LISTA DE CAPÍTULOS

EL PRIMER ENCUENTRO QUE TUVO EL CORONEL OLCOTT CON EL MAESTRO MORYA




A continuación les hago un resumen de lo que el coronel Olcott dijo acerca del primer encuentro que él tuvo con el maestro Morya:

« Viviendo en ese entonces en la ciudad de Nueva York, una noche después de que había terminado nuestro trabajo con el libro Isis Develada, ya me había despedido de Blavatsky y me había retirado a mi habitación, le había puesto el seguro a la puerta como siempre, y me había sentado a leer y fumar, cayendo pronto absorto en mi libro; el cual, si recuerdo correctamente era Viajes en Yucatán de Stephens; en todo caso no era un libro sobre fantasmas, ni tampoco alguno que hubiese podido estimular mi imaginación para que estuviese viendo espectros. Mi silla y mesa estaban a la izquierda frente a la puerta, mi abrigo de campaña a la derecha, la ventana veía hacia la puerta, y sobre la mesa había una lámpara de gas.

Yo estaba leyendo tranquilamente, con toda mi atención concentrada en mi libro. Nada en los incidentes de la noche me había preparado para ver un Adepto en su cuerpo astral; yo no lo había deseado, no traté de invocarlo en mi imaginación y era lo menos que esperaba.

De repente, estando leyendo con mi hombro un poco volteado de la puerta, me llegó un resplandor de algo blanco en el rabillo derecho de mi ojo derecho; voltee mi cabeza, y debido a la sorpresa dejé caer mi libro, y vi elevándose sobre mí, en su gran estatura, a un Oriental vestido con ropajes blancos, que llevaba un tocado o turbante de color ámbar rayado, bordado a mano en borra de seda amarilla. Su cabello negro lustroso caía por debajo del turbante hasta los hombros; su barba era negra, partida verticalmente sobre sus mejillas a la usanza rajput, y estaba trenzada en las puntas, y llevada hasta las orejas; sus ojos estaban vivos con fuego del alma; ojos que al mismo tiempo eran benignos y de mirada penetrante; ojos de un mentor y de un juez, pero suavizados por el amor de un padre que mira a un hijo que necesita consejo y guía.


Él era un hombre tan imponente, tan imbuido en la majestuosidad de la fuerza moral, tan espiritualmente luminoso, evidentemente tan por arriba de la humanidad común, que me sentí avergonzado en su presencia, e incliné mi cabeza y me arrodillé como uno hace ante un personaje divino. Sentí su mano ligeramente sobre mi cabeza, una voz dulce pero firme me pidió que me sentara y cuando levanté mis ojos, la Presencia estaba sentada en la otra silla más allá de la mesa.

Él me dijo que había venido en el momento de crisis cuando lo necesitaba; que mis acciones me habían llevado hasta este punto; que sólo en mí estaba si él y yo nos encontraríamos frecuentemente en esta vida como colaboradores por el bien de la humanidad; que había que hacer un gran trabajo por la humanidad, y que yo tenía el derecho de compartirlo si quería; que una misteriosa liga, que no me la explicaría ahora, nos había juntado a mi colega y a mí; una liga que no podía ser rota, no obstante lo tirante que pudiese llegar a estar algunas veces.

Me dijo cosas sobre Blavatsky que no repetiré, al igual que cosas acerca de mí que no le interesan a terceros. No puedo decir qué tanto tiempo estuvo ahí: pudo haber sido media hora o una hora; aunque me pareció sólo un minuto, ya que no me di cuenta del paso del tiempo. Finalmente él se levantó, mientras que yo me admiraba de su gran estatura y observaba la especie de esplendor en su semblante – que no era una brillantez externa, sino el suave fulgor de una luz interna – que proviene del espíritu. Súbitamente llegó a mi mente el pensamiento:

-        “¿Qué tal si todo esto no es más que una alucinación? ¿Qué tal si Blavatsky lanzó una fascinación mesmérica sobre mí? ¡Ojala y tuviese algún objeto tangible que me pruebe que él estuvo realmente aquí, algo que pueda tener cuando él se haya ido!”

