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LA BRUJERÍA QUE SE EFECTUABA EN LOS NILGIRIS

 
Los Nîlgiris es un distrito que se encuentra en el sur de la India y en este artículo, E. H. Morgan, esposa del Major-General Henry Rhodes Morgan, relata varias experiencias que ella tuvo con la brujería que se practicaba en esa región en el siglo XIX.
 

 
Habiendo vivido muchos años (30) entre los Nîlgiris y habiendo empleado a personas de las diversas tribus de las colinas en mis propiedades y hablando sus idiomas, tuve muchas oportunidades de observar sus actividades, costumbres y la práctica frecuente de demonología y brujería que hacen entre ellos.
 
En las colinas de los Nîlgiris viven algunos pueblos semi-salvajes:
 
Primero el de los Curumberos, quienes a menudo son contratados en las propiedades vecinas y son taladores de bosque de primera clase.
 
Segundo los Tainos (Curumberos de la Miel) quienes se mantienen principalmente de la recolecta de miel y raíces, y no acuden a lugares civilizados.
 
Tercero, los Curumberos Mulú quienes son escasos en las laderas de las colinas, pero frecuentes en Wynaad, más abajo, en el valle. Ellos usan arcos y flechas y son aficionados a cazar, y frecuentemente se ha sabido que matan tigres; aproximándose a un cuerpo de distancia y disparándole sus flechas desde muy cerca.
 
En su avidez frecuentemente caen víctimas de este animal; aunque se supone que tienen poder sobre todos los animales, principalmente elefantes y tigres; y los nativos de la región aseguran que tienen el poder de asumir los formas de algunas bestias. Su ayuda constantemente es invocada tanto por los primeros Curumberos mencionados, como por los nativos en general, cuando desean vengarse de algún enemigo.
 
Además de estas variedades de Curumberos hay otras tribus salvajes que no señalaré, pues no se relacionan con lo que tengo que comentar, y a continuación mencionaré varios relatos que me ocurrieron y que se encuentran relacionados con la brujería que se practica en esta región.
 
 
Primer relato
 
Tengo en mi propiedad, cerca de Ootacamund, un grupo de jóvenes badâgas, unos 30 muchachos que están a mi servicio desde que eran niños y que se convirtieron en unos hombres muy útiles. De una semana a otra, eché de menos a uno que otro de ellos, y al preguntar si estaban enfermos me dijeron que habían muerto.
 
Un día de mercado me encontré con el Moneghar (autoridad) del pueblo al que pertenecía mi grupo y con algunos de sus hombres que regresaban a casa cargando sus compras.
 
En cuanto me vio él se detuvo y llegando hasta donde yo estaba me dijo:
 
-      “¡Estimada señora, tengo una gran pena y estoy muy preocupado, dígame qué me aconseja hacer!”
 
-      “¿Qué es lo que anda mal?”, le pregunté.
 
-      “Todos mis muchachos están muriendo y no puedo ayudarlos, ni evitarlo; están bajo un hechizo de los malvados Curumberos que está matándolos, y no puedo hacer nada”, me respondió.
 
-      “Explíquese”, le dije, “¿por qué actúan así los Curumberos y qué le están haciendo a su gente?”
 
-       “¡Ay señora!, esos tipos son unos viles extorsionadores, siempre están pidiendo dinero; les dimos una y otra vez hasta que ya no nos quedó más para darles. Les intenté explicar que ya no teníamos dinero y entonces me dijeron —Muy bien, como quieran; ya veremos—. Ciertamente cuando dicen eso sabemos qué va a suceder: por la noche cuando estamos todos dormidos, despertamos de repente y vemos a un Curumbero de pie entre nosotros, en medio de la estancia ocupada por los hombres.”
 
-      “¿Por qué no cierra bien con un pasador sus puertas?”, le interrumpí.
 
-      “¿De qué sirven pasadores y trancas contra ellos?”, me contestó, “ellos pueden atravesar paredes de piedra. Nuestras puertas estaban aseguradas, pero nada queda a salvo de un Curumbero. Luego el Curumbero sin decir una palabra señaló con su dedo a tres de nuestros muchachos, a Mada, a Kurira y a Jogie, y cuando volteamos de nuevo a verlo el Curumbero había desaparecido. En pocos días estos tres muchachos enfermaron con una fiebre baja que los consumió, su vientre se hinchó y murieron. Dieciocho muchachos han muerto este año de esa manera. Estos efectos siempre siguen a la visita de un Curumbero por la noche.”
 
-      “¿Por qué no los denuncia al gobierno?”, le pregunté.
 
-      “¿Uf, es inútil, quién se ocuparía de eso?”, me contestó.
 
-      “Entonces deles las 200 rupias que pidieron, pero esta vez bajo la solemne promesa de que no les exigirán nada más”, le respondí.
 
-      “Creo que tendremos que conseguir dinero en alguna parte”, dijo, mientras que con tristeza se daba la vuelta.
 
 
 
Segundo relato
 
El Sr. K es dueño de una propiedad de café cerca de aquí y como muchos otros plantadores,emplea a los Burgueros. En cierta ocasión, bajó las laderas de las colinas tras el bisonte y a otras piezas grandes, llevando con él a unos siete u ocho Burgueros como portadores de arma (además de otras cosas necesarias para andar por la selva: hachas para abrir paso, cuchillos y sogas, etc.).
 
