El libro “El Yoga
de Jesús, Claves para comprender las
Enseñanzas Ocultas de los Evangelios” es una obra escrita por el yogui y
gurú Paramahansa Yogananda,
en donde muestra que la ciencia del yoga se encuentra también en
los evangelios, y que Jesús había sido iniciado a este conocimiento Oriental y
que él se lo transmitió a sus discípulos más cercanos.
Y le agradezco mucho a Serapeum por habernos compartido el
resumen que él hizo de este libro.
Tabla de contenido
Parte 1: Jesús el
Cristo: Avatar y Yogui
Parte 2: ¿Un
solo camino o un camino universal?
Parte 3: El yoga
del amor divino que enseñó Jesús
~ * ~
« En estas páginas, ofrezco al mundo una interpretación
espiritual, percibida a través de la intuición, de las palabras de Jesús; estas
verdades las he recibido mediante la comunión real con la Conciencia Crística.
Si se estudian a conciencia y se medita sobre ellas con la percepción intuitiva
del alma despierta, se comprobará que son universalmente ciertas y que muestran
la perfecta unidad existente entre las revelaciones de la Biblia cristiana, el
Bhagavad Guita de la India y todas las demás escrituras auténticas que han
desafiado el paso del tiempo.
Los salvadores del mundo no vienen con el propósito de
fomentar divisiones doctrinales hostiles. Sus enseñanzas no deben ser
utilizadas para tal fin. Incluso referirse al Nuevo Testamento como la Biblia
"cristiana" es, en cierto modo, impropio, dado que no se trata del
patrimonio exclusivo de ninguna confesión religiosa en particular. La Verdad se
halla destinada a beneficiar y elevar a la raza humana en su conjunto. Así como
la Conciencia Crística es universal, así también Jesucristo pertenece a todos. »
(Paramahansa Yogananda – The Second
Coming of Christ)
PARTE 1: JESÚS EL
CRISTO: AVATAR Y YOGUI
¿Qué es el yoga
realmente?
La mayoría de las personas suelen buscar la satisfacción
de sus anhelos fuera de sí mismas. El mundo en que vivimos nos ha condicionado
a creer que los logros exteriores pueden brindarnos lo que en realidad
deseamos. No obstante, la experiencia nos demuestra, una y otra vez, que nada
exterior es capaz de satisfacer por completo ese profundo anhelo de «algo más».
Sin embargo, generalmente vivimos esforzándonos para
lograr aquello que siempre parece estar casi a punto de alcanzarse. De ahí que
nos sumerjamos en el «hacer» en lugar del «ser», en la acción en lugar de la
percepción interior. Nos resulta difícil imaginar un estado de calma y reposo
absolutos en el que los pensamientos y las sensaciones cesen el continuo
movimiento de su danza. Y, sin embargo, sólo en esa quietud sepuede adquirir un
estado de gozo y comprensión imposible de obtener de otra manera.
La Biblia declara: «Aquietaos y sabed que Yo soy Dios»».
Esta breve afirmación encierra la clave de la ciencia del yoga. Esta antigua
ciencia espiritual ofrece un medio directo para calmar la turbulencia natural
de los pensamientos y la inquietud corporal que nos impiden conocer nuestra
verdadera esencia.
Por lo general, la conciencia y la energía se dirigen
hacia el exterior, hacia las cosas del mundo que percibimos mediante los
limitados instrumentos de los cinco sentidos. Puesto que la razón humana
depende de la información parcial —y con frecuencia engañosa— que le suministran
los sentidos, debemos aprender a conectarnos con niveles más profundos y
sutiles de conciencia, si hemos de descifrar los enigmas de la vida.
El yoga es un proceso simple consistente en invertir el
flujo de la energía y la conciencia —que de ordinario se encauza hacia el
exterior—, lo cual permite a la mente convertirse en un centro dinámico de
percepción capaz de aprehender la Verdad por experiencia directa, sin depender
de los falibles sentidos.
Mediante la práctica de los métodos específicos del yoga
—y sin necesidad de aceptar nada sobre la base de una fe ciega o de una
reacción puramente emocional— llegamos a conocer nuestra identidad con la Inteligencia
Infinita, el Poder y el Gozo que dan vida a todo lo existente y constituyen la
esencia misma de nuestro Ser.
El propio término yoga significa «unión»: la unión de la
conciencia individual o alma con la Conciencia Universal o Espíritu. Aun cuando
muchas personas creen que el yoga consiste únicamente en ejercicios físicos
(las asanas o posturas que han ganado tanta popularidad en décadas recientes),
en realidad éstos sólo representan el aspecto más superficial de esta profunda
ciencia cuyo objeto es el desarrollo del infinito potencial de la mente y el
alma humanas.
Jesús el avatar
La manifestación de
Dios en las encarnaciones divinas
Hace milenios, en eras pretéritas más elevadas de la
India, los rishis describieron la manifestación de la Benevolencia Divina, de
«Dios con nosotros», en forma de encarnaciones divinas o avatares: seres iluminados
a través de los cuales Dios se encarna sobre la tierra. [...]
Muchas son las voces que han mediado entre Dios y el
hombre; se trata de los khanda avatares o encarnaciones parciales de Dios en
almas que poseen conocimiento divino. Son menos frecuentes, en cambio, los
purna avatares o seres liberados que están completamente unidos a Dios y cuyo
regreso a la tierra tiene por objeto el cumplimiento de una misión encomendada
por mandato divino.
« Cuando quiera que la virtud declina y el vicio prevalece,
Yo me encarno como un avatar. Era tras era, aparezco en forma visible para
proteger al justo y destruir la maldad, a fin de restablecer la virtud. »
(Bhagavad Gita)
La misma y única conciencia gloriosa e infinita de Dios
—la Conciencia Crística Universal o Kutastha Chaitanya— adquiere una apariencia
familiar al ataviarse con la individualidad de un alma iluminada, provista de
una personalidad singular y una naturaleza espiritual adecuadas para la época y
el propósito de esa encarnación.
Jesús fue precedido por Gautama Buddha (el Iluminado),
cuya encarnación le recordó a una generación desmemoriada el Dharma Chakra, la
rueda del karma, cuyo constante giro implica que las acciones puestas en marcha
por el ser humano, así como sus correspondientes efectos, determinan que cada
hombre —y no un Dictador Cósmico— sea el responsable de su propio estado
actual. Buda devolvió el espíritu compasivo a la árida teología y a los rituales
mecánicos en que había caído la antigua religión védica tras el final de una
era más elevada en la cual Bhagavan Krishna, el más amado de los avatares de la
India, predicó el sendero del amor divino y de la realización de Dios mediante
la práctica de la suprema ciencia espiritual del yoga, la unión con Dios.
La intercesión divina, cuyo fin es mitigar los efectos de
la ley cósmica de causa y efecto [el karma] por la cual el ser humano sufre a
consecuencia de sus errores, estaba presente en el corazón mismo de la misión
de amor que Jesús hubo de cumplir en la tierra. [...]
El Buen Pastor de almas abrió sus brazos para recibir a
todos, sin excluir a nadie, y mediante la atracción del amor universal impulsó
al mundo a seguirle en el sendero hacia la liberación, a través del ejemplo de
su espíritu de sacrificio, renunciamiento, capacidad de perdón, amor por igual
para amigos y enemigos y, sobre todas las cosas, amor supremo por Dios.
Ya fuera como el pequeño bebé en el pesebre de Belén, o
como el salvador que sanaba a los enfermos, resucitaba a los muertos y aplicaba
el bálsamo del amor sobre las heridas de los errores, el Cristo presente en
Jesús vivió entre los seres humanos como uno más, para que también ellos
pudieran aprender a vivir como dioses.
La Conciencia
Crística: unidad con el infinito Gozo e Inteligencia de Dios que impregna la
creación entera
Para llegar a comprender la magnitud de una encarnación
divina, es preciso entender el origen y la naturaleza de la conciencia que se
halla encarnada en un avatar. Jesús se refirió a dicha conciencia al declarar:
«Yo y el Padre somos uno» (Juan 10:30) y «Yo estoy en el Padre y el Padre está
en mí» (Juan 14:11).
Aquellos que unen su conciencia a Dios conocen tanto la
naturaleza trascendente del Espíritu como su naturaleza inmanente: la
singularidad de la siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada
Dicha del Absoluto No Creado, así como también la miríada de manifestaciones de
su Ser en la infinitud de formas en las cuales Él se diversifica para dar lugar
al variado panorama de la creación.
Hay una distintiva diferencia de significado entre Jesús
y Cristo. Jesús fue el nombre que recibió al nacer, en tanto que «Cristo» era
su título honorífico. En el pequeño cuerpo humano llamado Jesús se produjo el
nacimiento de la vasta Conciencia Crística, la omnisciente Inteligencia de Dios
que está presente en cada elemento y partícula de la creación.
El universo no es el simple resultado de la unión azarosa
de fuerzas vibratorias y partículas subatómicas, tal como sostienen los
científicos materialistas, es decir, una combinación casual de sólidos,
líquidos y gases que da origen a la tierra, los océanos, la atmósfera y las
plantas, todos ellos armoniosamente interrelacionados para proporcionar un hogar
habitable a los seres humanos. Las fuerzas ciegas no pueden organizarse por sí
solas para producir objetos inteligentemente estructurados. Es así que, podemos
reconocer las manifestaciones de una oculta Inteligencia Inmanente que opera en
la fusión de las vibraciones para dar lugar a formas cada vez más evolucionadas
en todo el universo.
¿Acaso podría haber algo más milagroso que la presencia
evidente de una Inteligencia Divina en cada partícula de la creación? Podemos
vislumbrar esa presencia en el modo en que un árbol enorme emerge de una
diminuta semilla; en los incontables mundos que giran en el espacio infinito,
sujetos a una elaborada danza cósmica mediante la regulación precisa de las
fuerzas universales; en el modo en que el cuerpo humano —tan maravillosamente
complejo— se desarrolla a partir de una única célula microscópica, se halla
dotado de una inteligencia consciente de sí misma y se sostiene por medio de un
poder invisible que lo sana y le da vitalidad. En cada átomo de este asombroso
universo, Dios obra milagros constantemente y, sin embargo, los hombres de
mentalidad obtusa no saben valorarlos.
Cristo es la Infinita Inteligencia de Dios que está
presente en toda la creación. El Cristo Infinito es «el Hijo unigénito» de Dios
Padre, el único Reflejo puro del Espíritu en el reino de lo creado. Esta
Inteligencia Universal, Kutastha Chaitanya o Conciencia de Krishna según las
escrituras hindúes, se manifestó plenamente en la encarnación de Jesús, Krishna
y otros seres iluminados, y puede también manifestarse en tu propia conciencia.
La enseñanza
principal de Jesús es cómo convertirse en un Cristo
La tarea de Dios en la creación es hacer regresar a todos
los seres a la unidad consciente con Él mismo, mediante los dictados evolutivos
de la Inteligencia Crística. Cuando el sufrimiento se extiende sobre la tierra,
Dios responde al llamado del alma de sus devotos y envía a un hijo divino para
que, por medio de su ejemplar vida espiritual en la que se manifiesta
plenamente la Conciencia Crística, pueda enseñar a los seres humanos a cooperar
con la obra de salvación de Dios en sus propias vidas.
Recibir a Cristo no es un logro que se pueda conseguir
por el simple hecho de pertenecer a una congregación religiosa, o por medio del
ritual externo de aceptar a Jesús como nuestro salvador pero sin llegar jamás a
conocerle en verdad mediante el contacto con él en la meditación. Conocer a
Cristo significa cerrar los ojos, expandir la conciencia y hacer tan profunda
nuestra concentración que, a través de la luz interior de la intuición del
alma, participemos de la misma conciencia que poseía Jesús.
San Juan y otros discípulos avanzados que realmente le
«recibieron» percibían a Jesús como la Conciencia Crística que está presente en
cada partícula del espacio. Un verdadero cristiano —un ser crístico— es aquel
que libera su alma de la conciencia del cuerpo y la unifica con la Inteligencia
Crística que satura la creación entera.
Una copa pequeña no puede contener en su interior el
océano. Del mismo modo, la copa de la conciencia humana, al hallarse limitada
por la mediación física y mental de las percepciones materiales, no se
encuentra en condiciones de captar la Conciencia Crística universal, por muy
deseosa que esté de hacerlo. Mediante el uso de la precisa ciencia de la
meditación —conocida durante milenios por los sabios y yoguis de la India y,
también, por Jesús—, todo buscador de Dios puede expandir la capacidad de su
conciencia hasta hacerla omnisciente y recibir dentro de sí la Inteligencia
Universal de Dios.
El divino poder de la realización crística es una
experiencia interior, que pueden recibir quienes sienten devoción pura por Dios
y por su inmaculado reflejo como Cristo. El poder de las iglesias y templos se
desvanecerá. La espiritualidad verdadera ha de surgir de los templos de las
grandes almas que día y noche permanecen en el éxtasis de Dios.
Recuerda: Cristo busca los templos de las almas sinceras;
él ama el silencioso altar de la devoción erigido en tu corazón, donde moras
con él en un santuario iluminado por la luz perpetuamente encendida de tu amor.
Aquellos que meditan con devoción recibirán a Cristo en el altar de calma de
sus propias conciencias.
Jesús y el yoga
Durante los años de la vida de Jesús sobre los cuales no
se tiene ninguna información (las escrituras guardan silencio en lo que
respecta al período comprendido aproximadamente entre los catorce y los treinta
años de edad), él viajó a la India recorriendo, probablemente, la transitada
ruta comercial que unía el Mediterráneo con China y la India.
La realización divina con que ya contaba Jesús,
nuevamente despierta y fortalecida por la compañía de los maestros de la India
y el entorno espiritual allí imperante, brindó el cimiento de universalidad de
la verdad en el que Jesús se basó para predicar un mensaje sencillo y asequible
que las masas de su país natal podrían comprender, pero que, al mismo tiempo,
se hallaba colmado de significados subyacentes que serían apreciados por las
generaciones futuras, a medida que la mente humana progresara desde su etapa
infantil hasta alcanzar la madurez del entendimiento.
Los "años perdidos"
de Jesús
En el Nuevo Testamento, la cortina del silencio desciende
sobre la vida de Jesús después de los doce años y no vuelve a alzarse hasta
dieciocho años más tarde, cuando recibe el bautismo de Juan y comienza a
predicar ante las multitudes. Únicamente se nos dice:
« Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y ante los hombres. »
(Lucas 2:52)
El hecho de que los contemporáneos de un personaje tan
excepcional como Jesús no hayan encontrado nada digno de ser mencionado por
escrito desde la niñez hasta el trigésimo año de su vida es, en sí mismo, un
poco extraño.