El Maestro se sonrió amablemente como si leyera mi pensamiento, desenvolvió el fehtâ de su cabeza, me saludó benignamente despidiéndose y se fue. Su silla estaba vacía, ¡yo estaba solo con mis emociones! Sin embargo, no completamente solo, ya que sobre la mesa yacía el turbante bordado; una prueba tangible y perdurable, de que no me habían “olvidado” o que había sido engañado psíquicamente, sino que había estado cara a cara con uno de los Hermanos Mayores de la Humanidad, uno de los Maestros de nuestra insulsa raza de pupilos.

Mi primer impulso natural fue correr y tocar a la puerta de Blavatsky y contarle mi experiencia. Luego regresé a mi cuarto a pensar, y la gris mañana me encontró aún pensando y resolviendo. A partir de esos pensamientos y de esas resoluciones se desarrollaron todas mis subsecuentes actividades teosóficas y esa lealtad a los Maestros por detrás del movimiento, que los golpes más rudos y las desilusiones más crueles nunca han hecho vacilar. Desde entonces he sido bendecido con el encuentro de este Maestro y de otros, pero poco provecho podría obtenerse en repetir la narración de mis experiencias, de las cuales la que acabo de contar es un ejemplo suficiente. No obstante que otros menos afortunados puedan dudarlo, yo lo sé. »






EL TURBANTE

El turbante mide 2.44 metros de largo por 65 cm de ancho, y en una esquina está bordado el monograma del Mahatma Morya (en la foto aparece abajo a la derecha):





Detalle del monograma:










HISTORÍA DE ESTE RELATO

El coronel Olcott narró varias veces este evento, y aquí les voy a poner por orden cronológico los relatos que él hizo:


En una conferencia que Olcott dio en la India en 1882

« A medida que la luz se iba iluminando en mi mente, mi reverencia por los Maestros creció a buen ritmo. Y al mismo tiempo, un anhelo profundo e insaciable me llevó a buscar su amistad, o al menos, a establecer mi residencia en una tierra [la India] que glorificaba su presencia, y me incorporé a un pueblo al que su grandeza ennoblecía.

Llegó el momento en que fui bendecido con la visita de uno de estos Maestros en mi propia habitación en Nueva-York. Ahí él me visitó, no en su cuerpo físico, sino en su “doble” o Mayavi-rupa.

Y cuando le pedí que me dejara alguna evidencia tangible de que no había sido engañado por una visión, pero que efectivamente él había estado allí, el Maestro se quitó de la cabeza el puggri [turbante] que estaba usando, me lo dio, y de repente se desvaneció desapareciendo de mi vista.

Ese turbante todavía la tengo, y en una esquina está marcado en hilo el cifrado o la firma que siempre adjunta a las notas que escribe para mí y para los demás.

Esta visita y su conversación produjeron un profundo efecto en mi corazón, y desde ese momento tuve un motivo por el cual vivir, un objetivo para esforzarme. Y ese motivo fue ganar la sabiduría divina y trabajar para su difusión. »

(Fuente: Henry Olcott: “On Madame Blavatsky and the Mahatmas”. Es un extracto de la lectura de Olcott titulada: “Theosophy, the Scientific Basis of Religion”, dada en el Town Hall, Calcutta, India, el 5 de abril de 1882, y recopiada del libro de Olcott: “Theosophy, Religion and Occult Science”, London, George Redway, 1885, p.121-124.)





Cuando Olcott fue interrogado en 1884 por la Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres

« Coronel Olcott: El primer encuentro que tuve con el maestro Morya ya lo he informado en el folleto titulado “Consejos sobre la Teosofía Esotérica, No.1”. Aquí les muestro su retrato y ahora exhibo el turbante que se quitó de la cabeza, cuando le pedí que me diera alguna prueba tangible de su visita.

Sr. Myers: ¿El hindú que usted vio en Nueva York es indiscutiblemente el mismo que usted vio posteriormente en la India?

Coronel Olcott: El mismo.

Sr. Myers: ¿Y también es el mismo a quién usted vio en su cuerpo astral?

Coronel Olcott: El mismo.

Sr. Stack: ¿Y de repente apareció?

Coronel Olcott: Apareció cuando yo estaba en mi habitación antes de irme a dormir. No estoy totalmente seguro, pero como tengo la costumbre de cerrar la puerta de mi habitación con llave, yo supongo que mi puerta estaba cerrada en ese momento. De lo que sí estoy seguro es que la puerta no estaba abierta, porque me senté de tal manera que la puerta no se podía abrir sin llamar mi atención de inmediato. Al grado que estaría dispuesto a afirmar de la manera más enfática que la puerta no se abrió y que la aparición y la desaparición de mi visitante ocurrieron sin utilizar los medios de ingreso o salida físicos.