Se encontró con un gran elefante con colmillos muy herido. Deseando apropiarse de esos colmillos se propuso seguir su presa, pero no podía obligar a sus Burgueros a ir más profundo y más allá en el bosque; porque estos tenían miedo de encontrarse con los Curumberos Mulú que vivían por los alrededores.
 
Durante largo rato trató de convencerlos pero en vano, finalmente a fuerza de amenazas y promesas los obligó a avanzar, y como no veían a nadie por los alrededores, aplacaron su miedo y se llenaron de valor, hasta que de repente se encontraron con el elefante muerto y para horror suyo la bestia estaba rodeada por un grupo de Curumberos Mulú ocupados en extraer los colmillos, uno de los cuales ya había sido desprendido.
 
Los aterrados Burgueros se replegaron y nada de lo que el Sr. K hizo o dijo los convenció de acercarse al elefante que los Curumberos resueltamente alegaban era suyo. Ellos aseguraban que lo habían matado. Muy probablemente lo habían encontrado tambaleándose debido a sus heridas y lo habían rematado. Pero, no era posible que el Sr. K dejara su pasatiempo favorito de esta manera, así que caminando amenazadoramente hacia los Curumberos, los obligó a retirarse, llamando al mismo tiempo a sus Burgueros.
 
Los Curumberos sólo dijeron “Ni siquiera se atreva a tocar al elefante” y se retiraron. El Sr. K inmediatamente después cortó el colmillo restante, amarró ambos con una cuerda sin problemas e hizo que sus hombres llevaran los colmillos. Les mostró que los Curumberos no le habían hecho daño y finalmente declaró que prefería quedarse toda la noche allí en lugar de perder los colmillos.
 
La idea de pasar una noche cerca de los Curumberos Mulú era demasiado angustiosa para los miedos de los Burgueros, por lo que finalmente terminaron por atar la cuerda a los colmillos y emprendieron el camino de regreso.
 
A partir de ese día, todos esos hombres, menos uno que probablemente era el que llevaba las armas, enfermaron, caminaban como muertos, como si hubieran sido embrujados, pálidos como fantasmas, y antes de que terminara el mes, todos habían muerto con una excepción.
 
 
 
Tercer relato
 
Hace unos meses, en el pueblo de Ebanaud, a unos cuantos kilómetros de éste, se supo de una terrible tragedia. El hijo del Moneghar, presentó una enfermedad mortal. Esto, aunado a varias muertes recientes, se atribuyó a las malas influencias de una aldea de Curumberos.
 
Los Burgueros decidieron acabar con cada una de esas almas. Pactaron la ayuda de un Toda, pues como siempre sucede en semejantes ocasiones, se supone que con su ayuda, los Curumberos son invulnerables. Se dirigieron por la noche a la aldea de los Curumberos y quemaron sus chozas, y cuando sus desdichados ocupantes intentaban escapar, los echaban para atrás hacia las llamas o los tundían a palos.
 
En la confusión, una anciana escapó inadvertidamente entre los arbustos adyacentes. A la mañana siguiente ella denunció lo sucedido ante las autoridades, indiciando a siete Burgueros entre quienes estaban el Moneghar y el Toda.
 
En calidad de asesinos de su gente, todos fueron traídos a comparecer ante el Tribunal, excepto el Moneghar que murió antes de que lo trajeran, y todos fueron sentenciados y ejecutados debidamente, es decir: tres Burgueros y el Toda a quienes se demostró que habían sido los principales asesinos.
 
 
 
Cuarto relato
 
Hace dos años un caso muy parecido tuvo lugar en Kotaghery, con los mismos resultados, pero sin igual castigo por lo que no tuvo un efecto disuasivo. Declararon en calidad de “prueba” para explicar las razones por las que habían cometido esos actos que los habían embrujado. Pero nuestro Gobierno hace caso omiso de cualquier asunto relacionado con lo sobrenatural y no cree en el poder que tiene el temor sobre la tierra.
 
En Rusia se tratan estos asuntos de manera muy diferente, ahí, en un caso reciente de naturaleza similar, se admitió a la brujería como circunstancia atenuante y todos los culpables de haber quemado a una bruja fueron absueltos.
 
Todo nativo de cualquier casta es bien consciente de estos terribles poderes y frecuentemente los usan — más de lo que se tiene idea.
 
 
 
Quinto relato
 
Un día mientras cabalgaba descubrí un objeto extraño y horrible, era una cesta conteniendo la cabeza ensangrentada de una oveja negra, un coco, 10 rupias, un poco de arroz y flores. No vi estos pequeños artículos pues no tuve el cuidado de hacer un examen más detenido; pero algunos nativos me dijeron que esos artículos también se encontraban en la cesta.
 
La cesta había sido colocada en la punta de un triángulo formado por tres delgados hilos atados a tres ramitas para que quien se acercara por cualquier lado del camino tropezara con los hilos y recibiera de lleno los efectos del Soonium mortal, como lo llaman los nativos.
 
Al investigar descubrí que era común preparar este Soonium cuando alguien tiene alguna enfermedad mortal y considera que pasar dicha enfermedad a otra persona es la única manera de salvar al enfermo, ¡y ay del infortunado que rompa uno de los hilos al tropezar!
 
 
(The Theosophist, septiembre de 1883)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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