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HOMENAJE PÓSTUMO DE ALICE GORDON HACIA BLAVATSKY

 
Alice Gordon fue una teósofa inglesa que conoció a Blavatsky cuando ella vivía en la India, y posteriormente cuando Blavatsky murió, la Sra. Gordon escribió el siguiente artículo en homenaje hacia HPB.
 
 
 
REMINISCENCIAS DE MADAME BLAVATSKY
 
Fue en diciembre de 1879 cuando tuve el placer de ver por primera vez a Madame Blavatsky, cuando ella estaba de visita con el Sr. y la Sra. Sinnett, y me complace decir que la amistad que siguió duró sin disminución hasta el día de su muerte.
 
Mientras yo estaba en Inglaterra en 1878, investigué los fenómenos del espiritismo, y una dama espiritista a quien conocí mientras investigaba, me sugirió, cuando me escribió en la India, que debería conocer a Madame Blavatsky si se presentaba la oportunidad.
 
La curiosidad y el deseo de conocer al Sr. y la Sra. Sinnett (con el primero de los cuales había mantenido correspondencia mientras él trabajaba como editor del periódico Pioneer) me indujeron a emprender un largo viaje de unas treinta horas hasta Allahabad con este propósito; y ningún viaje en mi vida me ha retribuido tan bien, ni ha sido fuente de tanta y tan permanente satisfacción.
 
Tantos teósofos han escrito elogios sobre nuestra difunta amiga y maestra —H.P.B., como ella prefería que la llamaran— que creo que será preferible que me limite a un breve relato de mis impresiones sobre su carácter y de algunos de los incidentes que ocurrió durante esta breve visita a Allahabad, y después cuando nos encontramos de nuevo en Simla.
 
La filosofía oriental ha ocupado ahora, muy acertadamente, el lugar principal en su relación con la Sociedad Teosófica, y su nombre pasará a la posteridad más como exponente de estas doctrinas que como hacedora de maravillas; pero en el momento en que escribo, fueron los fenómenos asociados con su nombre los que nos atrajeron hacia ella. Pero debe reconocerse que ella siempre desaprobó este anhelo de maravillas y habló de tales fenómenos como "trucos psicológicos".
 
Sin embargo, nuestro deseo, y quizás un poco de interés que ella misma tenía en probar sus poderes, la indujo a mostrarnos algunos de estos "trucos psicológicos", incluso asegurándonos que no tenían ningún valor real en comparación con la enseñanza que yacía detrás de ellos.
 
El libro del Sr. Sinnett, El Mundo Oculto, da un relato tan completo de nuestras primeras experiencias que no me propongo entrar en detalles, pero siento que se debe sólo por respeto a su memoria añadir frente al abuso que se ha derramado sobre ella tanto en vida como después de su muerte, que nunca vi nada ni oí nada que me llevara por un momento a dudar de la realidad de los fenómenos que ocurrieron en su presencia.
 
Y también puedo decir con perfecta franqueza, que aunque ella era la mujer más intelectual que he conocido, considero que ella estaba constituida de tal manera que en su caso era imposible el engaño sistemático. Ella no tenía ni la astucia ni el autocontrol necesarios para tramar y ocultar, y vivía tan abiertamente entre sus amigos que las muchas falsedades sobre ella son absurdas para aquellos que han vivido en la misma casa con ella.
 
 
Blavatsky tenía el más bondadoso de los corazones, la más generosa de las disposiciones, y sin pretender ser perfecta, ella era una de esas personas muy queridas y respetadas por quienes la conocían más íntimamente. Y creo que no se le puede hacer a nadie un cumplido más grande que éste.
 
Sus mismos defectos, algunos de ellos provenían de una naturaleza demasiado abierta y generosa, una disposición demasiado grande para aceptar a todos los que acudían a ella y confiar en ellos.
 
A mí y a otros a veces nos parecía extraño que ella pareciera tener tan poco discernimiento de carácter; pero en algunos casos fue una esperanza por hacer el bien lo que probablemente la indujo a tolerar y hasta a mostrarse amistosa con aquellos que luego se volvieron en contra ella y trataron de dañarla.
 
¡Cuán intensamente sintió los vergonzosos ataques hacia ella!
 
Nosotros que la conocíamos bien, nos dimos cuenta y lamentamos, y a menudo traté de razonarla para que se sintiera indiferente por las opiniones de aquellos que no sabían nada de ella excepto lo que recogían de los relatos confusos y llenos de prejuicios en los periódicos.
 
Pero aunque ella personalmente sentía estas calumnias, gran parte de su sufrimiento provenía del temor de que la Causa que ella tenía en su corazón, y por la que trabajaba como nunca he visto a nadie trabajar en ninguna otra causa, fuera dañada por la calumnias contra ella.
 
Siempre me asombró la incansable energía que desplegaba; incluso cuando estaba enferma, luchaba por llegar a su escritorio y seguir trabajando. Le llena a uno de desprecio y de cólera pensar que aun cuando ella estaba fuera del alcance de la calumnia, algunos periódicos degradaron sus páginas con injurias y volvieron a publicar las falsedades que han encontrado crédula audiencia entre una clase que se enorgullece de su incredulidad.
 
 
Me he dado cuenta de que he dejado muy poco espacio para decir algo acerca de los muchos sucesos interesantes que ocurrieron durante nuestra amistad, y tal vez, pensándolo bien, no sea necesario repetirlos ya que pueden leerse en otra parte con mejores propósitos.
 
Aún para demostrar que tuve amplias oportunidades de conocerla bien, mencionaré que durante sus dos visitas a Simla la vi casi a diario, de hecho estuve en la misma casa durante tres meses, entrando y saliendo de su habitación en varios momentos del día.
 
Ella siempre fue cariñosa conmigo y yo le tuve un verdadero cariño, y siempre como hasta ahora, la defenderé ante el mundo. Y nosotros que sabemos que ella fue una mujer tan maravillosa, y también lo interesante y profunda que es la filosofía que ella ha presentado de manera destacada, sabemos que llegará un día en que el mundo reconocerá su grandeza y se dará cuenta de que nosotros que defendemos y reverenciamos su memoria no somos gente tonta y crédula, como supone el público engreído y generalmente ignorante de hoy en día.
 
 
(Este artículo fue publicado primero en la revista Lucifer de julio de 1891, p.374-375; y posteriormente en el libro HPB: en Memoria de Helena Petrovna Blavatsky, 1891, p.67-68)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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