Sr. Myers: ¿Qué altura tenía el hindú que se le apareció en Nueva York?

Coronel Olcott: Era un modelo de belleza física de unos dos metros de altura y simétricamente bien proporcionado.

Sr. Myers: Esa es una altura muy inusual, y en sí misma es una identificación muy particular.

Coronel Olcott: La gran estatura no es tan rara entre los Rajputs de la India.

Sr. Myers: ¿Supongo que en la visita de Nueva York usted quedó impresionado por su estatura?

Coronel Olcott: Sí.

Sr. Myers: ¿Ha visto otros hindúes de esa altura?

Coronel Olcott: No. He visto hindúes muy altos, porque he visitado donde viven los Rajputs; pero a pesar de ello, él ha sido la figura humana más majestuosa que jamás haya visto. »

(Declaración de Henry Olcott a la Sociedad para la Investigación Psíquica, 1884. Recopiado en the First Report of the Committee of the Society for Psychical Research, Appointed to Investigate the Evidence for Marvellous Phenomena offered by Certain Members of the Theosophical Society, Appendix I, London, 1884, p.34-62)





Su artículo en la revista Theosophist en 1894

Este artículo se publicó en la edición del 15 de marzo de 1894 en donde el coronel Olcott describió las proyecciones astrales que él vio y experimentó. Y al año siguiente ese artículo se volvió el capítulo 24 del primer volumen de su serie biográfica "Las Hojas de un Viejo Diario", y a continuación les transcribo lo que el coronel Olcott escribió en ese artículo y en ese libro acerca de su primer encuentro con Morya.





En el libro de Olcott "Las Hojas de un Viejo Diario I" (1895)

« Esta experiencia ya la he contado, pero la historia debe incluirse aquí porque fue la causa principal que me decidió a dejar el mundo occidental y establecerme en la India, y por lo tanto es uno de los principales factores del desarrollo de la Sociedad Teosófica.
 
No quiero decir con esto que sin esta experiencia que tuve no hubiese venido a la India, porque mi corazón se sentía tan fuertemente atraído por ese país desde que supe lo que la India fue para el resto del mundo y lo que podría volver a ser, que un intenso deseo me impulsaba hacia el país de los Rishis y de los Budas (1), la tierra sagrada entre todos; pero no veía bien claro el medio de cortar los lazos que me unían a América y hubiese podido creerme obligado a dejar mi visita a ese país para más tarde, que se escapa con frecuencia al que vacila y espera los acontecimientos.
 
En cualquier caso, esta experiencia que les voy a contar marcó mi destino, y en un instante, todas mis dudas se disiparon. La penetración de una voluntad decidida me mostró los caminos y medios, y antes del alba de esa noche sin sueño, yo ya había comenzado a preparar mis planes para conseguirlo. He aquí el suceso:
 
Había concluido nuestro trabajo en la composición de “Isis Develada” que en ese entonces Blavatsky y yo estábamos llevando a cabo. Le di las buenas noches a H.P.B. y entré a mi habitación, cerré la puerta como de costumbre, me senté, me puse a fumar y pronto me encontré absorto en el libro que en ese momento estaba leyendo –si no me equivoco era “Viajes a Yucatán” de Stephen– en todo caso no era nada de historias de apariciones, ni nada que pudiese en lo más mínimo estimular mi imaginación y preparar mi mente para ver fantasmas.
 
Mi silla y la mesa se encontraban a la izquierda de la puerta, mi cama a la derecha, la ventana enfrente a la puerta y un mechero de gas fijado en la pared, sobre la mesa.
 
He aquí un plano que dará exacta idea de la distribución de la Lamasería (2), aunque no está hecho a escala.
 

 
En el departamento:
 
·       A es nuestro despacho y al mismo tiempo el único salón de recepción,
·       B es la alcoba de H.P.B.,
·       C es mi dormitorio,
·       D es una pequeña habitación oscura,
·       E es in pasillo,
·       H es un cuarto de baño,
·       I es el guardarropa,
·       J es la puerta de la casa que daba a la escalera y estaba siempre cerrada con pestillo, y de noche con llave.
 
En mi habitación:
 
·       a es la silla en que estaba yo sentado leyendo,
·       b es la mesa,
·       c es la silla en que se sentó mi visitante durante la entrevista,
·       d es mi cama de campaña.
 
En el salón:
 
·       e es reloj de cuco,
·       f es la repisa contra la que me di un golpe.
 
En el cuarto de Blavatsky:
 
·       g es la cama de H.P.B.
 
 
Se ve que la puerta de mi cuarto que daba a mi derecha cuando estaba sentado y que por fuerza hubiera visto si se abría; tanto más cuanto debía estar cerrada con llave, si no me engaño.
 
No hay que asombrarse de verme tan poco seguro de eso si se tiene en cuenta el estado de excitación mental en que me sumieron tales acontecimientos bastante sorprendentes para hacerme olvidar detalles que en otras circunstancias mi memoria hubiera probablemente conservado (3).
 
 
Pues bien yo leía tranquilamente ocupado únicamente de mi libro. Nada de lo había sucedido durante ese día me había preparado para ver a un Adepto en su cuerpo astral; yo no lo había deseado, ni tratado de evocarlo en mi imaginación, y muchísimo menos lo esperaba.
 
Pero de pronto, mientras yo leía estando posicionado hacia el lado contrario de la puerta, algo blanco apareció en el ángulo de mi ojo derecho, por lo que voltee la cabeza y de asombro dejé caer mi libro.
 
Por encima de mi cabeza, dominándome con su alta estatura, vi a un oriental vestido de blanco que llevaba un turbante rayado de color ámbar y bordado a mano en sedas amarilla.
 
Sus cabellos caían sobre sus hombros y eran negros y largos; su barba negra, separada verticalmente en dos sobre la barbilla, al estilo rajput, tenía los extremos retorcidos y echados para atrás por encima de las orejas.
 
Sus ojos brillaban con un fuego interior, y eran a la vez penetrantes y benévolos, eran los ojos de un mentor y de un juez, dulcificados por el amor de un padre que observa con atención a su hijo cuando necesita dirección y consejos.
 
Era una figura tan imponente y con tal majestad y fuerza moral impresas, radiando tanta espiritualidad, y tan evidentemente superior a la humanidad ordinaria, que me sentí intimidado y por eso doblé la rodilla bajando la cabeza como se hace ante un personaje divino.
 
Sentí que una mano ligera se posaba en mi cabeza y una voz dulce pero fuerte me dijo que me sentase, y cuando levanté los ojos, la aparición estaba sentada en la silla al otro lado de la mesa.
 
Él me dijo que había llegado el momento preciso en que yo tenía que encontrarle con él; que mis propios actos me habían conducido a ese punto; que no dependería más que de mí el volverlo a ver a menudo en esta vida si yo trabajaba con él por el bien de la Humanidad. Que había que emprender una gran obra y que yo tenía derecho, si lo deseaba, a cooperar en ella; que un lazo misterioso que aún no podía serme explicado nos había reunido a mi colega y a mí, lazo que no podía ser cortado aunque a veces fuese algo tirante.
 
Me dijo de H.P.B. cosas que no debo repetir, y sobre mí otras que no atañen a nadie.
 
No podría decir cuánto tiempo estuvo, tal vez media hora, tal vez una hora, pero yo tenía tan poca conciencia del paso del tiempo que me pareció que fue un minuto. Por fin se levantó y me sorprendí de su gran estatura.
 
Observando su rostro percibí un brillo, pero no era una radiación exterior sino el resplandor suave, podría decirse, de una luz interior, la luz del espíritu.
 
De pronto pensé: “De acuerdo, pero, ¿y si fuese una alucinación? ¿Si H.P.B. me ha producido esta visión? Yo quisiera tener una prueba tangible de su presencia real aquí, algo que pueda tocar después que se haya ido”.
 
El Maestro sonrió dulcemente como si leyera mi pensamiento, desenrolló el fehta de su cabeza, me saludó amablemente despidiéndose y desapareció.
 
Su silla estaba vacía; yo quedé solo con mi emoción. Sin embargo, el turbante bordado quedaba sobre la mesa como una prueba tangible y duradera de que yo no había sido hipnotizado o burlado psíquicamente, sino de que había recibido la visita de uno de los Hermanos mayores de la Humanidad, uno de los Maestros de nuestra raza.
 
Mi primer movimiento fue correr a golpear la puerta de H.P.B. para contarle mi aventura y la ví tan feliz de oírme, como yo de hablar.
 
Luego volví a mi recamara para reflexionar y el alba gris me halló todavía en un estado pensativo y de tomar resoluciones. Y de estas reflexiones y determinaciones han salido mi actividad teosófica y esa fidelidad a los Maestros inspiradores de nuestro movimiento, que los golpes más rudos y las desilusiones más crueles no pudieron eliminar jamás.
 
He tenido después el favor de varios encuentros con ese Maestro y con otros, pero no tengo necesidad de repetir relatos de experiencias, de las que la que acabo de narrares un ejemplo suficiente. Si otros menos privilegiados pueden dudar, yo sé.
 
La idea que tengo del respeto a la verdad me obliga a recordar aquí un acontecimiento capaz de arrojar una duda sobre el valor de mi testimonio a favor del incidente contado más arriba.
 
En 1884, en Londres, fui interrogado como testigo por una comisión especial de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas y conté esta historia, así como de otras varias. Uno de los miembros de la comisión me preguntó:
 
¿Cómo podía yo estar seguro de quela señora Blavatsky no había utilizado un gran indo para representar esta comedia, y de que mi imaginación no había añadido algunos de los detalles misteriosos?
 
Esas crueles sospechas contra H.P.B., y la idea que me hice de su poco honorable deseo de cubrir con apariencias de prudencia el temor que tenían de reconocer hechos espirituales palpables, me llenaron de una repugnancia tan grande que contesté bruscamente, entre otras cosas, que nunca en mi vida antes de esa ocasión había visto un indo, olvidándome por completo de que en 1870 atravesé el Atlántico con dos indostanos, de los cuales uno de ellos, Mulji Thackersey, se hizo más tarde, en Bombay, íntimo amigo nuestro. Caso bien evidente de amnesia, porque yo no tenía ni sombra de intención de ocultar una cosa tan indiferente, ni ningún interés en hacerlo.
 
La impresión producid en mi espíritu por el encuentro de 1870, catorce años antes de comparecer ante la S.P.R., era bastante débil para desaparecer en un momento de cólera, y el valor de mi testimonio se debilita en otro tanto. Para un hombre que había visto tantas cosas y a tantas personas, el encuentro de esos indos, cinco años antes de haber conocido a H.P.B., y por medio de ella a la India verdadera, no tenía gran importancia. Sí, es un momento de amnesia, pero una falta de memoria no es una mentira, y mi historia es verdadera aunque ciertas personas puedan no creerla.
 
Debo de hacer constar aquí que algunos capítulos los he compuesto en viaje, lejos de mis libros y de mis papeles, y sobre todo como muchos pasajes están escritos sólo de memoria después de largos intervalos de tiempo, pido indulgencia al lector por los errores que hubiera podido cometer por inadvertencia. Hago todo lo posible para ser exacto, y en todo caso soy siempre sincero. »

(Capítulo 24, p.377-380)





Artículo que el periódico Sunday Call hizo sobre Olcott en 1901 

« El primer Mahatma que conocí fue en Nueva York cuando Madame Blavatsky y yo estábamos trabajando duro en la preparación del libro “Isis Desvelada”. En ese entonces vivíamos en una casa situada en la Octava Avenida y construida según el plano ordinario, por lo que para nada ofrecía instalaciones para malabarismos sobrenaturales.

Pues bien, habiendo terminado el trabajo de ese día y siendo ya de noche, yo me había ido a mi habitación y estaba leyendo en silencio. Y no esperaba nada inusual, pero de repente mientras leía con el hombro un poco alejado de la puerta, comenzó a aparecer un destello de algo blanco en la esquina de mi cuarto que percibí con mi ojo derecho.

Voltee la cabeza y dejé caer mi libro con asombro ya que vi en frente de mí a un oriental de gran estatura vestido con ropas blancas y con un turbante de tela a rayas de color ámbar bordado a mano de seda amarilla.

Su cabello era negro y tan largo que colgaba por debajo de su turbante hasta los hombros. Su barba era negra y se abría verticalmente en la barbilla al estilo Rajput, y estaba torcida en los extremos. Sus ojos estaban vivos con el fuego del alma, ojos que eran a la vez benignos y penetrantes en la mirada; los ojos de un mentor y un juez, pero suavizados por el amor de un padre que mira a un hijo que necesita consejo y orientación.

