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LAS ENSEÑANZAS DE JACOB BÖHME


 
 
UN ESTUDIO DE SUS OPINIONES Y ALGUNOS EXTRACTOS DE SUS ESCRITOS POR FRANZ HARTMANN, MD.
 
Jacob Bohme, conocido como "el filósofo que fue enseñado por Dios" y quien fue el más grande místico alemán del siglo XVI, era inicialmente un zapatero pobre y sin educación. Sin embargo escribió una gran cantidad de libros y sus escritos han proporcionado las bases sobre las cuales la mayoría de los más grandes filósofos alemanes han construido los sistemas de sus filosofías, un hecho que puede explicarse por la circunstancia de que sus escritos contenían grandes verdades palpables que vinieron a él, no por otros o por la lectura de libros, sino que fueron revelados a su conciencia interior por la luz divina de la iluminación espiritual.
 
Él no era lo que se suele llamar un "médium espiritual", su conocimiento era suyo y su iluminación se debía al crecimiento y a la cultura de su alma. Fue un rosacruz de primer orden como también lo indican los emblemas rosacruces que rodean su retrato.
 
Bohme nació en el año 1575 en Alt-Seidenburg, un lugar cerca de la ciudad de Goerlitz en Alemania, hijo de padres pobres, en su juventud pastoreaba ganado y luego fue enviado a la escuela donde aprendió a leer y escribir, y entró como aprendiz en una zapatería.
 
Allí fue visitado por lo que parece haber sido un adepto, quien le dijo que sería un gran hombre y que el mundo se interesaría por él, y después de darle algunos buenos consejos sobre su conducta futura, el visitante desapareció.
 
Este evento causó una gran impresión en la mente de Bohme. Llevó una vida muy piadosa, estudió la Biblia, meditó y oró, y en el año 1610 tuvo lugar su tercera iluminación e iniciación en los misterios divinos.
 
Desde esa fecha hasta el momento de su muerte en 1624, escribió una treintena de libros llenos de revelaciones divinas sobre Dios y los ángeles, el cielo y el infierno y los secretos de la naturaleza.
 
Sus escritos no son meramente científicos sino que están también llenos de un espíritu verdaderamente religioso, y él solía decirles a los que simplemente querían "saber":
 
  -  "¿De qué me sirve una ciencia que no es al mismo tiempo una religión?"
 
Significado con eso: ¿De qué me beneficiaría buscar meramente la gratificación de mi curiosidad científica acerca de lo que pertenece a los misterios de la divinidad, si no se me mostrara el camino para llegar a ese estado de divinidad en el que yo mismo puedo experimentar esos misterios y disfrutar de la vida divina?
 
Por consiguiente el crecimiento del intelecto debe ir acompañado de la elevación de la mente y la expansión del alma.
 
 
Sus enseñanzas eran demasiado profundas para que las entendiera el clero protestante intolerante, arrogante y de mente estrecha que existía en la ciudad en la que él vivía; y como Bohme afirmó que el hombre podía alcanzar la salvación sin la intervención de sacerdotes, ceremonias y expiación vicaria, él despertó los celos del párroco principal y se convirtió en objeto de su odio y persecución severa.
 
Ese “siervo de Cristo” usó su influencia con las autoridades para hacer que el pobre zapatero fuera desterrado del pueblo. Bohme tuvo que huir para escapar del encarcelamiento en un calabozo; pero la opinión pública estaba a su favor y los ciudadanos insistieron en que retiraran la acusación y lo trajeran de regreso al pueblo. El odio del clero sin embargo continuó hasta el momento de la muerte de Bohme, que tuvo lugar el 20 de noviembre de 1624.
 
Su enemigo, el párroco principal Gregorius Richter, rechazó un entierro decente para su cuerpo, y como el Ayuntamiento de Goerlitz en constante temor del sacerdote enfurecido no estaba seguro de qué hacer, el cadáver permaneció sin ser enterrado durante muchos días, hasta que finalmente fue enterrado de manera solemne por la intervención y orden del Conde Católico Hannibal, pero el párroco fingió estar enfermo y no asistió.*
 
(* Para más detalles lean mi libro: “La vida y doctrinas de Jacob Bohme”, Kegan Paul, 1891.)
 
 
 
 
Su enseñanza provino de lo divino
 
Los escritos de Bohme no son meramente de tipo "religioso", es decir que no apelan solamente a las emociones, sino que también son altamente científicos; pero la ciencia contenida en ellos es "oculta" porque requiere para su comprensión de un estado superior de conciencia que el cerebro físico no puede captar y por eso se requiere del poder superior para percibir las verdades espirituales.
 
Por lo tanto los escritos de Bohme en la actualidad son leídos por muy pocas personas y son aún menos entendidos. La mente mortal no sabe nada acerca de las cosas que pertenecen al Yo Superior; es ciego en el Reino de Dios.
 
Dice Jacob Bohme:
 
« Estos escritos trascienden el horizonte del razonamiento intelectual y su significado interior está más allá del ámbito de la especulación y la argumentación científica; su comprensión requiere que la mente esté en un estado divino, capaz de ser iluminada por el espíritu de la verdad. »
(Cartas, xviii, 9)
 
Y la ausencia de esta percepción superior y la no realización de la naturaleza divina del hombre impiden que la ciencia material entre en el reino de la verdad eterna.
 
« La ciencia no puede abolir la fe en el Dios que todo lo ve sin adorar en su lugar al intelecto ciego. »
(Cuatro contemplaciones)
 
Pero al hablar de "fe", Bohme no se refiere a una fe muerta en la veracidad de algún dogma o en una emoción religiosa ciega, sino al verdadero poder vivo de la fe en Dios y cuya sabiduría impregna el universo con su gloria.
 
« La verdadera fe es que el espíritu dentro del alma de verdad entra con su voluntad y aspiración en lo que uno no ve ni siente. »
(Cuatro contemplaciones, 85)
 
Por lo tanto el conocimiento oculto real no surge de ninguna observación objetiva externa o interna, sino que es la revelación interior de la luz de la verdad eterna dentro de la autoconciencia del alma humana.
 
« La verdadera comprensión de las verdades ocultas nace de Dios. No es producto de las escuelas en las que se enseñan las ciencias humanas. Y al decir esto no es con intensión de tratar las adquisiciones intelectuales con desprecio, e incluso si hubiera obtenido una educación más elaborada seguramente me hubiera sido una gran ventaja mientras mi mente recibía el don divino; pero agrada a Dios convertir la sabiduría de este mundo en locura y dar su fuerza a los débiles para que todos se inclinen ante él. »
(Cuarenta preguntas, xxxvii, 20)
 
 
Sería erróneo suponer que Jacob Bohme fue lo que se suele llamar un médium inconsciente, escribiendo mecánicamente bajo la influencia de alguna entidad astral y sin comprender la fuente de sus inspiraciones.
 
Él, como H.P. Blavatsky y otros iniciados de ese tipo, entendió bastante bien las verdades que le fueron reveladas por su “Maestro” cada vez que abría su mente a la luz del Yo Superior; pero cuando su conciencia residía dentro de su yo inferior, estas altas verdades aparecían naturalmente más allá de su alcance.
 
« Lo digo ante Dios y lo testifico ante su tribunal donde todo debe aparecer, que yo en mi ser humano (mortal) no sé de antemano lo que tendré que escribir; pero cada vez que escribo, el Espíritu me dicta lo que debo de escribir y me muestra todo con una claridad tan maravillosa que muchas veces no sé si estoy o no con la conciencia en este o en otro mundo.
 
Cuanto más busco, más encuentro, y continuamente estoy penetrando más profundo; de modo que a menudo me parece como si mi persona pecadora fuera demasiado baja e indigna para recibir un conocimiento de misterios tan elevados y exaltados; pero en esos momentos el Espíritu despliega su estandarte y me dice: “He aquí, en esto vivirás eternamente y serás coronado con ello.” »
(Cartas, ii, 10)
 
Esta, sin embargo, es la experiencia de todo ocultista entrenado o de todo gran genio, y prueba la existencia de una doble naturaleza en el hombre, o quizás para expresarlo más correctamente: de dos polos opuestos del alma humana, cada uno con su propia naturaleza, cualidades, sensaciones y poderes especiales. Uno siempre luchando por elevarse hacia el reino del espíritu, y el otro apegado a la materia y gravitando hacia abajo hacia el reino de las ilusiones de los sentidos.
 
Por lo tanto el conocimiento oculto real solo puede lograrse uniendo la conciencia de uno con la propia naturaleza divina del otro. Nadie puede conocer el reino de Dios a menos que entre en él, y como este reino es el reino del amor en el que no hay lugar para deseos egoístas o auto-gratificación, está solamente abierto para aquellos que lo han (al menos temporalmente durante los estados de exaltación religiosa) abandonado todo: pensamiento de sí mismo o la adquisición de ventajas personales, ya sean intelectuales o materiales.
 
El verdadero ocultista es aquel que vive en el espíritu de la verdad, porque entonces el espíritu de la verdad está vivo y consciente en él. El verdadero ocultista no debería desear obtener conocimiento o poder espiritual con el propósito de obtener beneficios materiales; no debería desear ser célebre o renombrado, sino más bien desear que el conocimiento lo conduzca hacia la glorificación del Yo Superior, la divinidad en la humanidad.
 
« Nunca quise saber nada de los misterios divinos, ni comprendí cómo podría buscarlos o encontrarlos. No busqué nada excepto el corazón de Cristo (el centro de la sabiduría divina) y le pedí fervientemente a Dios su Espíritu Santo y misericordia, para que Él pudiera bendecirme, conducirme y quitarme todo lo que pudiera apartarme de Él, para que no viva en mi propia voluntad (personal) sino en la Suya.
 
Mientras me dedicaba a una búsqueda tan ferviente, se me abrió la puerta de modo que en un cuarto de hora vi y aprendí más que si hubiera estudiado durante muchos años en las universidades. »
(Cartas, xii, 6, 7)
 
 
A la luz de la verdad que pertenece al Yo Superior, los deseos e ilusiones de la mente carnal desaparecen como la niebla ante los rayos del sol naciente. Y si el yo inferior pudiera absorber algo de esta luz espiritual y aprisionarla dentro de la mente carnal, surgiría entonces el peligro de su profanación por el mal uso de los poderes divinos.
 
Esto conduciría hacia la magia negra y a la perdición eterna. Los poderes divinos deben emplearse únicamente al servicio de Dios, es decir al servicio de lo bueno y útil para la humanidad y toda la creación.
 
« Cientos de veces he rezado a Dios rogándole que me quite todo conocimiento si no sirve para su glorificación y para mejorar la condición de mis hermanos, y que me retenga sólo en su amor. Pero cuanto más oraba, más se encendía el fuego interno dentro de mi cuerpo, y en tal estado de ignición ejecuté mis escritos. »
(Cartas, xii, 60)
 
« Sobre todo examínate a ti mismo: para qué deseas conocer los misterios de Dios y si estás dispuesto a emplear lo que recibes para la glorificación de Dios y el beneficio de tu prójimo. ¿Estás listo para morir por completo a tu propia voluntad egoísta y terrenal, y desear fervientemente convertirte en uno con el Espíritu? Aquel que no tiene un propósito tan elevado no es apto para recibir tal conocimiento divino. »
(Clovis, ii, 3)
 
Así Jacob Bohme, como todo verdadero ocultista, insiste en la necesidad del auto-sacrificio mediante el cual se alcanza la "muerte mística" y se produce la regeneración espiritual que conduce al nacimiento de nuevas facultades y al despertar de los poderes superiores que yacen dormidos dentro del alma.
 
 
El sendero a través del cual un ocultista tiene que seguir consiste en una batalla constante de la naturaleza superior con la inferior, no por una mera supresión de la inferior, sino por un ascenso de la mente por encima de la región de la inferior, por medio de la cual se obtiene la victoria.
 
Por consiguiente se verá que no todo el mundo está preparado para una comprensión profunda de los escritos de Bohme. Se dice que "al que nada desea para sí mismo, todo le será dado". Pero la mayoría de los investigadores buscan algo para sí mismos, y muchos leen libros sobre temas ocultistas simplemente con el propósito de criticarlos o para ver si contienen algo que esté de acuerdo con sus propios prejuicios o puntos de vista.
 
Otros se aferran toda su vida ciegamente al faldón de alguna autoridad aceptada, y solo unos pocos pueden pararse sobre sus propias piernas.
 
Pero el objetivo final del verdadero ocultista no es convertirse en un creyente ciego en las doctrinas de alguien, o ser llamado seguidor de tal o cual maestro, sino recorrer uno mismo el camino mostrado por los sabios; y el estudio de sus escritos es un medio de abrir la mente y hacerla capaz la auto-percepción y realización de la verdad divina. Por lo tanto Bohme dice con respecto a la lectura de sus libros:
 
« El que los lee y no los comprende, no debe dejarlos a un lado imaginando que nunca podrán entenderlos. Lo que debe de hacer es elevar su alma hacia Dios, pedirle gracia y comprensión, y luego volver a leerlos.
 
Entonces ganará en percibir más verdad que antes, hasta que por fin el poder de Dios se manifestará en él y será arrastrado a las profundidades del conocimiento divino, hacia el fundamento sobrenatural (espiritual), hacia la unidad eterna de Dios.
 
Entonces oirá las palabras de Dios, reales pero inexpresables que lo conducirán a través de la radiación divina de la luz celestial, que existe incluso dentro de las formas más burdas de la materia terrestre, y de allí de regreso a Dios, y el Espíritu de Dios lo escudriñará por todas partes en él y con él. »
(Clavis, Prefacio, 5)*
 
(* Es remarcable que esto coincide con la Bhagavad Gita en donde está escrito: "El que me ve en todo [o sea el Espíritu universal], es el verdadero vidente", c. xiii, 27.)
 
 
 
 
Análisis de su enseñanza
 
Si echamos un vistazo superficial a las enseñanzas de Bohme (ya que un examen detallado no es posible dentro de los límites de este artículo) encontramos que armonizan completamente e incluso son idénticas con las enseñanzas de la teosofía moderna, aunque su modo de expresión difiere del de Blavatsky.
 
Sin embargo en los dos casos están de acuerdo con respecto a la unidad del Todo y que el universo visible no es esencialmente diferente de la Deidad sino una manifestación de Su poder creativo. La Deidad misma es incognoscible para la mente mortal.
 
« Nosotros mismos solamente somos partes del todo, y podemos concebir y hablar sólo de partes, pero no del todo. »
(Vida triple, ii, 66)
 
« Aconsejo al lector, siempre que hablo de la Deidad y su gran misterio, que no conciba lo que digo como si estuviera destinado a ser entendido en un sentido terrestre. A menudo me veo obligado a dar nombres terrestres a lo celestial para que el lector pueda formarse alguna concepción, y meditando sobre ello penetre en el fundamento interior. »
(Gracia, iii, 19)
 
« Dentro de la infundación (No-Ser) no hay más que tranquilidad eterna, un descanso eterno sin principio y sin fin. Pero es cierto que incluso allí Dios tiene voluntad, sin embargo ese poder no puede ser objeto de nuestra investigación. Concebimos que esa voluntad constituye el fundamento de la Deidad. No tiene origen (en ninguna cosa exterior) sino que se concibe dentro de sí mismo. »
(Menschwerdung, xxi, 1)
 
« Dios es la voluntad de la sabiduría eterna y la sabiduría generada de él es su revelación. Esta revelación tiene lugar a través de un triple espíritu. Primero por medio de la Voluntad eterna en su aspecto de Padre; luego por medio de la misma Voluntad eterna en su aspecto de amor divino, el Hijo, centro o corazón del Padre; y finalmente por medio del Espíritu, el poder que emana de la Voluntad y del Amor: el Espíritu Santo»
(Mysterium magnum, i, 2, 4)
 
Este es el gran Misterio de la triunidad de la Deidad, el triple aspecto del Espíritu creativo.
 
« Dentro de la infundación (lo Absoluto) la Divina Voluntad concibe en sí el deseo de manifestarse. Este deseo o amor es el poder concebido por la Voluntad o Padre; es el Hijo, corazón o asiento (el primer fundamento dentro de la falta de fundamento o falta de fundamento), el primer comienzo dentro de la Voluntad. La Voluntad se expresa abiertamente por medio de este para concebirse a sí misma, y esta emisión de la Voluntad al hablar o respirar es el Espíritu de la Divinidad. »
(Mysterium, i, 2)
 
 
Según Bohme, el universo no tiene existencia separada de su creador, la Palabra divina es comparable a un espejo en el que el Espíritu trino contempla su propia imagen.
 
« La sabiduría está ante Dios como un espejo o reflejo en el que la Deidad se ve a sí misma y las maravillas de la eternidad que no tienen ni principio ni fin en el tiempo. Ella es como un espejo de la Deidad, y como cualquier otro espejo, simplemente se queda quieta, no produce una imagen, simplemente la concibe. »
(Menschwerdung, i, 1, 12)
 
Todas las forma naturales que existen en la creación tienen sus prototipos en los mundos invisibles superiores; cada cosa material es expresión de una idea, una idea que termina materializándose. Y del mismo modo el hombre es un producto del pensamiento, y antes de asumir su estado material actual, su cuerpo era de un tipo etéreo.
 
« En las criaturas de este mundo encontramos por doquier dos estados de unión en uno; primero un ser espiritual eterno, y segundo uno que tiene un principio y es por lo tanto temporal y corruptible.
 
Por ejemplo un árbol. Exteriormente tiene una cáscara dura y áspera aparentemente sin vida, pero el cuerpo del árbol tiene un poder vivo que rompe la corteza dura y genera ramas y hojas, que sin embargo todas esas ramas y hojas tienen sus raíces en el cuerpo del árbol.
 
Así ocurre con todo el cuerpo de este mundo en el que también la santa luz de Dios parece haberse extinguido porque se ha retirado a su propio principio y por tanto parece muerta, aunque todavía existe en Dios. El amor sin embargo una y otra vez irrumpe en esta misma casa de la muerte y genera ramas santas y celestiales en este gran árbol, y que se enraízan en la luz. »
(Aurora, xxiv, 7)
 
« El hombre original primitivo en su estado paradisíaco era un ser espiritual, su cuerpo era indestructible y luminoso; el amor divino iluminaba su interior como el sol ilumina el mundo. El hombre espiritual (comparable a una esfera de pura luz e inteligencia) mantuvo al externo aprisionado en sí mismo y lo penetró. Del mismo modo como una pieza de hierro brilla y se vuelve luminosa si es penetrada por el calor de un fuego, de modo que parece como si fuera el fuego mismo; pero cuando el fuego se apaga, sólo aparece el hierro negro oscuro. »
{Mysterium, xvi, 7)
 
 
La mente del hombre paradisíaco era inocente y pura, poco sofisticada y como la de un niño. No había en él conocimiento del mal y en consecuencia tampoco había conocimiento del bien, no había avaricia, orgullo o ira, sino un puro goce del amor.
 
Luego vino el deseo de la afirmación de la existencia individualizada, que fue seguido en el transcurso de las edades por su descenso hacia la materia y su caída en la generación.
 
En su estado divino, semejante a un dios, el hombre tenía el poder sobre todas las cosas, porque todas las cosas existían en él y no había nada externo que pudiera hacerle daño. Su dominio se extendía hasta el cielo y por todo el mundo inferior, sobre todos los elementos y las estrellas. El fuego, el aire, el agua y la tierra no podían dañarlo, su cuerpo podía atravesar las rocas y todos los que vivían lo admiraban.
 
Pero a pesar de todo eso, el hombre, aunque estaba dotado de gran esplendor, todavía no disfrutaba de una verdadera semejanza con Dios.
 
Mientras estaba en armonía con el espíritu universal, su conciencia y el alcance de sus poderes eran universales; pero cuanto más se individualizaba y su espíritu se encarcelaba dentro del caparazón cada vez más estrecho creado por su delirio de sí mismo y su separación, más se restringía la esfera de su conciencia y se limitaba el alcance de sus poderes.
 
Así el humano perdió su condición etérea y cayó en un estado material.
 
« La imagen angelical se ocultó entonces por completo. Las criaturas (elementales) obtuvieron poder en el hombre. Hay personas que viven con la calidad de una serpiente y están llenas de malicia astuta y venenosa; otros viven con la calidad de un sapo o un perro, un oso o un lobo; o uno puede también tener la cualidad de algún amable animal domesticado. Todos los hombres están formados exteriormente a la imagen humana; pero dentro de la cualidad está sentado el animal. »
(Gracia, vii, 3, 4)
 
 
Antiguamente el humano se procreaba a sí mismo sin la necesidad de otro, siendo hermafrodita; pero a medida que se volvió más material tuvo lugar la división de los sexos masculino y femenino. Antiguamente su voluntad y pensamiento estaban en plena armonía, pero ahora se dividieron.
 
« Si Dios hubiera hecho al humano para esta vida terrena: corruptible, pobre, enfermizo y bestial, entonces no lo habría puesto en el Paraíso. Si originalmente Dios hubiera tenido la intención de que la humanidad se procrease a sí misma como lo hacen los animales, entonces habría convertido a los humanos en hombres y mujeres desde el principio. »
(Mysterium, xviii, 3)
 
(Observación de Cid: Blavatsky explicó que originalmente los humanos no estaban destinados a engendrar como lo hacen los animales, pero la humanidad decidió optar por esa forma de procreación.)
 
 
 
Requeriría demasiado espacio para entrar en un examen de la descripción de Bohme sobre las "Siete Cualidades" o principios de la naturaleza eterna. Basta decir que son los siete poderes creados por la acción del Verbo (Logos) y corresponden a los siete Tattwas de la filosofía india. Bohme los declara de la siguiente manera:
 
   1. Deseo (Voluntad o Espíritu).
   2. Movimiento.
   3. Sensación.
   4. Vida (Conciencia o Fuego).
   5. Amor (sonido).
   6. Inteligencia (Luz).
   7. Sabiduría (Sustancialidad o Corporeidad).
 
« Los tres primeros principios son simplemente cualidades que conducen hacia la vida; el cuarto es la vida misma; pero el quinto es el verdadero espíritu que tiene dentro de sí todos los poderes de la sabiduría divina. »
(Gracia, iii, 26)
 
El séptimo principio es el estado del ser en el que todos los demás principios manifiestan su actividad como el alma en el cuerpo. Se le llama Naturaleza, y también la sabiduría eterna esencial o cuerpo de Dios, y en ella toman forma todas las figuras celestiales. De ella surge toda la belleza y toda la alegría.
 
Si este espíritu (en todo) no existiera, Dios no sería perceptible.
 
« La sabiduría es la substancialidad del espíritu. El espíritu lo usa como una prenda y se revela así. »
(Vida triple, v, 50)
 
Por lo tanto parece que la perfección del hombre consiste en que se le revele la sabiduría divina. Y cuando esto ocurre, su naturaleza se transforma y esto se llama la "regeneración espiritual del hombre".
 
Se produce cuando la sabiduría divina se manifiesta en el hombre de modo que todo su ser se llena de Dios y se ilumina, como la oscuridad se vuelve luminosa y desaparece cuando se llena de luz.
 
Contemplamos el mundo exterior con sus estrellas y los cuatro elementos en los que vive el hombre y todas las criaturas. Este no es Dios y no se llama Dios; Dios habita allí, pero la esencia del mundo externo no lo comprende.
 
”Eternamente la luz brilla en las tinieblas; pero las tinieblas no lo comprenden”.
 
 
La naturaleza no es Dios, ni el hombre, en su aspecto de producto de la naturaleza, puede convertirse en Dios. En nuestra individualidad humana no podemos entrar en la Deidad, pero lo que en el hombre es divino puede manifestarse en él.
 
El hombre tiene un triple aspecto. En un aspecto habita continuamente en los mundos superiores, el reino de la luz, y es miembro del cuerpo de Cristo; en otro aspecto está rodeado por los poderes de las tinieblas y sujeto a su influencia, y en otro aspecto es como un animal hecho de carne mortal.
 
Sin embargo no hay tres entidades en un ser humano; él es solo uno. Su regeneración espiritual no depende de su aprendizaje y de sus adquisiciones científicas; pero debe haber un intenso deseo interior de volverse uno con el aspecto más elevado de sí mismo, de tener ese ideal más elevado realizado dentro de sí mismo, de modo que pueda tomar sustancialidad y forma dentro y convertirse así en su propio yo real.
 
« Si el alma ha de recibir una ventaja real y un fruto de la oración, entonces debe apartarse de todas las criaturas y cosas terrestres y permanecer en su pureza ante Dios. No dejes que la carne con sus deseos coopere en tu meditación u oración, porque los deseos terrenales no pueden introducirse en lo divino. »
(Oración, xxxiv)
 
 
La única práctica de Yoga digna de consideración es aquella en la que no prevalece ningún pensamiento o propósito egoísta. Todas las prácticas, como las oraciones o ceremonias, la formación de "círculos", la celebración de reuniones para la comunión de pensamientos con el propósito de obtener algún objeto egoísta o material, aunque sea solo con el propósito de obtener poderes psíquicos o con miras buscar la propia salvación es un mal uso de los poderes divinos y un crimen, que en última instancia conduce hacia la “magia negra”, y seguido también hacia la enfermedad física, la locura o la destrucción moral.
 
"Solo los de limpio corazón pueden ver a Dios".
 
« La oración es la unión con Dios realizada por el sacrificio de la voluntad personal. La voluntad necesaria para orar es demasiado débil para lograr algo mientras se origina en algún deseo personal; pero si el poder divino interior actúa sobre él, entonces se vuelve ardiente, fuerte y Dios mismo actúa en él. »
(Oración, xxix)
 
 
Mendigar no es rezar. Si uno le ruega a Dios por algún favor personal para obtener alguna ventaja, ama su ventaja más que a Dios.
 
El proceso de regeneración espiritual o adeptado no es obra de un momento. El hombre interior regenerado no es un simple espíritu o alma incorpórea, sino un ser sustancial revestido de luz. La regeneración espiritual, al igual que el crecimiento físico, tiene sus etapas de desarrollo.
 
Dentro del hombre terrenal de carne nace un nuevo hombre espiritual con poderes divinos de percepción y una voluntad divina, matando día a día los deseos de la carne y haciendo que el mundo celestial interior se manifieste en el mundo exterior, acercándose gradualmente al estado divino. Sin embargo nadie debe imaginarse seguro incluso después de haber alcanzado la regeneración espiritual, porque puede volver a perderla.
 
El alma durante su vida terrestre está encadenada por tres temibles cadenas: la primera es la influencia del mundo oscuro, cuyo centro es el engaño del yo del que surgen los deseos egoístas; la segunda es el diablo de la ambición con sus consiguientes vicios (orgullo, envidia, avaricia, ira, intolerancia, etc.); y la tercera y más peligrosa es la concupiscencia de la carne y sangre mortal corruptible que está llena de malas inclinaciones.
 
Juntas con la región de las estrellas (el plano astral) donde como en un inmenso océano, el alma está flotando, y que la hace infectarse e inflamarse diariamente en el pecado.
 
« El pobre humano está tan ciego que ni siquiera reconoce las pesadas cadenas con las que está atado. Si el hombre exterior pudiera tener los ojos abiertos espiritualmente, estaría aterrorizado al ver las horribles influencias y formas que rodean este mundo. »
(Encarnación, xi, 6)
 
 
Para aquellos que tienen algún conocimiento de un estado superior de existencia, la vida en este cuerpo material, mortal y corruptible no es un objeto de gozo o muy deseable, y el objeto de nuestra vida en esta tierra debería ser morir continuamente con respecto a nuestra vida en el sentido de separación y aislamiento, y vivir solo en el amor de Dios y trabajar en su servicio en beneficio de todas las criaturas.
 
Jacob Bohme no defiende la creencia en un Dios universal personal, ni en un demonio universal personal, lo que implicaría una contradicción en los términos, porque la personalidad implica limitación y un ser limitado no puede ser universal.
 
Pero en cambio él tiene mucho que decir sobre los ángeles y los espíritus buenos y malos, y seres en los que se ha manifestado el principio de la mala voluntad y que por lo tanto son representaciones personales de poderes malignos o diabólicos, como la lujuria, el orgullo, la avaricia, la envidia, el odio, la malicia, etc.
 
Dios y el Cristo, ángeles y demonios residen dentro de nosotros. Lo semejante atrae a lo semejante; no podemos contemplar un ángel o un diablo, a menos que haya algo angelical o diabólico en nosotros. El diablo (en el hombre) no sufre ningún dolor procedente del exterior, la causa de su sufrimiento está en él mismo.
 
« Los cuatro principios inferiores sin la luz eterna son el infierno. »
(Vida triple, ii, 50)
 
« Lo que hacen los malvados de este mundo en su malignidad y falsedad también lo hacen los demonios en el mundo de las tinieblas. »
(Seis puntos teosóficos, ix, 18)
 
« Cada uno que causa sufrimiento a otro es el diablo del otro. »
(Vida triple, xvil, 10)
 
 
La posesión de un cuerpo físico es la protección del hombre contra convertirse en demonio.
 
« Dios hace que el alma entre en carne y hueso, para que no sea tan fácil de recibir y someterse a los poderes del mal. Muchas almas se convertirían en demonios en su malignidad si no fuera porque la vida externa se lo impidiera. »
(Cuarenta preguntas, xvi, 12)
 
Cuando el alma abandona el cuerpo físico en el momento de la muerte, esta protección se pierde y el hombre sigue siendo un ser que tiene un doble aspecto, a saber: como un espíritu celestial según el principio divino en él, y en segundo lugar como un súper sensual según su cuerpo astral. Y cada una de estas esencias gravita ahora hacia el plano al que pertenece según sus cualidades.
 
De estas tendencias o atracciones opuestas resulta la ruptura o división de los principios y el juicio del alma. Si prevalecen las tendencias superiores, el alma dejará atrás todo lo que es egoísta e impuro en su naturaleza y gradualmente se elevará hacia los planos superiores para servir a Dios en Su santo templo.
 
Pero si en cambio las tendencias inferiores predominan, entonces no podrá atravesar la puerta.
 
Después de la muerte, el hombre permanece en ese estado que ha adquirido aquí.
 
« Cuando el reino exterior de este mundo abandone el alma, ella, según su naturaleza, entrará en el reino de las tinieblas o en el reino de la luz. A cualquier plano en el que se haya rendido durante su existencia terrenal, allí permanecerá después de que el reino externo se haya apartado de ella. »
(Mysterium, xv, 24)
 
« Aquí en esta vida del alma está el equilibrio. Si es mala, puede renacer en el amor; pero cuando el equilibrio se rompa y la escala haya cambiado, entonces ella estará en ese principio que prevalece en ella. »
(Cuarenta preguntas, xxiii, 10)
 
« Durante su vida terrestre el alma puede cambiar su voluntad; pero después de la muerte del cuerpo no queda nada en su poder por el cual pueda cambiar su voluntad. »
(Tilken, i, 267)
 
« Si el espíritu permanece sin regenerarse dentro de su principio original, después de la ruptura de la forma aparecerá una criatura que corresponda al carácter adquirido durante la vida terrestre. Si, por ejemplo, durante la vida ha adquirido la disposición envidiosa de un perro, su alma animal (kama-rupa) asumirá la forma de un perro. »
(Encarnación, xi, 6)
 
« El alma impía está llena de su propia infamia, y no hay lugar en ella para el poder salvador del amor divino. Ella es, entonces, como una persona que sueña con estar en gran angustia y angustia. Al no ser capaz de liberarse del engaño de sí misma, no puede encontrar alivio en ninguna parte, y al no ver ayuda, se desespera y se entrega a sus deseos egoístas. Cualquiera que sea la locura que haya cometido en su vida, ahora la representa allí. »
(Vida triple, xviii, 10)
 
Pero si un hombre tiene una aspiración constante por lo que es noble y divino, y si este deseo vence sus malas tendencias, y si está dispuesto a dejar todo atrás por amor a Dios, no morirá eternamente, sino que pasará al reino de Dios, la tierra habiendo sido para él sólo una escuela, y asumirá un cuerpo luminoso y se llenará de gozo.
 
 
(The Occult Review, julio de 1911, p. 9-20)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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