Sin embargo, existen efectivamente relatos notables
acerca de Jesús, pero no en su país de origen, sino más hacia Oriente, en
aquellos lugares donde pasó la mayor parte del período sobre el cual se carece
de datos. Ocultos en un remoto monasterio tibetano se dice que se encuentran
documentos de incalculable valor que hacen referencia a un tal San Issa,
proveniente de Judea, «en quien se hallaba manifestada el alma del universo» y
que desde los catorce a los veintiocho años permaneció en la India y zonas de
la cordillera del Himalaya —entre santos, monjes y pándits—, predicó su mensaje
por toda la región y luego, con el propósito de enseñar, retornó a su tierra
natal, donde fue cruelmente maltratado, condenado a muerte y crucificado. A
excepción de los registros que aparecen en estos antiguos manuscritos, nada se
ha publicado acerca de los años desconocidos de la vida de Jesús.
Se dice que el viajero ruso Nicolás Notovitch descubrió y
transcribió estos documentos en el monasterio de Himis, del Tíbet. En 1922,
Swami Abhedananda, discípulo directo de Ramakrishna Paramahansa, visitó el
monasterio de Himis y confirmó todos los detalles sobresalientes publicados
acerca de Issa en el libro de Notovitch. En una expedición a la India y al
Tíbet realizada a mediados de la década de los veinte, Nicolás Roerich tuvo
ocasión de ver y copiar versos de antiguos manuscritos que eran idénticos a
aquellos publicados por Notovitch.
La India es la madre de la religión. Se reconoce que su
cultura es mucho más antigua que la legendaria civilización egipcia. Si investigamos
estas cuestiones, podremos comprobar que las antiquísimas escrituras de la
India preceden a todas las demás revelaciones y han influido sobre el Libro
Egipcio de los Muertos y el Antiguo y Nuevo Testamento de la Biblia, así como
también sobre otras religiones que estuvieron en contacto con la religión de la
India y se inspiraron en ella.
Por esa razón, el propio Jesús viajó a la India, y el
manuscrito de Notovitch nos lo cuenta así:
« Issa se ausentó secretamente de la casa de su padre,
abandonó Jerusalén y viajó hacia Sind en una caravana de mercaderes, con el
objeto de perfeccionarse en el conocimiento de la Palabra de Dios y en el
estudio de las leyes de los grandes Buddhas. »
A partir del conocimiento que había acumulado y de la
sabiduría que brotaba de su alma cuando se hallaba en profunda meditación,
concibió para las masas parábolas simples sobre los principios ideales mediante
los que ha de gobernarse la vida humana ante Dios. En cambio, a aquellos
discípulos que estaban preparados para recibirlo, les impartió el conocimiento
acerca de los más insondables misterios, como lo demuestra el libro del
Apocalipsis de San Juan —que forma parte del Nuevo Testamento—, cuya simbología
concuerda de manera precisa con la ciencia yóguica de la comunión con Dios.
La verdad no es monopolio ni de Oriente ni de Occidente.
Los puros rayos dorados y plateados de la luz solar aparentan ser rojos o
azules si se observan a través de un cristal rojo o azul. De igual modo, la
verdad parece diferente si adquiere los matices de una civilización oriental u
occidental. Al examinar la sencilla esencia de la verdad que han expresado las
grandes almas en distintas épocas y latitudes, se puede observar que hay muy
pocas diferencias entre sus mensajes.
Las enseñanzas
perdidas de los Evangelios
Cristo ha sido muy malinterpretado por el mundo. Incluso
los principios más elementales de sus enseñanzas han sido profanados
—crucificados a manos del dogma, los prejuicios y la falta de entendimiento— y
la profundidad esotérica de esos principios ha quedado en el olvido. Bajo la
supuesta autoridad de doctrinas del cristianismo forjadas por el hombre, se han
librado guerras genocidas y se ha quemado a gente en la hoguera bajo la
acusación de brujería o herejía.
Jesús era oriental, tanto por nacimiento como por lazos
de sangre y por la instrucción recibida. Disociar a un maestro espiritual de
sus orígenes y entorno es empañar el entendimiento a través del cual se le debe
percibir.
Si bien las enseñanzas de Jesús, desde la perspectiva
esotérica, son universales, están impregnadas de la esencia de la cultura
oriental y se encuentran arraigadas en influencias orientales que se han
adaptado al ambiente occidental. Podemos comprender correctamente los
Evangelios a la luz de las enseñanzas de la India: no de interpretaciones
distorsionadas del hinduismo, con su opresivo sistema de castas o la práctica
de adorar piedras, sino de la sabiduría filosófica de los rishis cuyo objeto es
la salvación del alma, es decir, aquellas enseñanzas que constituyen no la
cáscara sino el meollo de los Vedas, los Upanishads y el Bhagavad Guita.
Esta esencia de la Verdad (el Sanatana Dharma o los
eternos principios de la rectitud que sostienen al hombre y al universo) le fue
conferida al mundo miles de años antes de la era cristiana y se conservó en la
India con una vitalidad espiritual que ha convertido la búsqueda de Dios en el
único propósito de la vida y no en un simple pasatiempo de salón.
La ciencia universal
de la religión
La experiencia personal de la verdad es la ciencia que se
encuentra en el fondo de todas las ciencias. Sin embargo, para la mayoría de
las personas la religión se ha transformado en una mera cuestión de creencia.
Hay quienes creen en el catolicismo, hay otros que creen en alguna doctrina
protestante, mientras que algunos afirman creer que la religión judía o la
hindú o la musulmana o la budista es el camino verdadero.
La ciencia de la religión identifica aquellas verdades
universales que son comunes a todas —la base de la religión— y enseña cómo,
mediante su aplicación práctica, una persona puede edificar su vida de acuerdo
con el Plan Divino. Las enseñanzas del Raja Yoga (la ciencia «regia» del alma,
originaria de la India) son superiores a la ortodoxia de la religión, pues
exponen de forma sistemática la práctica de métodos universalmente necesarios
para el perfeccionamiento de todo individuo, sea cual sea su raza o credo.
Los salvadores del mundo no vienen con el propósito de
fomentar divisiones doctrinales hostiles; sus enseñanzas no deben ser
utilizadas para tal fin. Incluso referirse al Nuevo Testamento como la Biblia
«cristiana» es, en cierto modo, impropio, dado que no se trata del patrimonio
exclusivo de ninguna confesión religiosa en particular. La Verdad se halla
destinada a beneficiar y elevar a la raza humana en su conjunto. Así como la
Conciencia Crística es universal, así también Jesucristo pertenece a todos.
La verdad es, en sí misma y por sí misma, la «religión»
fundamental. Aun cuando pueda expresarse de diferentes maneras por los «ismos»
de los distintos credos religiosos, éstos jamás podrán agotarla. La verdad
posee infinitas expresiones y ramificaciones, pero sólo se consuma en la
experiencia directa de Dios, la Única Realidad.
El sello humano de la afiliación religiosa carece de
importancia. No es la confesión religiosa a la que pertenecemos ni la cultura o
el credo dentro del cual hemos nacido lo que nos otorga la salvación: la
esencia de la verdad trasciende todas las formas externas. Es dicha esencia la
que reviste una importancia fundamental para comprender a Jesús y su
llamamiento universal a las almas para que entren en el reino de Dios, que se
halla «dentro de vosotros».
Todos somos hijos de Dios, desde el comienzo hasta la
eternidad. Las controversias surgen de los prejuicios, y el prejuicio es fruto
de la ignorancia. No debemos sentirnos orgullosamente identificados con el
hecho de ser estadounidenses o indios o italianos o de cualquier otra
nacionalidad, pues ésta es sólo un accidente de nacimiento. Deberíamos estar
orgullosos, sobre todas las cosas, de ser hijos de Dios, hechos a su imagen.
¿No es ése, acaso, el mensaje de Cristo?
Jesús el Cristo constituye un excelente modelo que pueden
seguir tanto Oriente como Occidente. La impronta divina que nos identifica como
«hijos de Dios» se halla oculta dentro de cada alma. Jesús ratificó lo que
dicen las escrituras: «dioses sois».
¡Desecha las máscaras! Revélate abiertamente como un hijo
de Dios, no mediante vanas proclamas y oraciones aprendidas de memoria, ni por
medio de los fuegos artificiales de eruditos sermones concebidos con el
propósito de loar a Dios y reunir adeptos, ¡Sino a través de la realización!
Identifícate, no con el estrecho fanatismo disimulado bajo el disfraz de la
sabiduría, sino con la Conciencia Crística. Identifícate con el Amor Universal,
que se expresa al servir a los demás tanto material como espiritualmente.
Entonces sabrás quién fue Jesucristo y podrás decir, desde el alma, que todos
formamos parte de la misma familia, que todos somos hijos del Único Dios.
— Me agradan sus enseñanzas, pero ¿es usted cristiano?
—preguntó un visitante, tras haber charlado por primera vez con Paramahansaji.
— ¿No nos dijo Cristo: «No todo el que me diga: "Señor,
señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre
que está en los cielos»? —respondió el Gurú.
En la Biblia, el término gentil se refiere al que es
"idólatra": aquel cuya atención no está centrada en el Señor, sino en
las atracciones del mundo. Un materialista puede asistir a la iglesia los
domingos y, sin embargo, ser un idólatra. Quien mantiene siempre encendida en
su interior la llama del recuerdo del Padre Celestial y obedece los Preceptos
de Jesús es un cristiano. A usted —agregó— le corresponde decidir si puede o no
considerárseme cristiano.
(Máximas de Paramahansa Yogananda)
Las enseñanzas
internas de Jesús el yogui
(Cómo llegan las almas
al estado de Conciencia Crística)
La importancia del
Confortador o Espíritu Santo
« Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré
al Padre y os dará otro Paráclito (Confortador), para que esté con vosotros
para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque
no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y
estará en vosotros. No os dejaré huérfanos [...].
Pero el Paráclito (el Confortador), el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo
que yo os he dicho.
Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el
mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. »
(Juan 14:15-18, 26, 27)
Si un devoto ama a Cristo —es decir, si ama establecer
contacto con la Conciencia Crística presente en Jesús— debe, entonces, seguir
fielmente los mandamientos (las leyes de la disciplina física y mental y de la
meditación) que se requieren para que la Conciencia Crística se manifieste en
la conciencia individual.
Pocas personas en el mundo cristiano han comprendido la
promesa que hizo Jesús de enviar al Espíritu Santo después de su partida. El
Espíritu Santo es el sagrado poder vibratorio invisible de Dios que sostiene
activamente el universo: la Palabra u Om, la Vibración Cósmica, el Gran
Confortador, el Salvador que libera de todo sufrimiento.
La Palabra: la
Vibración Cósmica e Inteligente de Dios
La evolución científica de la creación cósmica que surge
de Dios el Creador se esboza, en terminología arcana, en el libro del Génesis
del Antiguo Testamento. A los versículos iniciales del Evangelio de San Juan en
el Nuevo Testamento se les podría denominar, con justicia, el Génesis según San
Juan. Estos dos profundos relatos bíblicos, cuando se comprenden claramente por
medio de la percepción intuitiva, se corresponden de forma exacta con la
cosmogonía espiritual delineada en las escrituras de la India, legado de los
rishis que allí vivieron y que habían alcanzado el conocimiento de Dios en la
Edad de Oro.
San Juan fue, probablemente, el más avanzado de los
discípulos de Jesús. De los diversos libros del Nuevo Testamento, los escritos
procedentes de San Juan evidencian el más elevado grado de realización divina,
ya que dan a conocer las profundas verdades esotéricas experimentadas por Jesús
y luego transferidas a Juan.
No sólo en su evangelio, sino también en sus epístolas y,
sobre todo, en la descripción simbólica de las profundas experiencias
metafísicas que se encuentra en el libro del Apocalipsis, Juan presenta las
verdades enseñadas por Jesús desde el punto de vista de la percepción intuitiva
interior. En las palabras de Juan hallamos precisión, y por eso su evangelio,
aun cuando es el último de los cuatro que se incluyen en el Nuevo Testamento,
debería ser considerado en primer lugar cuando se busca el verdadero
significado de la vida y enseñanzas de Jesús.
La “Palabra” en el
cristianismo original
Aun cuando la doctrina oficial de la Iglesia ha
interpretado durante siglos que «la Palabra» (Logos en el original griego) es
una referencia a Jesús mismo, no fue ése el significado que pretendía darle San
Juan en este pasaje. De acuerdo con los eruditos, el concepto que expresaba
Juan puede comprenderse mejor no a través de la exégesis de la ortodoxia
eclesiástica (que es muy posterior), sino de los escritos bíblicos y las
enseñanzas de los filósofos judíos que vivieron en la misma época que Juan (por
ejemplo, el libro de los Proverbios, con el cual tanto Juan como cualquier otro
judío de su tiempo se hallaban seguramente familiarizados). En Una historia de
Dios: 4.000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el islam
(Paidós, Barcelona, 2006), Karen Armstrong escribe lo siguiente:
« El autor del libro de los Proverbios, que escribió en
el siglo III a. C., [...] personifica la Sabiduría, que parece un ser personal:
"Yahvé me creó (la Sabiduría), primicia de su
actividad, antes de sus obras antiguas. Desde la eternidad fui formada, desde
el principio, antes del origen de la tierra. [...] cuando asentaba los
cimientos de la tierra, yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su alegría
cotidiana, jugando todo el tiempo en su presencia, jugando con la esfera de la
tierra; y compartiendo mi alegría con los humanos".
(Proverbios 8:22-23, 29-31; Biblia de Jerusalén)
. . .
En las versiones arameas de las Escrituras hebreas
conocidas como targumim, que se redactaron en aquella época (es decir, cuando
se escribió el Evangelio de Juan), el término Memra (palabra) se emplea para
describir la actividad de Dios en el mundo. Cumple la misma función que otros
términos técnicos como "gloria", "Espíritu Santo" y
"Shekinah", que ponían de relieve la distinción entre la presencia de
Dios en el mundo y la realidad incomprensible de Dios en sí mismo. Como la
sabiduría divina, la "Palabra" simbolizaba el proyecto divino
original para la creación. »
------------------------------------
«En el principio...». Con estas palabras comienzan las
cosmogonías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. «Principio» se refiere
al nacimiento de la creación finita, porque en el Eterno Absoluto —el Espíritu—
no existen ni el principio ni el final.
El Espíritu, al ser la única Sustancia existente, no
contaba con nada más que Consigo mismo a partir de lo cual crear. El Espíritu y
su creación universal no podrían ser diferentes en esencia, porque cada una de
esas dos Fuerzas Infinitas y eternamente existentes sería, en consecuencia,
absoluta, lo cual es imposible por definición. Una creación coherente requiere
de la dualidad: el Creador y lo creado. Así pues, el Espíritu hizo surgir, en
primer lugar, el hechizo de la Ilusión, Maya, la Mágica Medidora Cósmica, que
crea el espejismo de dividir una porción del Infinito Indivisible en objetos
finitos separados.
La creación no es sino el Espíritu que, en apariencia y
sólo temporalmente, se ha diversificado por obra de la actividad creativa y
vibratoria del Espíritu.
« En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba
junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio junto a Dios.
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada.
Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz
de los hombres. »
(Juan 1:1-4)
«Palabra» significa «vibración inteligente», «energía
inteligente», que proviene de Dios. La pronunciación de cualquier palabra —tal
como «flor»—, por parte de un ser inteligente, consta de la energía sonora, o
vibración, unida al pensamiento, el cual impregna de significado inteligente a
dicha vibración. Del mismo modo, la Palabra que constituye el principio y la
fuente de todas las sustancias creadas es la Vibración Cósmica (el Espíritu
Santo) imbuida de Inteligencia Cósmica (la Conciencia Crística).
Al igual que las ondas sonoras de un terremoto de poder
inimaginable, la Palabra —la energía y el sonido creativos de la Vibración
Cósmica— emanó del Creador para manifestar el universo. Esa Vibración Cósmica,
saturada de Inteligencia Cósmica, se condensó para constituir los elementos
sutiles (térmicos, eléctricos, magnéticos y toda clase de rayos), y a partir de
éstos se originaron los átomos de vapor (los gases), los líquidos y los
sólidos.
Una vibración cósmica que se hallara activa en el espacio
entero no podría, por sí sola, crear o sostener un cosmos tan maravillosamente
complejo como éste. Por eso la conciencia trascendente de Dios el Padre se
manifestó dentro de la vibración del Espíritu Santo como el Hijo —la Conciencia
Crística, la Inteligencia Divina presente en toda la creación vibratoria—. Este
reflejo puro de Dios que se encuentra en el Espíritu Santo guía a este último,
de modo indirecto, a fin de que pueda crear, recrear, conservar y moldear la
creación de acuerdo con el propósito divino.
La naturaleza
vibratoria de la creación
Los recientes avances en lo que los físicos teóricos
denominan «la teoría de las supercuerdas» están llevando la ciencia hacia una
comprensión de la naturaleza vibratoria de la creación. El Dr. Brian Greene,
profesor de Física de las Universidades de Cornell y Columbia, escribe en su
obra El universo elegante: Supercuerdas, dimensiones ocultas y la búsqueda de
una teoría final:
« Durante los últimos treinta años de su vida, Albert
Einstein buscó incesantemente lo que se llamaría una teoría del campo
unificado, es decir, una teoría capaz de describir las fuerzas de la naturaleza
dentro de un marco único, coherente y que lo abarcase todo. [...] Ahora,
iniciado el nuevo milenio, los partidarios de la teoría de cuerdas anuncian que
finalmente han salido a la luz los hilos de este escurridizo tapiz unificado.
. . .
Esta teoría sugiere que el paisaje microscópico está
cubierto de diminutas cuerdas cuyos modelos de vibración orquestan la evolución
del cosmos —escribe el profesor Greene—. La longitud de uno de estos bucles de
cuerda normales es [...] alrededor de cien trillones de veces (diez elevado a
la veinteava potencia) menor que el núcleo de un átomo. »
El profesor Greene explica que a finales del siglo XX la
ciencia había determinado que el universo físico estaba conformado por un
número muy reducido de partículas fundamentales, tales como los electrones, los
quarks (que son los componentes básicos de los protones y neutrones) y los
neutrinos. «Aunque cada partícula se consideraba elemental —escribe él—, se
pensaba que era diferente el tipo de "material" de cada una. El
"material" del electrón, por ejemplo, poseía carga eléctrica
negativa, mientras que el "material" del neutrino no tenía carga
eléctrica. La teoría de cuerdas altera esta imagen radicalmente cuando afirma
que el "material" de toda la materia y de todas las fuerzas es el
mismo.
« Según la teoría de cuerdas, hay sólo un ingrediente
fundamental —la cuerda—», escribe Greene en El tejido del cosmos: Espacio,
tiempo y la textura de la realidad (Crítica, Barcelona, 2006). «Igual que una
cuerda de violín puede vibrar con pautas diferentes, cada una de las cuales
produce un tono musical diferente —explica él—, los filamentos de la teoría de
supercuerdas pueden vibrar con pautas diferentes.
. . .
Una cuerda minúscula que vibra con una pauta tendría la
masa y la carga eléctrica de un electrón; según la teoría, semejante cuerda
vibrante podría ser lo que tradicionalmente hemos llamado un electrón. Una
cuerda minúscula que vibra con una pauta diferente tendría las propiedades para
identificarla como un quark, un neutrino o cualquier otro tipo de partícula.
[...] Cada una aparece de una pauta vibratoria diferente ejecutada por la misma
entidad subyacente. [...] En el nivel ultramicroscópico, el universo sería
parecido a una sinfonía de cuerdas que da existencia a la materia. »
------------------------------
El nombre con que se designa al «Espíritu Santo» en las
escrituras hindúes, Aum (Om), indica su papel en el plan creativo de Dios: esta
palabra está formada por la A de akara, la vibración creativa; la u de ukara,
la vibración preservadora, y la m de makara, la fuerza vibratoria de la
disolución. El Om o Espíritu Santo crea todas las cosas, las preserva en
miríadas de formas y, finalmente, las disuelve en el seno oceánico de Dios con
objeto de ser creadas de nuevo, lo cual constituye un proceso continuo de
renovación de la vida y las formas en el incesante sueño cósmico de Dios.
De este modo, la Palabra o Vibración Cósmica constituye
el origen de «todo»: «y sin ella no se hizo nada». La Palabra existió desde el
comienzo mismo de la creación: fue la primera manifestación de Dios al dar
origen al universo. «La Palabra estaba junto a Dios», se hallaba imbuida del
reflejo de la inteligencia de Dios —la Conciencia Crística—, «y la Palabra era
Dios», en la forma de vibraciones de su propio Ser único.
La afirmación de San Juan se hace eco de una verdad
eterna que resuena en diversos pasajes de los antiguos Vedas: la Palabra
cósmica vibratoria (Vak) estaba junto a Dios el Padre Creador (Praiapati) en el
principio de la creación, cuando nada existía; a partir de Vak todo fue creado,
y Vak es, en sí misma, Brahman (Dios).
El significado del
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo según el yoga
La relación entre la Santísima Trinidad del cristianismo
—Padre, Hijo y Espíritu Santo— y el concepto que habitualmente se tiene acerca
de la encarnación de Jesús resulta totalmente inexplicable si no se establece
una diferencia entre el cuerpo de Jesús y Jesús como vehículo en el cual se
manifestó el Hijo unigénito, la Conciencia Crística. Jesús mismo hace dicha
distinción cuando se refiere a su cuerpo como el «hijo del hombre» y a su alma
(que no estaba limitada por el cuerpo, sino que era una con la unigénita
Conciencia Crística presente en cada partícula vibratoria) como el «hijo de Dios».
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
unigénito» para redimirlo; es decir, Dios Padre permanecía oculto más allá del
reino vibratorio que surgió de su Ser, pero luego se manifestó como la
Inteligencia Crística que se halla presente en toda la materia y en todos los
seres vivientes, con el propósito de hacer regresar todas las cosas a su hogar
de Eterna Bienaventuranza, a través de los hermosos llamados de la evolución.
Dijo San Juan: «Pero a todos los que la recibieron les
dio poder de hacerse hijos de Dios». El plural utilizado en la expresión «hijos
de Dios» muestra con toda claridad que, según las enseñanzas impartidas por
Jesús y recibidas por Juan, el Hijo unigénito no era el cuerpo de Jesús, sino
su estado de Conciencia Crística, y que todos aquellos que fuesen capaces de
purificar su conciencia y recibir (o reflejar sin impedimentos) el poder de
Dios estarían en condiciones de hacerse hijos de Dios, es decir, podrían —al
igual que Jesús— hacerse uno con el reflejo unigénito de Dios en toda la
materia y, a través del Hijo (la Conciencia Crística), ascender al Padre, la
suprema Conciencia Cósmica.
Cómo recibir la
Conciencia Crística mediante la comunión con el Espíritu Santo en la meditación
« Pero a todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de
sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. »
(Juan 1:12-13)
La luz de Dios resplandece en todos por igual, pero a
causa de la ilusoria ignorancia no todos la reciben ni la reflejan del mismo
modo. Por eso se afirma que todos pueden ser como Cristo: todos aquellos que
despejen su conciencia a través de una vida moral y espiritual y, especialmente,
mediante la purificación que brinda la meditación, en la cual la rudimentaria
mortalidad se sublima hasta transformarse en la perfección inmortal del alma.
El bautismo por el
Espíritu Santo
El bautismo supremo, ensalzado por Juan el Bautista y por
todos los maestros que poseen la realización divina, consiste en ser bautizados
«con Espíritu Santo y fuego»: es decir, quedar henchidos de la presencia de
Dios en la sagrada Vibración Creativa, cuya omnipresente omnisciencia eleva y
expande la conciencia.
Las edificantes vibraciones del Confortador brindan
profunda paz interior y gozo. La Vibración Creativa tonifica la fuerza vital
específica del cuerpo (lo que conduce a la salud y el bienestar) y puede
enviarse de forma consciente como poder curativo hacia aquellos que necesitan
ayuda divina.
Mediante el contacto con Dios en la meditación, todos los
deseos del corazón se ven colmados, porque nada es más valioso, placentero o
atractivo que el siempre renovado gozo de Dios, que todo lo satisface. [...] Quien
baña su conciencia en el Espíritu Santo pierde el apego por los deseos y
objetos personales, a la vez que disfruta de todas las cosas con la dicha de
Dios en su interior.
«A los que creen en su nombre»: cuando el solo Nombre de
Dios despierta en nosotros la devoción y hace que anclemos en Él nuestros
pensamientos, se convierte en una puerta hacia la salvación. Cuando la mera
mención de su Nombre encienda en el alma la llama del amor por Dios, se
iniciará la marcha del devoto en el camino hacia la liberación.
El significado más profundo de «nombre» hace referencia a
la Vibración Cósmica (la Palabra, Om o Amén). Dios como Espíritu no posee un
nombre que lo circunscriba. Ya sea que nos refiramos al Absoluto como Dios,
Yahvé, Brahman o Alá, estos nombres no le describen fielmente. Dios el Creador
y Padre de todas las cosas vibra en la naturaleza entera como vida eterna, y
esa vida posee el sonido del majestuoso Amén u Om. Este nombre es el que define
a Dios con mayor exactitud.
«Los que creen en su nombre» significa “aquellos que
comulgan con el sonido de Om, la voz de Dios que se halla en la vibración del
Espíritu Santo”. Cuando oímos ese nombre de Dios, esa Vibración Cósmica, nos
encontramos en camino de hacernos hijos de Dios, porque en ese sonido la
conciencia está en contacto con la inmanente Conciencia Crística, la cual nos
conducirá hasta Dios como Conciencia Cósmica.
El sabio Patanjali, el más elevado exponente de la India
en la ciencia del yoga, describe a Dios el Creador como Ishvara, el Señor o
Soberano Cósmico.
« Su símbolo es el Pranava (la Palabra o Sonido Sagrado,
Om). Al cantar Om de forma reverente y reiterada, y meditar sobre su
significado, los obstáculos desaparecen y la conciencia se dirige al interior
(apartándose de la identificación sensorial externa). »
(Yoga Sutras 1:27-29)
Los seres humanos son en esencia hijos de Dios, reflejos
inmaculados del Padre que no han sido manchados por la ilusión, los cuales se
han convertido en «hijos del hombre» al identificarse con el cuerpo y olvidar
su origen en el Espíritu. Quien está cautivo de la ilusión es simplemente un
mendigo en las calles del tiempo; pero, así como Jesús recibió y reflejó —a
través de su conciencia purificada—la divina filiación de la Conciencia Crística,
así también todo ser humano, por medio de los métodos de meditación del yoga,
puede purificar su mente y convertirse en una mentalidad diamantina apta para
recibir y reflejar la luz de Dios.
La ciencia yóguica de
la espina dorsal: "Rectificad el camino del Señor"
Oculta en los versículos de la Biblia donde Juan el
Bautista se describe a sí mismo, hay una hermosa revelación acerca del camino
que conduce a ese divino contacto:
« Yo soy la voz del que clama en el desierto: Rectificad
el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. »
(Juan 1:23)
Cuando los sentidos se encuentran ocupados con lo
externo, el ser humano se halla absorto en el ajetreado «mercado» de las
complejidades de la materia, que interactúan constantemente dentro de la
creación. Incluso cuando mantiene los ojos cerrados en la oración o está
concentrado en otros pensamientos, el hombre permanece en el ámbito de la
actividad. El verdadero desierto, donde ningún pensamiento mortal, deseo humano
o inquietud puede importunarnos, se encuentra al trascender la mente sensorial,
la mente subconsciente y la mente supra-consciente, es decir, al alcanzar la
conciencia cósmica del Espíritu, el «desierto» in-creado e inexplorado de la
Bienaventuranza Infinita.
Cuando Juan oyó dentro de sí, en el desierto del
silencio, el omnisciente Sonido Cósmico, la sabiduría intuitiva le ordenó
calladamente:
«Rectificad el camino del Señor»; manifestad dentro de
vosotros al Señor —la Conciencia Crística subjetiva presente en toda la
creación cósmica vibratoria— mediante el sentimiento intuitivo que surge
cuando, en el estado de éxtasis trascendente, se abren los divinos centros
metafísicos de la vida y la conciencia en el camino recto de la espina dorsal.
Entre todas las criaturas, el ser humano es el único cuyo
cuerpo posee centros espirituales, en el cerebro y la médula espinal, que están
dotados de conciencia divina y en los cuales tiene su templo el Espíritu que ha
descendido. Los yoguis conocen estos centros, y también San Juan los conocía y
los describió en el libro del Apocalipsis como los siete sellos, y como siete
estrellas y siete iglesias, con sus siete ángeles y siete candeleros de oro.
El yoga describe el modo preciso en que el Espíritu
desciende de la Conciencia Cósmica a la materia y se expresa de forma
individualizada en todos los seres, y cómo, en sentido inverso, la conciencia
individualizada debe finalmente ascender de nuevo hacia el Espíritu.
El yoga y el libro
del Apocalipsis
« Escribe, pues, lo que has visto: lo que ya es y lo que
va a suceder más tarde. La explicación del misterio de las siete estrellas que
has visto en mi mano derecha y de los siete candeleros de oro es ésta: las
siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros
son las siete iglesias. »
(Apocalipsis 1:19-20)
« Vi también en la mano derecha del que está sentado en
el trono un libro, escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete
sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz: "¿Quién es
digno de abrir el libro y soltar sus sellos?" »
(Apocalipsis 5:1-2)
Los tratados de yoga identifican estos centros (en orden ascendente)
del siguiente modo:
1)
muladhara (el centro coccígeo, ubicado en la
base de la espina dorsal);
2)
svadhisthana (el centro sacro, unos cinco
centímetros por encima del muladhara);
3)
manipura (el centro lumbar, en el área
opuesta al ombligo);
4)
anahata (el centro dorsal, en el área opuesta
al corazón);
5)
vishuddha (el centro cervical, en la base del
cuello);
6)
ajna (asiento del ojo espiritual,
tradicionalmente localizado a nivel del entrecejo y, en realidad, directamente
conectado por polaridad con el bulbo raquídeo);
7)
sahasrara («el loto de mil pétalos», en la
parte superior del cerebro).
