuncia
a tu vida si quieres vivir... Antes de que elimine su sombra de su cuerpo
mortal, ese curso preñado de angustia y dolor ilimitado, en él los hombres
honrarán a un Buda grande y sagrado... Cuando se sacrifique a lo Permanente lo
mutable, el premio es tuyo: la gota regresa de donde vino. El Camino Abierto
conduce al cambio inmutable: Nirvana, el glorioso estado de Absoluto, la
Bienaventuranza más allá del pensamiento humano."
(La Voz del
Silencio)
Recuerdos
Desde la
llegada de Madame Blavatsky a Inglaterra, el movimiento teosófico ha progresado
constantemente, principalmente entre los influyentes y educados, porque al
igual que el positivismo, la teosofía no ofrece refugio de indolencia mental y
letargo moral para los iletrados y los irreflexivos.
La conversa inglesa
más notable es la Sra. Annie Besant de quien siempre predijimos que con el
tiempo abandonaría el frío mundanismo
de los secularistas.
Cualquiera con
la capacidad de reconocer la grandeza humana y de discernir la luz Shekinah del Genio —y esto lo escribe
alguien que ha mirado el rostro de Carlyle— no podía dejar de saber que en el
mundo había una sola Madame Blavatsky.
Ella tenía un
encanto en la sublime sencillez de sus modales que atraía a sus seguidores como
el imán de la herradura atrae las limaduras de acero. Ella daba la impresión de
ser un personaje de cabeza cuadrada, rasgos ásperos, corpulenta, vestida
descuidadamente, con aspecto de Oliver Cromwell, mientras uno se sentaba a
solas con ella tomando un café y fumando cigarrillos que ella misma había elaborado.
Pero tenía ese
desbordamiento de alma que cae en suerte a unos pocos, y tales que, de no haber
sido por una fibra mental y un equilibrio superiores, la habrían impulsado,
como Wiertz y Blake, a cabalgar sobre corceles de fuego mientras la multitud consideraba
que su genio se había desvanecido con locura.
La suya había
sido una vida de tempestades, fatigas e inquietudes, que habían dejado sus
autógrafos escritos con crueldad en su rostro, y habían originado o acentuado
enfermedades incurables. Ella se mantuvo entre nosotros tomando dosis de
arsénico que habrían matado a los más fuertes. Y sin embargo era alegre y
sociable, incapaz de un pensamiento poco generoso, y no tenía ni una gota de
sangre en las venas.
Sus modales,
modo y forma de hablar eran demasiado poco convencionales para las convivencias
sociales. Ella podría usar expresiones de fuerza que son compatibles con
dragones apuestos en lugar de tipos tontos. Tenía esa tremenda fuerza de
idiosincrasia que puede prescindir de recibir lecciones de conducta del maestro
de baile. El tejo débil se ve mejor cuando se corta y se poda; pero el roble
del bosque parece más ventajoso en la posesión de toda la longitud y fuerza de
sus grandes brazos con los que ha luchado contra la rugiente tormenta.
Teosofía o no
Teosofía, la mujer más extraordinaria de nuestro siglo, o de cualquier siglo,
ha fallecido. Ayer el mundo tenía una Madame Blavatsky, hoy no tiene ninguna.
La matriz del entorno de herencia en el que fue moldeada se ha roto. A través
de las eras venideras del tiempo o de la eternidad, los fragmentos destrozados
de esa matriz serán recogidos y reparados, y otra Helena Petrovna Hahn nacerá
sobre la tierra, cuando la tierra esté lo suficientemente cuerda como para no
malinterpretarla, perseguirla y tratar de enterrar su nombre en un cataclismo
de falsedad, odio y calumnias.
Cualquier
persona discerniente que entrara en contacto con ella podría entender
fácilmente por qué ella era tan amada por algunos, y no menos fácilmente
conjeturar por qué ella era tan odiada por otros. Llevaba su corazón en la
manga.
Desafortunadamente
para cualquiera que espera "avanzar" en este mundo, ella no poseía ni
un solo jirón del manto de la hipocresía. Parloteaba en lugar de conversar
sobre personas y principios con alegre sarcasmo y feliz cinismo, pero para
quienes podían entenderla, sin siquiera sospechar amargura o malevolencia. Ella
no tenía nada de esa precisión restringida en el habla con respecto a amigos y
contemporáneos que adoptan las damas de sociedad.
No tenía malas
intenciones, por lo que no se le ocurrió que pudieran hablar mal de ella. Era,
si se quiere, demasiado simple, ingeniosa y directa; quería en discreción;
carecía por completo de hipocresía; y así se convirtió en un blanco fácil para
las flechas envenenadas de sus calumniadores.
Ahora, a través
de la muerte oscura y el fuego del crematorio, ha pasado de entre nosotros.
Aparte de la nobleza de su alma y la magnitud de sus logros, atesoro mucho el
recuerdo de alguien a quien amé, de un incomprendido a quien entendí y uno de
los pocos que alguna vez me entendieron.
El misterio al
que estamos pasando puede ser más rico por su presencia; pero este mediocre
mundo nuestro es tanto más pobre por su pérdida. Su muerte recae pesadamente
sobre mí, que era de su hermandad, pero que no comparto los estoicos consuelos
de su credo.
Para sus
seguidores ella sigue viva. La Madame Blavatsky que conocí "no puede ser
confundida en la mente de ningún teósofo con el mero instrumento físico que le
sirvió para una breve encarnación". La Madame Blavatsky que conocí está
muerta para mí. Por supuesto, todo lo que puede ser permanente o transitorio de
ella todavía gira en el vórtice del universo; pero ella vive para mí solo como
lo hacen otros en el rollo de lo bueno y lo grande, por el halo de su memoria y
la inspiración de su ejemplo.
Sus seguidores
son gnósticos en temas graves de teleología en los que yo soy sólo agnóstico.
Ellos tienen una comunión ininterrumpida con sus muertos, pero yo me dejo
llorar. No me corresponde a mí del todo saltar las barreras de los sentidos, y
por la luz divina de la percepción espiritual, contemplar la ayuda que se me
brinda desde ese terrible viaje del que ningún viajero regresa.
Para mí, Madame
Blavatsky está muerta, y otra sombra ha caído sobre mi vida, que nunca ha tenía
mucho sol para bendecirla.
Saladino.
(En Diario
Agnóstico.)
(Este
artículo fue publicado en la revista Lucifer
de julio de 1891, p.311-316; y posteriormente en el libro HPB: en memoria de Helena Petrovna Blavatsky, 1891, p.47-52)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario