PRIMER ENCUENTRO
En una entrevista que el diario Sunday Call le hizo al coronel Olcott, él comentó lo siguiente:
(24 de marzo de 1901)
El maestro Kuthumi hablaba francés y es muy poco probable que en el siglo XIX hubiera otros maestros en la India que hablaran francés, por lo que considero que el maestro que se apareció en Bombay y le dictó a Blavatsky esa carta para un amigo en París, lo más probable es que fue Kuthumi.
Y aunque Blavatsky también hablaba francés y por consiguiente ella pudo traducir al francés lo que el maestro que se presentó le dictó, fue con Kuthumi y Morya que Blavatsky y Olcott tuvieron la mayor interacción.
ENCUENTRO EN EL PUENTE WORLI EN BOMBAY
En esa misma entrevista al periódico Sunday Call, el coronel Olcott añadió:
(24 de marzo de 1901)
Considero que ese segundo encuentro también fue con el maestro Kuthumi y probablemente sucedió el 25 de marzo de 1880, y el coronel Olcott habló someramente al respecto en su libro "Las Hojas de un Viejo Diario I" diciendo:
« Otro encuentro notable fue en el puente de Worli, en Bombay, donde uno de esos hombres majestuosos me saludó cuando pasábamos en un coche H.P.B., Damodar y yo, respirando la brisa del mary admirando los relámpagos de calor; entonces le vimos avanzar hacia nosotros, acercarse hasta el coche, tocar en el hombro de H.P.B., alejarse unos cincuenta metros y desaparecer de pronto en medio de la calzada, a la luz de los relámpagos, y sin que hubiese por allí árboles ni arbustos, ni medio alguno de ocultarse. »
(Capítulo 24)
Y en el segundo tomo de su Diario el coronel Olcott dio más detalles:
« En la noche del 25, H.P.B., Damodar y yo tuvimos una experiencia muy sorprendente que he contado de memoria en otros lugares, pero que ahora debe ser repetida en su lugar apropiado según mis notas escritas en mi diario la misma velada.
Los tres nos dirigíamos en el abierto faetón que Damodar le había regalado a H.P.B. hasta el punto más alejado de la calzada conocida como el puente de Worli [Worli Bridge] para disfrutar de la fresca brisa del mar.
Estallaba una magnífica tormenta eléctrica, pero sin lluvia, con relámpagos tan vívidos que iluminaban los alrededores como si fuera de día. H.P.B. y yo fumábamos y todos hablábamos acerca de esto y de aquello, cuando escuchamos el sonido de muchas voces viniendo de la orilla del mar a nuestra derecha, de un bungalow situado en una calle transversal no lejos de la esquina donde estábamos sentados.
Entonces aparecieron un par de hindúes bien vestidos, riendo y conversando, nos pasaron y subieron a sus coches colocados en línea en la calle Worli, y se dirigieron hacia la ciudad.
Al verlos, Damodar quien estaba sentado con su espalda hacia el río, se paró y miró desde el coche. Mientras el grupo de los sociables amigos venía por el costado de nuestro vehículo, silenciosamente Damodar tocó mi hombro y con la cabeza me indicó que mirara en esa dirección.
Me levanté y vi detrás del último grupo una figura humana que se aproximaba sola. Como las otras también estaba vestida de blanco, pero el blanco de su traje hacía parecer gris el blanco de los otros individuos, como la luz eléctrica hace parecer opaca y amarilla a la más brillante luz de gas.
La figura de ese otro caballero era una cabeza más alta que el grupo que le precedía, y su paso era el mismísimo ideal de la graciosa dignidad.
Cuando se acercó a la distancia a la cercanía de nuestro caballo, se desvió del camino en nuestra dirección y ambos vimos que se trataba de un Mahatma.
Su blanco turbante y vestidura, la masa de cabello negro cayendo de sus hombros y su barba espesa, nos hizo pensar que se trataba de el Sahib [el maestro Morya] pero cuando llegó al costado del coche y se detuvo a no más de una yarda de nuestros rostros, y puso su mano sobre el brazo izquierdo de Blavatsky que lo descansaba en el costado del vehículo y nos miró a los ojos y respondió a nuestros reverenciales saludos, vimos entonces que no era Sahib sino otro Maestro cuyo retrato llevaba Blavatsky más tarde en un gran medallón de oro y que muchos han visto.
No dijo una palabra sino que silenciosamente se movió hacia la calzada, no poniendo atención, ni al parecer siendo notado por ninguno de los huéspedes hindúes mientras seguían en sus carruajes hacia la ciudad.
Los resplandores recurrentes de luz eléctrica lo iluminaron mientras estaba junto a nosotros, y su alta forma se mostraba contra el horizonte y la negra tierra de la calzada, y yo también advertí que una lámpara del último de los coches lo iluminó en altorrelieve cuando estaba a unos cincuenta pies de nosotros y en la calzada.
No había árbol ni arbusto que lo ocultara de nosotros, y podéis creer, lo mirábamos con intensa concentración. Un instante lo vimos, pero al siguiente se había marchado, desaparecido, como una de las luces de los relámpagos.
Bajo la presión de la excitación salté fuera del coche, corrí al lugar donde le vimos por última vez, pero no vi nada salvo la calle vacía y la parte trasera del coche que acababa de partir. »
(Capítulo 9)
ENCUENTRO EN LAHORE
Encontramos en el diario personal del Coronel Olcott la siguiente entrada en esa fecha en particular:
« 1:55 a.m., Kuthumi vino en cuerpo a mi tienda. Me despertó de mi sueño y de repente presioné una nota (envuelta en seda) en mi mano izquierda y él puso su mano sobre mi cabeza. Luego pasó al compartimento de Brown y también le materializó otra nota en su mano. Él me dijo que fue enviado por el Maha Chohan. »
(CW 6, p.23)
Y en su libro “Las Hojas de un Viejo Diario III”, el coronel Olcott detalló más al respecto:
« Mi campamento se había encontrado atestado de visitantes durante los tres días que duró nuestra estancia en Lahore y en donde di dos conferencias a las multitudes bajo la shamiana más grande (que es un pabellón abierto de lona), con grandes vasijas de fuego situadas a lo largo de los lados para atenuar el tremendo frío de noviembre, ya que el Punjab es el reverso del trópico en lo que respecta a las temperaturas en nuestros meses de invierno.
Mi muy capaz y amable intérprete era el Pandit Gopinath M.S.T., un periodista bien educado y de lo más emprendedor, un Brahmán de Cachemira, bien conocido por los teósofos por su lealtad inamovible hacia los dos Fundadores.
La noche del 19 de noviembre de 1883 me encontraba durmiendo en mi tienda de campaña, cuando, al sentir una mano sobre mi cuerpo, volví precipitadamente de regreso a la consciencia externa.
Y estando situado el campamento en una planicie abierta y fuera del alcance de la protección de la policía de Lahore, mi primer instinto fue de protegerme a mí mismo de un posible asesino fanático religioso, así que agarré los brazos del intruso y le pregunté en indostaní: ¿Quién era y qué quería?
Todo ocurrió en un instante, mientras mantenía con fuerza al hombre sintiéndome en peligro de ser atacado en cualquier momento y tener que defender mi vida. Pero al siguiente momento una voz dulce y amable me dijo:
- “¿Qué no me conoces? ¿No me recuerdas?”
Era la voz del Maestro Kuthumi, y al instante me sentí avergonzado y solté sus brazos. Junté las palmas de mis manos en saludo reverente [“Namaste”] y quería saltar fuera de la cama para mostrarle mi respeto, pero su mano y su voz me detuvieron.
Después de intercambiar unas cuantas palabras, él puso mi mano izquierda en la suya, juntando los dedos de su mano derecha en la palma de su mano izquierda, y permaneciendo en silencio junto en mi catre, desde donde yo podía ver su rostro divinamente benigno, por la luz de la lámpara que ardía sobre una caja de embalaje detrás de él.
Luego sentí una substancia suave que se formaba en mi mano, y al siguiente minuto el Maestro puso su benévola mano sobre mi frente, pronunciando una bendición y dejando la parte de la tienda de campaña que yo ocupaba, para visitar al Sr. Brown que dormía en la otra mitad, detrás de un lienzo que dividía la tienda en dos cuartos.
Cuando tuve tiempo para poner atención en mí mismo, me encontré sosteniendo en mi mano izquierda un papel doblado envuelto en un paño de seda.
Naturalmente mi primer impulso fue ir a la lámpara, abrirlo y leerlo. Y descubrí que era una carta con consejos de carácter personal, conteniendo profecías de la muerte de dos enemigos involuntarios de la Sociedad Teosófica y que se produjeron poco después con el fallecimiento del Swami Dayanand Saraswati y de Babu Keshab Chandra Sen.
Y un punto muy importante que hay que remarcar es que la escritura de esta carta (formada en mi propia palma por el propio Maestro Kuthumi) es idéntica a todas las otras cartas que el “sagaz” Netherclift (el grafólogo del Sr. Hodgson) después de mucho inspeccionarlas y disertarlas, llegó a la equivocada conclusión de que ¡habían sido escritas por Blavatsky! »
(Capítulo 3)
En este encuentro el maestro Kuthumi se presentó físicamente, mientras que en los encuentros anteriores él se presentó por medio de su cuerpo sutil.
Estos son los encuentros que conocemos, pero pudo haber más.
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