Los siete centros son salidas o «puertas disimuladas»,
divinamente planificadas, atravesando las cuales el alma ha descendido al
cuerpo y, a través de las cuales, deberá pasar nuevamente cuando ascienda
mediante un proceso de meditación. El alma escapa hacia la Conciencia Cósmica
subiendo siete peldaños sucesivos.
Generalmente, los tratados de yoga consideran sólo a los
seis centros inferiores como chakras («ruedas», porque la energía concentrada
en cada uno de ellos es similar al cubo de una rueda del cual parten rayos de
luz y energía vitales), y se refieren por separado al sahasrara como el séptimo
centro. A los siete centros, sin embargo, a menudo se les llama «lotos» (flores
de loto), cuyos pétalos se abren —es decir, se vuelven hacia arriba— en el
despertar espiritual, a medida que la vida y la conciencia ascienden por la
espina dorsal.
El flujo de la fuerza vital y la conciencia que se
orienta hacia el exterior a través de la médula espinal y los nervios provoca
que el hombre perciba y aprecie únicamente los fenómenos sensoriales. Dado que
la atención es lo que dirige las corrientes vitales y la conciencia, en las
personas que se entregan en exceso a los sentidos del tacto, olfato, gusto,
oído y vista, los «reflectores» de la fuerza vital y la conciencia se hallan
enfocados sobre la materia.
Si, en cambio, por medio del autodominio al meditar, la
atención se concentra firmemente en el centro de la percepción divina situado
en el entrecejo, los faros de la fuerza vital y de la conciencia invierten su
orientación y, al retirarse de los sentidos, revelan la luz del ojo espiritual.
El cuerpo astral de
energía vital
En el libro Vibrational Medicine (Medicina vibracionall
(Bear and Company, Rochester, Vermont, 2001), el Dr. Richard Gerber detalla el
descubrimiento científico de la energía electromagnética que forma un patrón
organizador para el cuerpo físico:
« Harold S. Burr, neuro-anatomista de la Universidad de
Yale en la década de 1940, estudiaba la configuración de los campos de energía»
—que él denominó «campos de la vida» o campos L [de life, «vida»] — «existentes
en torno a los organismos vivos, tanto vegetales como animales. Parte del
trabajo de Burr consistió en estudiar la configuración de los campos eléctricos
que rodean a las salamandras. Descubrió que éstas poseen un campo de energía
cuyo aspecto se asemeja a la del animal adulto. Comprobó además que este campo
contenía un eje eléctrico alineado con el cerebro y la médula espinal.
El objetivo de Burr era descubrir en qué momento preciso
del desarrollo del animal se originaba este eje eléctrico. Comenzó a trazar el
mapa de los campos eléctricos en etapas cada vez más tempranas de la
embriogenia de las salamandras y encontró que el eje se originaba en el óvulo
sin fecundar. [...] Burr experimentó también con los campos eléctricos
existentes en torno a plántulas muy pequeñas. De acuerdo con sus
investigaciones, el campo eléctrico que rodeaba a un brote no poseía la forma
de la semilla original, sino que se asemejaba al de la planta adulta. »
En el libro “Blue print
for Immortality: The Electric Patterns of Life” [El sello de la
inmortalidad: Los patrones eléctricos de la vida] (SaffronWalden, Essex,
Inglaterra, 1972), el profesor Burr narra los pormenores de su investigación:
« La mayoría de las personas que hayan cursado Ciencias Naturales en la escuela
secundaria recordarán que si se esparcen limaduras de hierro sobre una
cartulina debajo de la cual se coloca un imán, éstas se distribuirán adoptando
la forma de las "líneas de fuerza" del campo magnético, y que si
estas limaduras se desechan y se reemplazan por otras, las nuevas limaduras se
distribuirán de la misma manera que las anteriores.
Algo similar —aunque infinitamente más complejo— ocurre
en el cuerpo humano. Las moléculas y células del cuerpo se destruyen y reconstituyen
de modo permanente con material nuevo proveniente de los alimentos que
ingerimos, pero gracias al efecto coordinador del campo L, las nuevas moléculas
y células se reconstruyen y distribuyen siguiendo el mismo patrón que las
anteriores. Las investigaciones modernas con elementos "marcados" han
revelado que los materiales que componen nuestro cuerpo y nuestro cerebro se
renuevan mucho más a menudo de lo que se creía anteriormente.
Por ejemplo, la totalidad de las proteínas del cuerpo es
reemplazada por completo cada seis meses y, en algunos órganos como el hígado,
la proteína se renueva con una frecuencia mucho mayor. Cuando nos encontramos
con un amigo al que no hemos visto durante seis meses, ni una sola de las
moléculas de su rostro estaba allí cuando le vimos por última vez. Sin embargo,
gracias a su campo L de coordinación, las nuevas moléculas adoptan la
disposición del antiguo patrón con el que estamos familiarizados y nos resulta
posible reconocer su cara.
Antes de que los instrumentos modernos revelaran la
existencia de los campos L de coordinación, los biólogos no lograban explicarse
cómo nuestros cuerpos "se mantienen en forma" después de atravesar
incesantes procesos metabólicos y cambios de sustancias. Ahora el misterio ha
sido desvelado; el campo electrodinámico del cuerpo hace las veces de matriz o
molde, que conserva la "forma" u ordenamiento de cualquier material
que se vierta en él, independientemente de la frecuencia con que se efectúe el
reemplazo. »
------------------------------------
Valiéndose del método correcto de meditación y la
práctica de la devoción, y manteniendo los ojos cerrados y concentrados en el
ojo espiritual, el devoto llama a las puertas del cielo. Cuando los ojos se
encuentran enfocados e inmóviles, y la respiración y la mente están en calma,
comienza a formarse una luz en la frente. Finalmente, gracias a la
concentración profunda, la luz tricolor del ojo espiritual empieza a hacerse
visibles. No basta sólo con ver el ojo único; lo más difícil para el devoto es
entrar en esa luz. Sin embargo, al practicar los métodos más elevados de
meditación, tales como el Kriya Yoga, la conciencia es conducida hacia el
interior del ojo espiritual.
Los yoguis de la India (aquellos que buscan la unión con
Dios por medio de los métodos formales de la ciencia del yoga) otorgan suprema
importancia al hecho de mantener erguida la espina dorsal durante la meditación
y concentrarse en el entrecejo. Una columna vertebral que permanece encorvada
durante la meditación ofrece verdadera resistencia al proceso por el cual se
invierte el curso de las corrientes vitales, e impide que éstas asciendan con
fluidez hacia el ojo espiritual. Una espina dorsal que no esté erguida
desalinea las vértebras y ocasiona el pinzamiento de los nervios, de modo que deja
atrapada la fuerza vital en su acostumbrado estado de conciencia corporal e
inquietud mental.
Sin importar cuál de las religiones dispuestas por Dios
sea la que uno siga, las creencias de todas ellas se fundirán en una única e
idéntica experiencia común de Dios. El yoga es el sendero unificador que
transitan todos los buscadores religiosos a medida que se acercan, finalmente,
a Dios. Antes de que uno pueda llegar a Él, debe existir el «arrepentimiento»
que aparta de la ilusoria materia a la conciencia y la dirige hacia el reino de
Dios que mora en nuestro interior.
Este recogimiento de la conciencia lleva la fuerza vital
y la mente hacia dentro, con el fin de que éstas asciendan a través de los
centros de espiritualización situados en la espina dorsal hasta alcanzar los
estados supremos de la realización divina. La unión final con Dios y las etapas
que comprende esta unión son universales. Esto es el yoga, la ciencia de la
religión. Las sendas laterales divergentes habrán de confluir en la autopista de
Dios; y esa autopista pasa por la espina dorsal: el camino por el cual se
trasciende la conciencia del cuerpo y se entra en el infinito reino de Dios.
La verdad y la sabiduría espirituales no se hallan en las
palabras de algún sacerdote o predicador, sino en el «desierto» del silencio
interior. Las escrituras sánscritas dicen: «Sabios hay muchos, cada uno con su
propia interpretación de lo espiritual y de las escrituras, que aparentemente
contradice la de los demás; pero el verdadero secreto de la religión se encuentra
oculto en una cueva».
La verdadera religión mora en nuestro interior, en la
cueva de la quietud, en la cueva de la serena sabiduría intuitiva, en la cueva
del ojo espiritual. Cuando nos concentramos en el entrecejo y ahondamos en las
calmadas profundidades del luminoso ojo espiritual, podemos hallar respuesta a
todos los interrogantes de índole religiosa que albergamos en el corazón.
« Pero el Paráclito, el Espíritu Santo [...] os lo
enseñará todo. »
(Juan 14:26)
El yoga confiere el verdadero
bautismo en el Espíritu
El camino de la ascensión quedó de manifiesto en el
bautismo de Jesús. Como se relata en el Evangelio según San Mateo:
« Una vez bautizado Jesús, salió luego del agua; y en
esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una
paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: "Éste es
mi Hijo amado, en quien me complazco". »
(Mateo 3:16-17)
Cuando se recibe el bautismo por inmersión en la luz del
Espíritu, se puede entender la relación que guarda el ojo espiritual
micro-cósmico del cuerpo con la luz del Espíritu que desciende como la Trinidad
Cósmica. En el bautismo de Jesús, este descenso se describe metafóricamente:
«el Espíritu que bajaba como una paloma y venía sobre él». La paloma simboliza
el ojo espiritual, y el devoto que medita con profundidad lo ve en el centro
crístico, situado en la frente, entre los dos ojos físicos.
Este ojo de luz y conciencia aparece como un halo dorado
(la Vibración del Espíritu Santo) que rodea una esfera de luz azul opalescente
(la Conciencia Crística) en cuyo centro se encuentra una estrella de luz blanca
y brillante de cinco puntas (el portal que conduce a la Conciencia Cósmica del
Espíritu).
La luz trina de Dios del ojo espiritual está simbolizada por
una paloma porque brinda paz eterna. Además, mirar el ojo espiritual produce,
en la conciencia del hombre, la pureza significada por la paloma.
--------------------------------------------
« Paramahansa Yogananda demuestra la verdad universal de
la realización del Ser, que se halla oculta en los Evangelios, la cual
concierne a todos los seres humanos y puede ayudar a unificar todas las
religiones en una conciencia más elevada y sin límites sectarios. Este libro es
capaz de transformar a la humanidad hoy mismo, en estos tiempos de crisis
global, si sus enseñanzas se estudian y practican sinceramente. »
(Dr. David Frawley, director del
American Institute of Vedic Studies)
PARTE 2: ¿UN SOLO
CAMINO O UN CAMINO UNIVERSAL?
El “segundo
nacimiento”: el despertar de la facultad intuitiva del alma
La verdad oculta en
las parábolas de Jesús
« Y acercándose los discípulos le dijeron: "¿Por qué
les hablas en parábolas?". Él les respondió: "Es que a vosotros se os
ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Por eso
les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni
entienden". »
(Mateo 13:10-11, 13)
Las verdades fundamentales relacionadas con el cielo y el
reino de Dios, la realidad que se encuentra en el trasfondo de la percepción
sensorial y más allá de las reflexiones de la mente racional, sólo pueden
captarse a través de la intuición, es decir, mediante el despertar del saber
intuitivo, o comprensión pura, del alma.
« Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo,
magistrado judío. Fue éste a Jesús de noche y le dijo: "Rabbí, sabemos que
has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú
realizas si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "En verdad, en verdad te digo:
el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios".
Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?
¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?"
Respondió Jesús: "En verdad, en verdad te digo: el
que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo
nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te
asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde
quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo
el que nace del Espíritu". »
(Juan 3:1-8)
Nicodemo visitó a Jesús en secreto, durante la noche,
porque temía las críticas de la sociedad. Acercarse al controvertido maestro y
expresar su fe en la divina estatura de Jesús constituyó un acto de valor por
parte de quien ocupaba una posición tan encumbrada. Reverentemente, afirmó su
convicción de que sólo un maestro que experimentase la verdadera comunión con
Dios podía tener dominio de las leyes superiores que gobiernan la vida interior
de todos los seres y de todas las cosas.
En respuesta, Cristo dirigió la atención de Nicodemo
directamente hacia la celestial Fuente de todos los fenómenos de la creación
—tanto mundanos como «milagrosos»— y señaló de manera sucinta que cualquier
persona puede establecer contacto con esa Fuente y conocer las maravillas que
proceden de ella —como Jesús mismo lo hacía— si experimenta el «segundo
nacimiento»: el nacimiento espiritual del despertar intuitivo del alma.
Las multitudes, que tan sólo albergaban una curiosidad
superficial y se sentían atraídas por el despliegue de poderes fenoménicos,
recibían una porción ínfima del tesoro de sabiduría de Jesús; en cambio, la
manifiesta sinceridad de Nicodemo le permitió obtener del maestro una guía
precisa que hacía énfasis en el Poder y el Objetivo Supremos en los cuales debe
concentrarse el hombre.
Los milagros de la sabiduría que iluminan la mente son
superiores a los de la curación física y a los del dominio sobre la naturaleza;
pero aún mayor es el milagro que consiste en la curación de la causa original
de toda forma de sufrimiento: la engañosa ignorancia que eclipsa la unidad del
alma humana con Dios. Ese olvido primordial puede desterrarse sólo mediante la
realización del Ser, a través del poder intuitivo con que el alma percibe de
manera directa su propia naturaleza como Espíritu individualizado y siente al
Espíritu como la esencia de todas las cosas.
Todas las religiones del mundo auténticamente reveladas
se basan en el conocimiento intuitivo. Cada una de ellas tiene una
particularidad exotérica o externa y una esencia esotérica o interna. El
aspecto exotérico es su imagen pública, constituida por preceptos morales y un
conjunto de doctrinas, dogmas, razonamientos, normas y costumbres que tienen
como propósito servir de guía al común de los seguidores.
El aspecto esotérico consiste en ciertos métodos que se
concentran en la comunión real del alma con Dios. El aspecto exotérico es para
las multitudes; el esotérico, para aquellos pocos que cuentan con verdadero
fervor. Es el aspecto esotérico de la religión el que conduce a la intuición,
al conocimiento directo de la Realidad.
El sublime Sanatana Dharma de la filosofía védica de la
antigua India —resumido en los Upanishads y en los seis sistemas clásicos de
conocimiento metafísico, e incomparablemente sintetizado en el Bhagavad Gita—
está basado en la percepción intuitiva de la Realidad Trascendental. El
budismo, con sus diversos métodos de lograr el control de la mente y
profundizar en la meditación, aboga por el conocimiento intuitivo para alcanzar
la trascendencia del nirvana.
El sufismo del islam tiene su fundamento en la intuitiva
experiencia mística del alma. Dentro de la religión judía, hay enseñanzas
esotéricas basadas en la experiencia interior de la Divinidad, de lo cual
existe copiosa evidencia en el legado de los profetas bíblicos iluminados por
Dios. Las enseñanzas de Cristo expresan plenamente esa realización. El libro
del Apocalipsis, escrito por el apóstol Juan, constituye una notable revelación
de las más profundas verdades que, revestidas de metáforas, se presentan ante
la percepción intuitiva del alma.
El «segundo nacimiento», sobre cuya necesidad habla
Jesús, nos permite entrar en los dominios de la percepción intuitiva de la
verdad. Aun cuando al escribir el Nuevo Testamento no se utilizó la palabra
«intuición», pueden hallarse en él abundantes referencias al conocimiento
intuitivo. De hecho, los 21 versículos en los que se describe la visita de
Nicodemo presentan, en forma de condensados epigramas —tan característicos de
la escritura oriental—, un completo resumen de las enseñanzas esotéricas de
Jesús sobre la manera práctica de obtener el infinito reino de la
bienaventurada conciencia divina.
Estos versículos han sido interpretados, por lo general,
como una confirmación de doctrinas tales como la que afirma que el bautismo del
cuerpo por el agua es un requisito esencial para entrar en el reino de Dios
después de la muerte (luan 3:5), que Jesús es el único «hijo de Dios» (Juan
3:16), que la mera «creencia» en Jesús es suficiente para la salvación y que
todos aquellos que no creen ya están condenados (luan 3:17-18).
Semejante interpretación exotérica de las escrituras hace
que la universalidad de la religión quede sepultada en el dogma. Sin embargo,
la comprensión de la verdad esotérica revela un panorama de unidad.
El hombre espiritual intenta liberarse de la materialidad
que le hace vagabundear como un hijo pródigo por el laberinto de las encarnaciones;
pero el hombre común no desea otra cosa que mejorar las condiciones de su
existencia terrenal. Así como el instinto confina a los animales a un
territorio comprendido dentro de límites preestablecidos, así también la razón
impone sus propias restricciones a aquellos seres humanos que no procuran
convertirse en superhombres mediante el desarrollo de su intuición.
El individuo que sólo rinde culto al raciocinio y no es
consciente de que dispone del poder de la intuición —el único que le permite
conocerse a sí mismo como alma— permanece en un estado que supera escasamente
al de un animal racional; ha perdido el contacto con la herencia espiritual que
es su derecho de nacimiento.
Esta tierra es el hábitat de los problemas y del
sufrimiento; por el contrario, el reino de Dios que está más allá de este plano
material es la morada de la libertad y de la bienaventuranza. El alma del
hombre que se encuentra en el proceso del despertar ha seguido un camino ardua-
mente conquistado, a lo largo de numerosas encarnaciones de evolución
ascendente, con el propósito de llegar a la etapa de ser humano y tener la
posibilidad de reclamar su divinidad perdida. Y, sin embargo, ¡cuántos
nacimientos humanos se han desperdiciado por permanecer absortos en la comida, el
dinero, la gratificación del cuerpo y las emociones egoístas!
El nacimiento como ser humano lo recibimos de nuestros
padres; el nacimiento espiritual, en cambio, lo concede un gurú enviado por
Dios. En la tradición védica de la antigua India, al bebé recién nacido se le
denomina kayastha, que significa «identificado con el cuerpo». Los ojos
físicos, que miran hacia la tentadora materia, son un legado de los padres
físicos; pero en el momento de la iniciación (el bautismo espiritual), es el
gurú quien abre el ojo espiritual.
Por medio de la ayuda del gurú, el iniciado aprende a
utilizar el ojo telescópico para contemplar el Espíritu y se convierte,
entonces, en un dvija, «nacido dos veces» (la misma terminología metafísica
empleada por Jesús). Comienza así su avance hasta alcanzar el estado de
brahmin, aquel que conoce a Brahman o el Espíritu.
El alma vinculada a la materia, al elevarse hasta el
Espíritu a través del contacto con Dios, nace por segunda vez, en el Espíritu.
Lamentablemente, incluso en la India esta iniciación para pasar de la
conciencia del cuerpo a la conciencia espiritual se ha transformado en una
simple formalidad, en una ceremonia de castas que llevan a cabo sacerdotes
comunes durante la iniciación de los jóvenes brahmines, lo cual equivale al
ritual simbólico del bautismo con agua. No obstante, Jesús, al igual que los
grandes maestros hindúes de los tiempos antiguos, confería el bautismo real del
Espíritu, «con Espíritu Santo y fuego».
Cómo elevar al Hijo
del hombre al estado de Conciencia Divina
« Respondió Nicodemo: "¿Cómo puede ser eso? Jesús le
respondió: "Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad,
en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo
que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros
cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el
Hijo del hombre, que está en el cielo. Y como Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga en él la vida eterna. »
(Juan 3:9-15)
AI dirigirse a Nicodemo, Jesús señaló que el solo hecho
de desempeñar el cargo ceremonial de maestro de la casa de Israel no le
garantizaba la comprensión de los misterios de la vida. A menudo, se otorgan
dignidades religiosas a ciertas personas en virtud de su conocimiento
intelectual de las escrituras, pero sólo se puede obtener una comprensión total
de las profundidades esotéricas de la verdad por medio de la experiencia
intuitiva.
Jesús, en virtud de su intuición, poseía un conocimiento
pleno del noúmeno que sostiene el funcionamiento del cosmos y la diversidad de
la vida. Por esa razón, pudo decir con autoridad: «Nosotros sabemos».
Hay muchas personas que dudan de la existencia del cielo
simplemente porque no lo ven. Y, sin embargo, no ponen en duda la existencia de
la brisa tan sólo porque no sea visible. A ésta se la reconoce por su sonido,
por la sensación que produce sobre la piel y por el movimiento que imprime a
las hojas y demás objetos. De manera semejante, el universo entero vive, se
mueve y respira por causa de la invisible presencia de Dios en las fuerzas
celestiales que se encuentran más allá de la materia.
La concentración interior es el camino para tomar
conciencia del sutil y prolífico cielo que se encuentra más allá de este denso
universo. La soledad es el precio de la grandeza y del contacto con Dios. Cada
una de las almas encarnadas en un cuerpo físico ha descendido de las
celestiales, y todas ellas pueden volver a ascender retirándose al «desierto»
del silencio interior y practicando el método científico de elevar la fuerza
vital y la conciencia desde la identificación corporal hasta la unión con Dios.
« "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del
cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Y como Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre". »
(Juan 3:13-14)
Este pasaje es muy importante y poco comprendido. Si se
las considera en forma literal, las palabras «elevó la serpiente» son, en el
mejor de los casos, una clásica ambigüedad de las escrituras. Cada símbolo
encierra un significado oculto que debe interpretarse con acierto.
«El que bajó del cielo» significa el cuerpo físico.
(Jesús se refiere al cuerpo físico como el «hombre». En los Evangelios, Jesús
designa en todo momento su propio cuerpo físico como «el Hijo del hombre», para
diferenciarlo de la Conciencia Crística, «el Hijo de Dios»).
Jesús se refería a una extraordinaria verdad cuando habló
del «Hijo del hombre, que está en el cielo» Las almas comunes ven sus cuerpos
(el «Hijo del hombre») vagar sólo por la tierra; en cambio, las almas libres
como Jesús morán simultáneamente en el plano físico y en los reinos
celestiales. Así pues, las palabras de Jesús son a la vez simples y
maravillosas.
Mientras Jesús se encontraba en el mundo llevando a cabo
con diligencia la obra de su Padre Celestial, pudo en verdad proclamar: «Estoy
en el cielo». Éste es el estado más elevado de éxtasis de la conciencia divina,
definido por los yoguis como nirvikalpasamadhi,
un estado extático «sin diferencia» entre la conciencia externa y la comunión
interior con Dios.
En savikalpasamadhi,
«con diferencia» (un estado menos elevado), no somos conscientes del mundo
externo; el cuerpo entra en un trance inerte a la vez que la conciencia se
halla inmersa en la unidad interior consciente con Dios. Los maestros más
avanzados logran ser plenamente conscientes de Dios sin mostrar signos de que
el cuerpo esté paralizado; el devoto bebe la presencia de Dios y, al mismo
tiempo, continúa consciente y completamente activo en su entorno externo, si
así se lo propone.
En los Evangelios, Jesús enfatiza una y otra vez el hecho
de que todos pueden lograr aquello que él logró. El siguiente comentario que le
hace a Nicodemo muestra de qué manera es posible:
« Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga
en él la vida eterna. »
La palabra «serpiente» de este pasaje se refiere,
metafóricamente, a la conciencia y la fuerza vital del ser humano presentes en
el sutil conducto enrollado que se encuentra en la base de la espina dorsal,
cuyo flujo hacia la materia debe revertirse para que el hombre ascienda de
nuevo desde un estado de apego corporal hasta su libertad en la
supra-conciencia.
Moisés, Jesús y los yoguis hindúes conocían el secreto de
la vida espiritual científica. Demostraron, con unanimidad, que todos aquellos
cuya mente aún se encuentra atada a lo físico deben dominar el arte de elevar
la fuerza serpentina de la conciencia corporal sensoria a fin de dar los
primeros pasos en su camino interior de regreso al Espíritu.
Cuando nos hallamos sentados en calma y en silencio,
logramos aquietar parcialmente la fuerza vital que fluye hacia fuera en
dirección a los nervios, al haberla retirado de los músculos; en ese momento,
el cuerpo se encuentra relajado. Sin embargo, esta paz se ve fácilmente
perturbada por la llegada de cualquier sonido o sensación, debido a que la
energía vital que continúa fluyendo hacia el exterior a través del sendero
enrollado mantiene los sentidos en funcionamiento.
Durante el sueño, las fuerzas vitales astrales se retiran
no sólo de los músculos, sino también de los instrumentos sensoriales. Cada
noche, todo ser humano consigue el recogimiento físico de la fuerza vital,
aunque este proceso se realiza de manera inconsciente.
El yogui conoce el arte científico de retirar la energía
en forma consciente de los nervios sensoriales, de modo que ninguna
perturbación externa —visual, auditiva, táctil, gustativa u olfativa— se
introduzca en el santuario interior de su meditación saturada de paz. Este
proceso se puede llevar a cabo de manera consciente. Mediante el conocimiento y
aplicación de determinadas leyes y técnicas científicas de concentración, los
yoguis desconectan a voluntad los sentidos. Atraviesan, de este modo, los
umbrales del sueño subconsciente hasta llegar a las regiones del gozoso
recogimiento supra-consciente.
La persona que sueña no sabe que una pesadilla es irreal
hasta que despierta. Así también, sólo a través del despertar en el Espíritu
—la unidad con Dios en el estado de samadhi— puede el ser humano desvanecer el
sueño cósmico de la pantalla de su conciencia individualizada.
El despertar de la fuerza kundalini es una tarea
sumamente difícil y no puede lograrse de manera accidental. Se requieren años
de coordinados esfuerzos en la meditación bajo la guía de un gurú competente.
Los sentidos de la vista, el oído, el gusto, el tacto y
el olfato se asemejan a cinco reflectores que nos muestran la materia. Cuando
emerge la energía vital a través de los rayos sensoriales, el hombre se siente
atraído hacia los bellos rostros, los sonidos cautivantes y los atrayentes
aromas, sabores y sensaciones táctiles.
Esto es natural, pero aquello que es natural para la
conciencia atada al cuerpo no lo es para el alma. Sin embargo, cuando esa
divina energía vital se retira de los autocráticos sentidos y asciende a través
del sendero espinal hasta alcanzar el centro espiritual de percepción infinita
situado en el cerebro, se proyecta hacia la inconmensurable eternidad y revela
al Espíritu universal.
El verdadero
significado de creer en su nombre y de la salvación
« Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado;
pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo unigénito de Dios.
Y la condenación está en que la luz vino al mundo, y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean
censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede
de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. »
(Juan 3:16-21)
La confusión entre «Hijo del hombre» e «Hijo unigénito de
Dios» ha sido causa de mucha intolerancia en el ámbito del eclesianismo, que no
comprende o no reconoce el elemento humano presente en Jesús: el hecho de que
era un hombre, nacido con un cuerpo mortal, que había desarrollado su
conciencia hasta volverse uno con Dios mismo.
No era el cuerpo de Jesús sino la conciencia existente en
dicho cuerpo la que era una con el Hijo unigénito: la Conciencia Crística, el
único reflejo de Dios Padre dentro de la creación. Al instar a la gente a creer
en el Hijo unigénito, Jesús se refería a esta Conciencia Crística, que se
hallaba totalmente manifestada en él —así como en los maestros de todas las
épocas que han alcanzado la realización divina— y que se encuentra latente
dentro de cada alma.
El propósito de las majestuosas palabras de Jesús en
estos pasajes era dar a conocer una alentadora promesa divina de redención para
toda la humanidad. Siglos de interpretaciones equivocadas han instigado, en
cambio, guerras de odio intolerante, crueles inquisiciones y juicios
condenatorios causantes de divisiones.
Pensar que el Señor condena a los no creyentes como
pecadores es una incongruencia. Dado que quien mora en todos los seres es el
Señor mismo, la condenación sería algo totalmente contraproducente. Dios jamás
castiga al hombre por no creer en Él; es el hombre quien se castiga a sí mismo.
Ignorar la Inteligencia que se halla omnipresente en la creación entera es
negar a la conciencia su vínculo con la Fuente de la sabiduría y el amor
divinos que ponen en movimiento el proceso de ascensión en el Espíritu.
Dogma y política:
cómo se perdió el verdadero significado de "Hijo unigénito"
Al igual que con «la Palabra», el «Hijo unigénito» pasó a
significar únicamente la persona de Jesús a través de un proceso gradual de
evolución de la doctrina producido por una serie de complejas influencias
teológicas y políticas. Para conocer al detalle la historia de dicho proceso,
véase, por ejemplo, el libro de Richard E. Rubenstein “When Jesus Became God: TheStruggle to Define Christianity During the
Last Days of Rome” (Cuando Jesús se convirtió en Dios: La lucha para
definir el cristianismo en los últimos días de Roma).
Los escritos de muchos gnósticos cristianos de los dos
primeros siglos d. C., Basílides, Teodoto, Valentín y Tolomeo entre otros,
expresan, de modo similar, que el «Hijo unigénito» se conceptuaba como el
principio cósmico de la creación —el divino Nous (en griego, «inteligencia»,
«mente» o «pensamiento»)— y no como la persona de Jesús.
Uno de los Padres de la Iglesia, el célebre Clemente de
Alejandría, cita, de los escritos de Teodoto, que «el Hijo unigénito es el
Nous» (Excerpta ex Theodoto 6.3). En el libro “Gnosis: A Selection of Gnostic Texts” (Gnosis: Una selección de
textos gnósticos), el estudioso alemán Werner Foerster cita estas palabras
atribuidas a Ireneo: «Basílides presenta al Nous como el primero en nacer del
Padre sin origen».
Valentín, un maestro sumamente respetado por la
congregación cristiana de Roma alrededor del año 140 d. de C., sostenía, según
Foerster, una postura similar y consideraba que «en la Introducción del Evangelio
de Juan, el "Unigénito" reemplaza al Nous».
En el Concilio de Nicea (325 d, C.), sin embargo, y en el
posterior Concilio de Constantinopla (381 d. C.), la Iglesia proclamó como
doctrina oficial que Jesús mismo era, en las palabras del Credo de Nicea, «el
Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz,
Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, homoousios ("de la misma naturaleza") del Padre».
Después del Concilio de Constantinopla, según escribe
Timothy D. Barnes en Athanasius and Constantius: Theology and Politics in
theConstantinianEmpire (Atanasio y Constancio: Teología y política en el
Imperio Bizantinol), «el emperador convirtió las decisiones [del Concilio] en
ley y sometió a inhabilitación legal a los cristianos que no aceptaran el credo
de Nicea y su consigna homoousios.
Como se reconoce desde hace ya largo tiempo, estos sucesos marcaron la
transición de una época particular a otra en la historia de la Iglesia cristiana
y del Imperio Romano».
Desde ese momento en adelante —explica Richard Rubenstein
en su libro—, la enseñanza oficial de la Iglesia promulgó que no aceptar a
Jesús como Dios era rechazar a Dios mismo. A lo largo de los siglos, esta
postura tuvo inmensas —y, a menudo, trágicas— repercusiones en la relación
entre cristianos y judíos (y, posteriormente, entre cristianos y musulmanes, ya
que éstos consideraban a Jesús como un profeta divino, pero no como parte de la
Divinidad), así como también para los pueblos no cristianos de las tierras conquistadas
y colonizadas más tarde por las naciones europeas.
-----------------------------
Las verdades que Jesús enseñó iban mucho más allá de la
creencia ciega. La creencia es precursora de la convicción: es preciso creer en
la posibilidad de algo para investigarlo imparcialmente. Pero si nos damos por
satisfechos tan sólo con las creencias, éstas se convierten en dogma —estrechez
mental—, lo cual obstaculiza la búsqueda de la verdad y el progreso espiritual.
Hay que cultivar en la tierra de la creencia los frutos de la experiencia
directa de Dios y del contacto con Él. Es este conocimiento incontrovertible —y
no la mera creencia— lo que brinda la salvación.
Si alguien me dijese: «Creo en Dios», yo le preguntaría:
«¿Por qué crees en Él? ¿Cómo sabes que hay un Dios?». Si su respuesta estuviese
basada en suposiciones o en la opinión de otras personas, le diría que no cree
realmente. Para defender una convicción, es necesario tener pruebas que la
avalen; de lo contrario, se tratará simplemente de un dogma y será presa fácil
del escepticismo.
Si yo señalara un piano y afirmase que se trata de un
elefante, la razón de una persona inteligente se rebelaría ante lo absurdo de
dicha aseveración. Del mismo modo, si se propagan dogmas acerca de Dios
carentes de la validación que aporta la experiencia o la realización, tarde o
temprano, cuando se los someta a prueba mediante una experiencia contraria, el
raciocinio formulará conjeturas acerca de la veracidad de tales ideas. A medida
que los ardientes rayos del sol de la investigación analítica se vuelvan cada
vez más abrasadores, las frágiles creencias sin fundamento se debilitarán y
marchitarán, dejando en su lugar un páramo de dudas, agnosticismo o ateísmo.
La meditación científica, que trasciende la mera filosofía,
sintoniza la conciencia con la poderosa verdad suprema; el devoto avanza, a
cada paso, hacia la auténtica percepción de la verdad y evita el errático
vagar. Una vida espiritual genuina se construye a través de la perseverancia en
los esfuerzos por verificar las creencias y someterlas a la prueba de la
experiencia merced a la realización intuitiva que se logra con los métodos
yóguicos.
« Y la condenación está en que la luz vino al mundo, y
los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean
censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede
de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. »
(Juan 3:19-21)
De la omnipresente luz de Dios, imbuida de la
Inteligencia Crística universal, emanan silenciosamente la sabiduría y el amor
divinos para conducir a todos los seres de regreso a la Conciencia Infinita. El
alma, al ser una versión micro-cósmica del Espíritu, es una luz que está
siempre presente en el hombre para guiarle a través del entendimiento y de la
voz intuitiva de la conciencia. Sin embargo, muy a menudo el ser humano trata
erróneamente de justificar los hábitos y caprichos enraizados en sus deseos y
hace caso omiso de dicha guía.
El origen del pecado y del consiguiente sufrimiento
físico, mental y espiritual reside, por lo tanto, en el hecho de que la
inteligencia y el discernimiento divinos que posee el alma se reprimen debido
al mal uso que hace el hombre del libre albedrío otorgado por Dios. Aun cuando
la gente que carece de entendimiento atribuye a Dios sus propias tendencias
vengativas, la «condenación» acerca de la cual hablaba Jesús no constituye un
castigo impuesto por un Creador tiránico, sino que se trata de los resultados
que el hombre atrae sobre sí mismo por sus propias acciones, de acuerdo con la
ley de causa y efecto (karma).
Sucumbiendo a los deseos que mantienen su conciencia
absorta y recluida en el mundo material —las «tinieblas» o porción densa de la
creación cósmica donde la luminosa Presencia Divina se halla intensamente
velada por las sombras de la ilusión de maya—, las almas ignorantes,
identificadas en su condición humana con el ego mortal, se abandonan de manera
reiterada a sus modos equivocados de vivir, los cuales quedan entonces grabados
con fuerza en su mente como malos hábitos de comportamiento.
Ejercitando una y otra vez la fuerza de voluntad para
meditar de forma profunda y regular, se puede obtener el contacto con la
supremamente satisfactoria Bienaventuranza de Dios y traer de nuevo a la
conciencia ese gozo en todo momento y lugar.
El ojo "único" u ojo
espiritual
« La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es único,
todo tu cuerpo estará si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y,
si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá! »
(Mateo 6:22-23)
La luz que revela a Dios dentro del cuerpo es el ojo
único ubicado en el entrecejo, que puede verse durante la meditación profunda y
constituye la puerta de acceso a la presencia de Dios. Cuando el devoto es
capaz de percibir a través del ojo espiritual, ve su cuerpo entero, así como su
cuerpo cósmico, colmado de la luz de Dios que emana de la vibración cósmica.
Cuando la mirada y la mente del ser humano se alejan de
Dios, concentrándose en motivaciones negativas y acciones materialistas, su
vida se llena de la oscuridad de la ignorancia causada por la engañosa ilusión,
la indiferencia espiritual y los hábitos causantes de sufrimiento. La sabiduría
y la luz cósmica interiores permanecen ocultas. ¡«Qué oscuridad habrá» en el
hombre materialista que poco o nada conoce de la divina realidad y acepta, con
alegría o resentimiento, cualquier ofrenda que la ilusión ponga en su camino!
Vivir en tan malsana ignorancia no constituye una vida propia de la conciencia
del alma encarnada.
El hombre que ha elevado su nivel espiritual —cuyo cuerpo
y mente se encuentran iluminados interiormente por la luz y la sabiduría
astrales, y en quien las sombras de la oscuridad física y mental se han
disipado, siéndole posible contemplar el cosmos entero colmado de la luz, la
sabiduría y el gozo de Dios—, aquel en quien la luz de la realización del Ser
se halla plenamente manifestada, experimenta un gozo indescriptible y recibe la
incesante guía de la sabiduría divina.
PARTE 3: EL YOGA DEL
AMOR DIVINO QUE ENSEÑÓ JESÚS
Las Bienaventuranzas
« Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de
los Cielos". »
(Mateo 5:2-3)
Los poéticos versículos de Jesús que comienzan con la
palabra «Bienaventurados...» son conocidos como las Bienaventuranzas o
Beatitudes. «Beatificar» es hacer supremamente feliz a alguien. La beatitud o
bienaventuranza significa la bendición —la dicha— del Cielo. Jesús deja aquí
asentada, con fuerza y simplicidad, una doctrina de principios morales y
espirituales cuyo eco sigue resonando sin decrecer a lo largo de los siglos.
Por medio de estos principios, la vida del hombre queda bendecida, colmada de
bienaventuranza celestial.
Ser «pobre de espíritu» significa que uno ha despojado su
propio ser interno, su espíritu, del deseo y apego por los objetos materiales,
las posesiones terrenales y el amor humano egoísta. Mediante la purificación
inherente a esta renuncia interior, el alma se percata de que siempre ha
poseído todas las riquezas del Reino Eterno de la Sabiduría y la
Bienaventuranza, y desde ese momento reside en dicho Reino, comulgando sin
cesar con Dios y sus santos.
Jesús elogió de esta manera a las almas que son pobres de
espíritu, completamente libres del apego a la fortuna y a las metas mundanas
personales por haber preferido la búsqueda de Dios y el servicio a los demás.
Cuando el espíritu del hombre renuncia mentalmente al
deseo por los objetos de este mundo, porque sabe que son ilusorios,
perecederos, engañosos e impropios del alma, comienza a hallar el gozo
verdadero en la adquisición de esas cualidades espirituales que le satisfacen
de forma permanente. Al llevar con humildad una vida de simplicidad externa y
de renunciación interior, saturada del gozo y la sabiduría celestiales del
alma, el devoto finalmente hereda el reino perdido de la bienaventuranza
inmortal.
« Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados. »
(Mateo 5:5)
El sufrimiento de las personas comunes se origina en la
pena por las esperanzas mundanas incumplidas, o por la pérdida del amor humano
o de las posesiones materiales. Jesús no estaba alabando tal estado negativo de
la mente, que eclipsa la felicidad psicológica y es en extremo nocivo para
retener el gozo espiritual que se ha obtenido mediante arduos esfuerzos en la
meditación.
Él se refería a la divina melancolía que surge cuando uno
toma conciencia de hallarse separado de Dios, lo cual crea en el alma un
insaciable anhelo de reunirse con el Bienamado Eterno. Aquellos que en verdad
claman por Dios, que lloran en todo momento por Él con fervor siempre creciente
en la meditación, hallarán consuelo en la revelación de la Bienaventuranza y
Sabiduría que Dios les envía.
Aquellos cuyos lamentos espirituales pueden ser aplacados
por medio de satisfacciones de naturaleza material volverán a sufrir cuando les
sean arrebatados —ya sea por las exigencias de la vida o por la muerte— esos
frágiles motivos de seguridad. En cambio, quienes claman por la Verdad y por
Dios, rehusando ser acallados con una oferta menor, recibirán consuelo por siempre
en los brazos de la Gozosa Divinidad.
Los placeres sensoriales pertenecen al cuerpo y a la
mente inferior; no le proporcionan al hombre alimento para la esencia más
profunda de su ser. El hambre espiritual que sufren quienes subsisten a base de
aquello que los sentidos ofrecen se alivia sólo mediante la rectitud, es decir,
los atributos, actitudes y acciones apropiados para el alma: la virtud, el
comportamiento espiritual, la bienaventuranza, la inmortalidad:
La rectitud consiste en actuar con acierto en los
aspectos físico, mental y espiritual de la vida. Aquellos que sienten una
intensa sed y hambre de cumplir con los deberes supremos de la vida se hacen
acreedores de la siempre renovada bienaventuranza de Dios:
« Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la
justicia, porque ellos serán saciados. »
(Mateo 5:6)
« Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. »
(Mateo 5:7).
Únicamente el sabio puede ser en verdad misericordioso,
porque con divina visión interior es capaz de percibir incluso a los
malhechores como almas —como hijos de Dios que, al extraviarse, merecen
comprensión, perdón, ayuda y guía—. La misericordia implica la aptitud para
ayudar.
Aquellos que son moralmente débiles pero están deseosos
de ser buenos, los pecadores (es decir, quienes yerran en detrimento de su
propia felicidad por hacer caso omiso de las leyes divinas), los que se hallan
en un estado de decrepitud física, los que padecen trastornos mentales y los
ignorantes espirituales, todos ellos necesitan la ayuda misericordiosa de las
almas que, gracias a su desarrollo interior, se hallan capacitadas para
prestarles asistencia y comprensión.
« Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios. »
(Mateo 5:8)
La experiencia religiosa suprema es la percepción directa
de Dios, para alcanzar la cual es indispensable purificar el corazón. En este
sentido, todas las escrituras concuerdan. El Bhagavad Guita —la escritura
inmortal de la India que trata sobre el yoga, la ciencia de la religión y la
unión con Dios— se refiere al estado de bienaventuranza y divina percepción
propio de quien ha conseguido esa purificación interior:
« El yogui que ha logrado aquietar la mente y controlar
las pasiones por completo, liberándolas de toda impureza, y que es uno con el
Espíritu, en verdad ha alcanzado la bienaventuranza suprema.
Con el alma unida al Espíritu mediante el yoga,
percibiendo con igualdad todas las cosas, el yogui contempla su verdadero Ser
(unido al Espíritu) en todas las criaturas, y a todas las criaturas en el
Espíritu.
Aquel que me ve en todas partes y contempla todo en Mí,
nunca me pierde de vista, y Yo jamás le pierdo de vista a él. »
(Bhagavad Gita VI:27, 29-30)
Desde tiempos inmemoriales, los rishis de la India han
escudriñado el corazón mismo de la verdad y han descrito con detalle su
utilidad práctica para el hombre.
Mi venerado gurú, Swami Sri Yukteswar, escribió con toda
profundidad acerca de cómo la evolución espiritual del hombre consiste en la
purificación del corazón. A partir de un estado inicial en el que la conciencia
se halla completamente bajo el engaño de maya («el corazón oscuro»), el hombre
evoluciona a través de los estados sucesivos del corazón motivado, el corazón
constante y el corazón consagrado hasta llegar al corazón puro, en el cual
—escribe Sri Yukteswar— «es capaz de comprender la Luz Espiritual, Brahman [el
Espíritu] o la Sustancia Real del universo».
Esta Bienaventuranza explica la necesidad de restituir la
perdida claridad de la visión divina. El estado de bienaventuranza conocido por
quienes son del todo puros de corazón no es otro que aquel al que se refiere el
Evangelio de San Juan:
« Pero a todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios. »
A cada devoto que recibe y refleja la omnipresente Luz
Divina, o Conciencia Crística, a través de la purificada transparencia del
corazón y de la mente, Dios le concede el poder de reclamar, al igual que hizo
Jesús, la bienaventuranza de su filiación divina.
En todas las grandes almas —que vienen a la tierra para
mostrar a la humanidad el camino hacia la eterna beatitud o conciencia de
felicidad suprema— se pueden encontrar los rasgos divinos ensalzados por Jesús
como camino hacia la bienaventuranza.
En el Bhagavad Gita, Sri Krishna enumera en detalle las
cualidades imprescindibles del alma que son distintivas del hombre de Dios:
« (Las características del sabio son:) la humildad, la
falta de hipocresía, la no violencia, la misericordia, la rectitud, el servicio
al gurú, la pureza de mente y cuerpo, la tenacidad, el dominio de sí mismo.
La indiferencia a los objetos de los sentidos, la
ausencia de egoísmo, la comprensión del dolor y de los males (inherentes a la
vida mortal): nacimiento, enfermedad, vejez y muerte.
El desapego, la no identificación de su verdadero ser con
los hijos, el cónyuge o el hogar; la constante ecuanimidad ante las
circunstancias deseables e indeseables;
La inquebrantable devoción hacia Mí mediante la práctica
del yoga que trasciende toda separación, la inclinación a frecuentar parajes
solitarios y a evitar la compañía de personas mundanas.
La perseverancia en conocer el alma; y la percepción
meditativa del objeto de todo conocimiento —su esencia verdadera o significado
oculto—. Todas estas cualidades forman parte de la sabiduría, y las opuestas no
son más que ignorancia. »
(Bhagavad Gita XIII:7-11)
Al cultivar las virtudes antes mencionadas, el ser humano
puede vivir —incluso en este mundo materialista— en la bienaventurada
conciencia del alma, como un verdadero hijo de Dios. De este modo, su vida, al
igual que la de muchos otros con los que se cruza en su camino, se vuelve
radiante con la luz, el gozo y el amor infinitos del Padre Eterno.
El amor divino: la meta suprema de la religión y de la
vida
« Acercose uno de los escribas que les había oído y,
viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: "¿Cuál es el
primero de todos los mandamientos?". Jesús le contestó: "El primero
es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas
tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro
mandamiento mayor que éstos". »
(Marcos 12:28-31)
EI propósito entero de la religión —de la vida misma, en
realidad— se encuentra resumido en los dos mandamientos supremos citados por el
Señor Jesús en estos versículos. En ellos está la esencia de la verdad eterna
que distingue todos los senderos espirituales auténticos.
Ésta constituye la principal de todas las leyes cósmicas
decretadas por el Espíritu para elevar y liberar el alma —afirmaba Jesús—,
porque es a través de los portales del amor del ser humano como Dios establece
su unidad con él, y esta unión libera al hombre del cautiverio de la ilusión.
Aun cuando es preciso amar a Dios para poder conocerle,
también es cierto que debemos conocer a Dios para poder amarle. Nadie puede
amar algo acerca de lo cual no sabe nada; nadie puede amar a una persona que le
es por completo desconocida.
Sin embargo, quienes meditan con profundidad «conocen»,
porque hallan la prueba de la existencia de Dios en el siempre renovado Gozo
que se siente en la meditación, o en el Sonido Cósmico de Om (Amén) que se oye
en el silencio profundo, o en el Amor Cósmico que se experimenta al enfocar la
devoción en el corazón, o en la Sabiduría Cósmica que alborea como iluminación
interior, o en la Luz Cósmica que evoca visiones del Infinito, o en la Vida
Cósmica que se percibe durante la meditación cuando la pequeña vida se funde
con la gran Vida presente en todo.
El devoto que, aunque sea una vez, haya percibido a Dios
en la meditación como alguna de sus manifestaciones tangibles no puede evitar
amarle cuando de este modo capta sus arrobadoras cualidades. La mayoría de las
personas nunca aman en realidad a Dios porque saben muy poco acerca de lo
cautivante que es el Señor cuando visita el corazón del devoto que medita. Este
contacto genuino con la presencia trascendental de Dios es posible para
aquellos devotos resueltos que son constantes en la meditación y perseveran en
la oración sincera que brota del alma.
El practicante religioso medio racionaliza el
cumplimiento de sus obligaciones espirituales mediante rituales mecánicos u
oraciones que pronuncia mientras sus pensamientos están en otra parte, o bien
con erráticos vagabundeos por la jungla de la teología y del dogma. Quizá
procure sentir amor y devoción a Dios en su corazón y enfocar su mente en Él,
tanto como le sea posible, durante los períodos de oración; tal vez intente
amar a Dios «con todas sus fuerzas», cantando o danzando.
En lo que respecta a amar a Dios con toda el alma, se
siente desconcertado, ya que ni siquiera sabe qué es el alma. El único momento
en que percibe algo acerca del alma (y en ese caso, sólo de modo inconsciente)
es durante el sueño profundo sin ensueños. En ese estado, la «fuerza» o energía
vital se desconecta de los cinco sentidos y se retira hacia el interior; la
conciencia de sí mismo como entidad física desaparece. Por la noche, los seres
humanos tienen una vislumbre de su verdadero Ser, el alma; cada mañana, al
despertar, la mayoría de las personas adopta, una vez más, su errónea
identificación como hombre o mujer mortal.
Los intentos de aplicar las enseñanzas de Jesús en forma
externa proporcionan por lo general sólo una satisfacción exterior mínima y no
la experiencia divina. Existe, sin embargo, un significado interno de la
exhortación a amar a Dios con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas.
Jesús empleó estos sencillos términos bíblicos, pero dio a entender que en
ellos se incluye toda la ciencia del yoga, el camino trascendental para
alcanzar la unión divina a través de la meditación.
En la India, donde el conocimiento espiritual se había
desarrollado durante miles de años antes de la época de Jesús, los sabios que
conocían a Dios plasmaron estos conceptos en una filosofía espiritual de amplio
alcance con el propósito de guiar a los devotos de manera sistemática en el
sendero hacia la liberación. Cuando una persona hace el esfuerzo de conocer a
Dios en el estado meditativo, empleando la sinceridad del corazón y sus más
profundos sentimientos, y la intuición del alma, y todos los poderes de
concentración de la mente, y toda la energía vital interiorizada (todas sus
fuerzas), con seguridad alcanzará el éxito.
«Amar a Dios con todo su corazón» se conoce en la India
como Bhakti Yoga —la unión con Dios por medio del amor y la devoción
incondicionales—. El bhakta llega a comprender que lo que hay en el corazón de
una persona es lo que determina en qué se concentra: en aquello que ama. Así
como el corazón del amante está junto al ser amado y el del ebrio junto a la
bebida, así también el corazón del devoto se halla de continuo absorto en el amor
por su Bienamado Divino.
«Amar a Dios con toda tu mente» significa amarle con toda
la concentración enfocada en Él. La India se ha especializado en la ciencia de
concentrar por completo la mente mediante la práctica de técnicas precisas, de
modo que, durante sus prácticas, el devoto pueda mantener toda la atención en
Dios.
«Amar a Dios con toda tu alma» significa entrar en el
estado de éxtasis supra-consciente: la percepción directa del alma y de su
unidad con Dios. Amar a Dios con toda el alma exige la absoluta quietud que se
alcanza en el recogimiento trascendente. No es posible lograrlo cuando se reza
en voz alta, se mueven las manos de un lado a otro, se canta o se lleva a cabo
cualquier otra acción corporal que active el sistema sensorio-muscular.
Así como durante el sueño profundo el cuerpo y los
sentidos permanecen inertes, así también este recogimiento interior caracteriza
el éxtasis supra-consciente, con la diferencia de que el éxtasis es mucho más
profundo que el sueño. Lo que se siente al dormir multiplicado por diez
millones de veces no alcanza a describir el gozo del éxtasis. Se trata de un
estado en el que podemos conocer nuestro verdadero Ser, el alma, y adorar sin
reservas, con ese auténtico Ser, a Aquel que es el Amor mismo.
El cumplimiento del mandato divino de amar a Dios con
todo nuestro corazón, mente y alma se hace posible por medio de la ciencia que
le permite al devoto «amar a Dios con todas sus fuerzas». El yoga enseña dicha
ciencia.
El dominio de la energía vital que le permite al devoto
amar a Dios con todas sus fuerzas se inicia con la postura (asana, el
entrenamiento del cuerpo para mantener, con facilidad y sin inquietud, la
postura correcta que posibilita permanecer inmóvil al meditar) y con ejercicios
respiratorios para controlar la fuerza vital (pranayama, las técnicas para
aquietar la respiración y el corazón).
Mediante tales prácticas, se serena el corazón, la
energía se desconecta de manera efectiva de los sentidos, y se calma el aliento
inquieto que mantiene al hombre atado a la conciencia corporal. El yogui es
capaz de enfocar su mente en Dios sin que le perturbe la intrusiva atracción
del cuerpo. La mente, desconectada de las sensaciones, se retira de modo
trascendental hacia el interior (pratyahara).
El devoto puede entonces utilizar la mente así liberada
para experimentar la unión amorosa con Dios. Cuando al devoto le es posible
amar a Dios con la mente concentrada en el interior de su ser, comienza a
sentir en su corazón ese amor por Dios que, de manera exquisita, impregna con
la divina presencia cada matiz de sus sentimientos.
El corazón así colmado de Dios percibe entonces al
Bienamado Señor en lo más recóndito del alma, donde su pequeño amor se conecta
y se funde con el Gran Amor. El sentimiento de Dios dentro del alma se expande
hasta convertirse en percepción de Dios en la vastedad de su omnipresencia (el
samyama del yoga: dharana, dhyana y samadhi).
El Primer Mandamiento lleva al devoto a la observancia
del segundo gran precepto espiritual, «semejante a éste». Mientras uno se
esfuerza por sentir a Dios en su interior, tiene además el deber de compartir
con su prójimo la experiencia de Dios:
« Amarás a tu prójimo (a todas las razas y a todas las
criaturas de todo lugar con las que entres en contacto) como a ti mismo (como
amas a tu propia alma), porque ves a Dios en todos. »
El prójimo de un hombre es la manifestación de su Ser
superior, o sea, Dios. El alma es un reflejo del Espíritu; un reflejo que se
halla presente en cada ser y en toda la vida vibratoria del decorado animado e
inanimado del cosmos. Amar a nuestros padres, parientes, conocidos y
conciudadanos, a todas las razas del mundo, a todas las criaturas, flores y
estrellas, que viven en la «vecindad» o al alcance de la propia conciencia, es
amar a Dios en sus multifacéticas manifestaciones.
Incluso los santos que aman a Dios en el éxtasis
trascendental de la meditación hallan sólo la completa redención cuando han
compartido su logro divino al amar a Dios bajo la forma en que Él se manifiesta
en todas las almas al alcance omnipresente de su alma.
La mayoría de la gente vive dentro de las estrechas
paredes del egoísmo, sin sentir jamás el palpitar de la vida universal de Dios.
Quienquiera que desconozca que su vida proviene de la vida eterna, que lleve una
existencia puramente materialista y que muera y se reencarne sin recordar sus
pasados nacimientos, en verdad no ha vivido.
Su conciencia mortal anduvo errante atravesando ilusorias
experiencias oníricas, pero su verdadero Ser, el alma, jamás despertó para
expresar su divina naturaleza e inmortalidad. En contraste, aquellos devotos
que, por medio de la meditación, perciben que es la vida eterna la que sostiene
su vida mortal viven para siempre, sin perder jamás su existencia consciente en
el momento de morir, ni de una encarnación a otra, ni en la eternidad de la
libertad del alma en Dios.
La armonía y la fraternidad llegarán a la tierra a través
sólo de la comunión con Dios. Cuando percibimos realmente la Presencia Divina
en nuestra propia alma, se despierta en nosotros el amor por el prójimo —judío
y cristiano, musulmán e hindú— al tomar conciencia de que nuestro Ser verdadero
y el Ser de todos los demás son, por igual, almas o reflejos del único e
infinitamente adorable Dios.
Los planes políticos y sociales utópicos producirán
escasos beneficios perdurables hasta que la humanidad aprenda la ciencia eterna
por medio de la cual los seguidores de todas las religiones pueden conocer a
Dios en la unidad de la comunión del alma con el Espíritu.
El reino de Dios que
está dentro de vosotros
« Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el
Reino de Dios, les respondió: "El Reino de Dios no vendrá con observación,
ni se dirá: 'Vedlo aquí o allá', Porque, mirad, el Reino de Dios está dentro de
vosotros". »
(Lucas 17:20-21)
Jesús se dirige en estos términos al ser humano en su
aspecto de eterno buscador de la felicidad perdurable y de la liberación de
todo sufrimiento: «El reino de Dios —el reino de la eterna, inmutable, siempre
renovada y gozosa Conciencia Cósmica— está dentro de ti. Contempla tu alma como
un reflejo del Espíritu inmortal y descubrirás que tu Ser abarca el imperio
infinito de amor divino, sabiduría divina y bienaventuranza divina que está
presente en cada partícula de la creación vibratoria, así como en el Absoluto.
Podría afirmarse que las enseñanzas de Jesús acerca del
reino de Dios —a veces en lenguaje directo y a veces en forma de parábolas
plenas de significado metafísico— son el núcleo del mensaje completo que él
impartió. El Evangelio deja constancia de que, en el comienzo mismo de su
ministerio público, «marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva [del
Reino] de Dios». Su exhortación a «buscar primero el Reino de Dios» constituye
el tema central de su Sermón del Montaña.
El reino de Dios no podrá hallarse mediante la
«observación» —la utilización de los sentidos de la vista, el oído, el olfato,
el gusto y el tacto sintonizados con la , sino por medio del recogimiento
interior de la conciencia con materia— el fin de percibir la Divina Realidad
«dentro de vosotros».
Mucha gente supone que el cielo es un lugar físico, un
remoto punto del espacio situado por encima de la atmósfera o más allá de las
estrellas. Otros interpretan las afirmaciones de Jesús acerca del advenimiento
del reino de Dios como una referencia a la llegada de un Mesías que establecerá
y gobernará un reino divino en la tierra. De hecho, el reino de Dios y el reino
de los cielos consta, respectivamente, de las infinitudes trascendentales de la
Conciencia Cósmica.
El reino de Dios aguarda ser descubierto por aquellas
almas que, hallándose confinadas en el cuerpo, ahondan en la meditación para
trascender la conciencia humana y alcanzar los estados sucesivamente más
elevados de la supra-conciencia, la Conciencia Crística y la Conciencia Cósmica.
Quienes meditan con profundidad, concentrándose
intensamente en el silencio interior (el estado en que los pensamientos se
encuentran neutralizados), retiran su mente de los objetos materiales
percibidos a través de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto —es
decir, de toda sensación corporal e inquietud mental perturbadora—. En esa
concentrada quietud interior, descubren un inefable sentimiento de paz. La paz
es la primera vislumbre del reino interior de Dios.
Existe una bella concordancia entre las enseñanzas de
Jesucristo relativas a entrar en el «Reino de Dios que está dentro de vosotros»
y las enseñanzas del yoga expuestas en el Bhagavad Gita por el Señor Krishna
acerca de devolverle al Rey Alma —el reflejo de Dios en el ser humano— su justa
potestad sobre el reino corporal y su plena realización de los celestiales estados
de conciencia espiritual.
Una vez que el hombre se ha establecido en ese reino
interior de conciencia divina, la ya despierta percepción intuitiva del alma
rasga los velos de la materia, de la energía vital y de la conciencia, dejando
al descubierto la esencia de Dios que se encuentra presente en el corazón de
todas las cosas.
« Él reside en el mundo, y todo lo envuelve por doquier;
sus manos y pies están Presentes en todas partes, al igual que sus ojos, oídos,
bocas y cabezas; resplandece en todas las facultades sensorias y, sin embargo,
trasciende los sentidos; permanece desapegado de la creación y, no obstante, es
el Fundamento de todo; está libre de todas las gunas (modalidades de la
naturaleza) y, sin embargo, disfruta de todas ellas.
Está dentro y fuera de todo cuanto existe —animado e
inanimado—, es cercano y a la vez lejano; es imperceptible por ser tan sutil.
ÉI, el Indivisible, se manifiesta en forma de incontables
seres; Él los conserva y los destruye, y de nuevo los crea.
La Luz de todas las Luces, que trasciende la oscuridad,
el Conocimiento mismo, Aquello que ha de saberse y la Meta de toda sapiencia,
Él mora en el corazón de todos. »
(Bhagavad Gita XIII:13-17)
El Raja Yoga, el camino regio de la unión con Dios, es la
ciencia de la auténtica realización del reino de Dios que está dentro de cada
ser. Gracias a la práctica de las sagradas técnicas yóguicas de recogimiento
interior recibidas de un verdadero gurú durante la iniciación, es posible
hallar dicho reino mediante el despertar de los centros astrales y causales de
fuerza vital y conciencia que se encuentran en la espina dorsal y el cerebro, y
que son las puertas de acceso a las regiones celestiales de conciencia
trascendente.
Pataniali, el más destacado de los antiguos exponentes
del Raja Yoga en la India, formuló los ocho pasos que han de seguirse para
ascender al reino de Dios que se encuentra dentro del propio ser.
1. Yama, la conducta moral: evitar el daño a los demás y
la falsedad y el hurto y la inmoderación y la codicia.
2. Niyama: la pureza de cuerpo y mente, el contentamiento
en toda circunstancia, la introspección (contemplación) y la devoción a Dios.
Estos dos primeros pasos conducen al autocontrol y a la calma mental.
3. Asana: la disciplina del cuerpo, de modo que pueda
adoptar y mantener la postura correcta para la meditación sin fatiga ni
inquietud física o mental.
4. Pranayama: la práctica de técnicas de control de la
fuerza vital que calman el corazón y el aliento y eliminan de la mente las
distracciones sensoriales.
5. Pratyahara: el poder de recoger la mente en el
interior y aquietarla por completo, lo cual es resultado de retirar la mente de
los sentidos.
6. Dharana: el poder de utilizar la mente interiorizada
para concentrarse totalmente en Dios en alguno de los aspectos a través de los
cuales Él se revela ante la percepción interna del devoto.
7. Dhyana: la meditación (cuya profundidad se ha
acrecentado por la intensidad de la concentración, dharana) que permite
concebir la vastedad de Dios y de sus atributos tal como se manifiestan en la
expansión ilimitada de la Conciencia Cósmica.
8. Samadhi, la unión con Dios: la realización total de la
unidad del alma con el Espíritu.
Al disiparse los pensamientos inquietos, la mente se
convierte de inmediato en un sagrado templo de paz. Dios insinúa su presencia
en el templo del silencio y luego en el templo de la paz. El devoto le conoce
primero como la paz que fluye de aquel estado mental en que todos los
pensamientos se han transformado en sentimiento intuitivo puro; con el amor de
su corazón, conmueve al Señor y le siente como gozo; su amor puro persuade a
Dios para que se manifieste en el altar de su percepción de la paz. A medida
que avanza, el devoto es consciente de Dios no sólo en la meditación, sino que
le mantiene en todo momento en el altar de paz de su corazón.
En el templo del samadhi —la unidad con esa paz que
constituye la primera manifestación de Dios en la meditación—, el devoto descubre
un estado de dicha eternamente renovada, un gozo que jamás se extingue. En
medio de la actividad, permanece en un estado de recogimiento interno.
El “yoga” de los
santos cristianos
Paramahansa Yogananda escribió lo siguiente:
« Creer en el Espíritu Santo es una cosa; pero hacer
contacto real con el Espíritu Santo ¡es algo muy diferente! Siglos atrás,
grandes santos como Francisco de Asís y Teresa de Ávila conocieron el arte de
establecer contacto con el Espíritu Santo, la Conciencia Crística y la
Conciencia Cósmica —la Unidad trina— al interiorizar con intensidad la devoción
pura. »
En sus obras maestras Camino de perfección y El castillo
interior, la célebre mística Santa Teresa de Ávila ofrece una descripción
metódica, basada en su experiencia personal, de los estados interiores de
comunión divina. En esencia, éstos se corresponden de manera exacta con los
estados de conciencia progresivamente más elevados expuestos en la antiquísima
ciencia universal del alma originaria de la India: el yoga.
El iluminado místico San Juan de la Cruz —contemporáneo y
partidario de Teresa de Ávila— habla de sus propias experiencias de Dios como
el Espíritu Santo, en las estrofas XIV y XV de su sublime Cántico espiritual.
Al explicar el simbolismo utilizado, San Juan describe los «ríos sonorosos»
como:
« Un sonido y voz espiritual que es sobre todo sonido y
sobre toda voz, la cual voz priva toda otra voz, y su sonido excede todos los
sonidos del mundo [...].
Esta voz, o este sonoroso sonido de ríos que aquí dice el
alma, es un henchimiento tan abundante que la hinche de bienes y un poder tan
poderoso que la posee, que no sólo le parecen sonidos de ríos, sino aun
poderosísimos truenos. Pero esta voz es voz espiritual y no trae otros sonidos
corporales, ni la pena y molestia de ellos, sino grandeza, fueren, poder y
deleite de gloria, y así es como una voz y sonido inmenso interior que viste al
alma de poder y fortaleza.
Esta espiritual voz y sonido se hizo en el espíritu de
los apóstoles al tiempo que el Espíritu Santo con vehemente torrente (como se
dice en los Actos de los apóstoles) descendió sobre ellos. »
En su libro La mística (Parte l, Capítulo IV), Evelyn
Underhill escribió:
« Es uno de los muchos testimonios indirectos de la
realidad objetiva de la mística que las etapas de este camino, la psicología
del ascenso espiritual, tal como nos lo describen las diferentes escuelas de
contemplativos, siempre presentan prácticamente la misma secuencia de estados.
La "escuela de santos" nunca ha considerado necesario poner al día su
currículo.
EI psicólogo tiene escasa dificultad, por ejemplo, para
reconciliar los "Grados de Oración" que describe Santa Teresa
—Recogimiento, Quietud, Unión, Éxtasis, Rapto, el "Dolor de Dios" y
el Matrimonio Espiritual del alma— con las cuatro formas de contemplación que
enumera Hugo de San Víctor, o con los "Siete Estadios" sufíes del
ascenso del alma a Dios, que comienzan con la adoración y terminan en las
nupcias espirituales. Aun cuando cada viajero puede elegir diferentes puntos de
referencia, resulta claro de esta comparación que el camino es uno solo. »
--------------------------------------
Es un pecado contra la naturaleza divina del alma pensar
que no existe la posibilidad de ser feliz, y abandonar toda esperanza de hallar
la paz. La felicidad se encuentra tan próxima a nosotros como nuestro propio
Ser; no se trata siquiera de alcanzarla, sino sólo de levantar el velo de la
ignorancia que envuelve al alma. La palabra misma «alcanzar» implica algo que
uno desea pero que no posee, lo cual es un error metafísico. La dicha es el
divino e irrevocable derecho de nacimiento de cada alma.
Rasga ese velo que se interpone entre tú y Dios, y
experimentarás de inmediato el contacto con la suprema felicidad. El Espíritu
es felicidad. El alma es el reflejo puro del Espíritu. El ser humano apegado al
cuerpo no puede percibir esta verdad, porque su conciencia está distorsionada:
el lago de su mente se agita sin cesar por la invasión de pensamientos y
emociones. La meditación aquieta las olas del sentimiento (chitta), de modo que
la imagen de Dios como alma gozosa puede reflejarse con claridad en su
interior.
La mayoría de los principiantes en el sendero que conduce
hacia el divino reino interior comprueban que al meditar son presa de la
inquietud. Ésa es la guarida de Satanás. El devoto debe escapar por medio de la
devoción y de la perseverancia en la práctica del yoga.
« Toda vez que la voluble e inquieta mente se extravíe
—cualquiera que sea la razón— debe el yogui retirarla de las distracciones y
volverla a poner bajo el exclusivo control del Ser. [ ...] Sin duda alguna, la
mente es voluble y ardua de gobernar, pero a través de la práctica del yoga y
el desapasionamiento, ¡oh Arjuna!, la mente puede controlarse, a pesar de todo.
Ésta es mi promesa: aunque para el hombre indisciplinado la meta del yoga es
difícil de alcanzar, aquel que se domine a sí mismo, esforzándose mediante los
métodos apropiados, la logrará. »
Es preciso desarrollar el hábito de mantenerse
interiormente en la calmada presencia de Dios, a fin de conservar ese estado
mental de manera constante, noche y día. Es necesario hacer el esfuerzo, pero
ese esfuerzo nos convierte en reyes, sentados en el trono del reino de la paz y
del gozo.
Aquellos que son sabios jamás pasan por alto su diaria
cita con Dios en la meditación. Establecer contacto con Él se convierte en la
apasionada meta de su existencia. Todos los que perseveren con tal clase de
sinceridad entrarán en el reino de Dios en esta vida. Quien mora en ese reino
es libre por toda la eternidad.
« Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se
le abrirá. »
(Mateo 7:7-8)
oye cid encontre este blog que critica los orientalismos que supuestamente estan destruyendo la cultura europea(aculturización), esta interesante aunque el tipo es un poco rudo:
ResponderBorrarhttps://esfuerzoyservicio.blogspot.com/2017/04/aculturacion-orientalismos-y-elites-del.html#comment-form
Los fanáticos del occidentalismo son individuos que no les interesa investigar con profundidad sino solo defender sus creencias.
BorrarAsia o oriente es mucho mas superior que el occidente a nivel evolutivo y espiritual de hecho por eso shambala se encuentra en asia
BorrarLo superior está en la unión, y es el concepto que se supone rige o debería regir nuestro camino como esoteristas, gente.
Borrar1.Porque es malo ver peliculas de terror que consecuencias desencadena?
ResponderBorrar2.y ver series o videos peliculas de accion violencia las de comedia y romance tambien es malo?
3. Y la pornografia seria igual?
1. Esas escenas de asesinatos y de horror se van acumulando en tu subconsciente, y eso puede generar que en un futuro terminen por manifestarse en tu vida, ya sea en esta o en una siguiente reencarnación.
Borrar2. Con la violencia sucede algo parecido.
3. Y la pornografía es menos dañina, pero de preferencia es mejor evitarla.
Jesus practicaba yoga no sabia que jesus tuviera conocimientos ocultistas y esotericos el cristianismo catolico y protestante no habla de ello o tal vez si pero solo lo saben los circulos en las cupulas mas altas y lo mantienen en secreto y solo muestran doctrinas y enseñanzas de tipo filosófico que no se ven limitadas a un determinado grupo de miembros y que, por lo tanto, son susceptibles de ser divulgadas públicamente y sin secreto.
ResponderBorrarQue significado espiritual tiene que cuando a Jesús le abrieron el costado con una lanza salio de su herida agua y sangre?
ResponderBorrarNo lo sé
Borrarcid porque jesus sufrio tanto fisicamente
Borrarotra duda me resfrie me dio Mastoiditis en plena cuarentena de hecho conoces alguna tecnica que me alivie el sector salud inclusive el prrivado esta saturado y no atienden como es devido llevo 2 semanas de esa manera y es molesto
Me disculpo pero no sé ni por qué Jesús sufrió tanto físicamente, ni cómo aliviar la mastoiditis.
BorrarSi le pides al farmacéutico un antibiótico desinflamatorio para el oído seguro tienen algo de venta libre. Recuerda que también puedes fijarte en mayoclinic y webs médicas para saber más acerca del tratamiento, o buscar en páginas de medicina tradicional china si te convence más.
BorrarAngus Ethereal los chinos nos mandaron el virus!
BorrarHola Cid espero estés bien. Tengo una pregunta y es seria. Puede una persona por medio de los sueños no se yo ver fragmentos de su vida pasada? Te lo pregunto porque yo medito mucho pero en los últimos meses he tenido sueños en donde estoy en diferentes lugares siendo un niño muchas veces adolecente y en algunos adulto pero siempre estoy hablando de esoterismo. En la parte donde soy un niño estoy como con una toga roja como monje en algunos estuve en un lugar donde yo estaba con unos amigos y hablaba con ellos y decía "esos cristianos son un fiasco, el esoterismo no dice nada de eso" y cosas así por el estilo. Gracias por la respuesta
ResponderBorrarA través de los sueños puedes recordar fragmentos de tus vidas pasadas, pero también pueden ser eventos producidos por tu imaginación, o incluso fragmentos de las vidas pasadas de otras personas. Y es difícil saber cuál de todas las opciones es.
BorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
BorrarPastor hablo de los sueños y que incluso se puede ver como vivían los atlantes, pero de ahí a que uno vea las vidas pasadas de otros creo que habría que ser un buen clarividente, y la verdad que lo que sea imaginación lo dudo por la sencilla razón de que incluso veo mi mismo reflejo.
BorrarSi me puedes pasar la fuente de donde sacas tan descabellada conclusión te estaría agradecido porque no conozco ningún esoterista que hable al respecto de que uno puede ver las vidas pasadas de otros lo adeptos pueden verlo por eso le kuthumi le contó a Sinnet o Hume lo que fueron en sus vidas pasadas pero ya a través de los sueños no.
BorrarNo me malinterpretes, pero, ¿seguro que está todo en orden? Pareces alterado.
BorrarNo sé si se pueda tener esos recuerdos a través de sueños, aunque no veo por qué no tampoco. Igualmente, conocer las vidas pasadas no tiene mucho sentido, y menos si en una de tus vidas pasadas te la pasaste criticando a los cristianos que son una de las tantas religiones del mundo que, aún con sus equivocaciones, siguen manteniendo viva la esencia de la sabiduría divina que se entregó al mundo a lo largo de la historia. Piensa que, si Dios y su luz están en una piedra, o incluso en medio de las catástrofes, cuánto más lo estará en una religión, o en casi cualquier actividad humana, por más desvirtuada que se encuentre. Intenta no pensar tanto en quién fuiste, pues uno no es producto que quien ha sido, sino de quien decide ser en el presente. El primer paso para la evolución divina es ejercer la individualidad, tal como lo dice también Pastor.
Cuando te conectas con los archivos akáshicos no necesariamente estás viendo acontecimientos pertenecientes a tus vidas anteriores sino que también puede tratarse de la vida de otros humanos.
BorrarVale gracias
BorrarCon respeto August no me tome ni la molestia de leer tu mensaje gracias CID.
BorrarSordo ciego y mudo por voluntad propia. Solo a ti te faltas el respeto.
BorrarAmigo anónimo si estamos todos ciegos, sordos y mudos por eso estamos buscando la verdad.
BorrarNo me falto el respeto ni a mi mismo ni a los demás y es porque me siento con la suficiente libertad de leer o no leer algo y no por ello estoy haciendo algo malo. Eso son sólo prejuicios inútiles.
Decidí no leer el comentario de August por la sencilla razón de que con lo que respondió Cid me acorde de algo que había olvidado eso es todo, algo más no me interesaba saber.
Espero que estés bien de salud y que en estos momentos difíciles esten bien tu y tu familia.
FIN.
Estamos muy bien, señor Fin, gracias por preocuparse!
Borrar