Era un hombre tan grandioso, tan imbuido en la majestuosidad de la fuerza moral, tan brillantemente espiritual, tan evidentemente superior al humano promedio, que me sentí avergonzado frente a su presencia, e incliné la cabeza y doblé la rodilla como lo hace uno ante un personaje divino.

Su mano se posó ligeramente sobre mi cabeza y con una voz dulce pero fuerte me indicó que me sentara, y cuando levanté los ojos, él se encontraba sentado en la otra silla que se encontraba más allá de la mesa.

Me dijo que había llegado el momento para que por fin nos conociéramos, que mis acciones me habían llevado hasta este punto y que solo dependía de mí si quería comenzar una colaboración con él y entonces nos encontraríamos más a menudo en esta vida como compañeros de trabajo por el bien de la humanidad.

Me explicó que se requería hacer un gran trabajo para los humanos, y que yo podía participar si así lo deseaba; y también me explicó que un lazo misterioso nos había unido a mí y a mi colega Blavatsky, un lazo que no podía romperse por muy tensa que fuera la situación a veces. Y también me contó cosas sobre Madame Blavatsky que no puedo repetir aquí, así como cosas sobre mí que no conciernen a terceros.


No sé cuánto tiempo duró la conversación; podría haber sido media hora o una hora, aunque parecía que solo había pasado un minuto por lo poco que percibí el tiempo durante esos momentos.

Por fin se levantó y me impresioné una vez más por su gran estatura y también observé un tipo de esplendor que surgía en su semblante, pero no era un brillo externo sino un brillo suave que surgía de su piel, como si fuera una luz proveniente de su interior, el brillo de su alma.

Pero de repente un pensamiento vino a mi mente:

-      "¿Qué tal si todo esto no es más que alucinación?  ¿Qué tal si Madame Blavatsky me ha sumergido en un trance hipnótico?  Como desearía tener algún objeto tangible que me demostrara que realmente él ha estado aquí, algo que atestigüe su presencia después de que se haya ido.


Entonces el maestro cándidamente sonrió como si hubiera leído mi pensamiento y se quitó el turbante que llevaba puesto en su cabeza, se despidió de manera cordial y desapareció. Su silla estaba vacía. Yo me encontraba solo con mis emociones. Sin embargo no estaba solo ya que sobre la mesa descansaba el turbante bordado, el cual era una prueba tangible y duradera de que no había sido engañado psíquicamente, sino que realmente había estado cara a cara con uno de los hermanos mayores de la humanidad, con uno de los maestros de nuestra incipiente raza de alumnos.

Corrí y golpeé a la puerta de Madame Blavatsky para contarle el encuentro que había tenido. Ella estaba muy contenta de escuchar mi historia como yo de contársela. Luego regresé a mi habitación para pensar y a la mañana siguiente todavía me encontraba pensando y resolviendo lo que me había sucedido.

Y de esos pensamientos y de esas resoluciones desarrollé todas mis actividades teosóficas posteriores y también esa lealtad hacia los maestros que se encuentran detrás de nuestro movimiento, y esto sin importar los golpes más rudos y las desilusiones más crueles que hayan surgido, nunca estas adversidades me han sacudido.

He sido bendecido con más reuniones con este maestro y otros desde entonces. Sin embargo, otros menos afortunados que yo pueden dudar de su existencia, pero yo SÍ SÉ. »

(Este artículo se publicó en la edición del 24 de marzo de 1901.)







COMENTARIOS SOBRE ESTE RELATO

Aquí les voy a poner los comentarios interesantes que encuentre sobre el relato del coronel Olcott:


Comentario de Howard Murphet

El encuentro que tuvo posteriormente el coronel Olcott con Blavatsky, el investigador Howard Murphet lo relató de la siguiente manera:

« Una noche, después de leer hasta muy tarde como era su costumbre, Blavatsky parecía por fin haber conciliado el sueño cuando un fuerte golpe en la puerta la hizo despertarse súbitamente.

¿Quién podría ser a esa hora?

Olcott era el único que dormía en el apartamento esa noche, y nunca la despertaría así, a menos de que hubiera sucedido algo importante. . . . Los golpes continuaron con insistencia.

     "Está bien, ya voy ella exclamó.

Abrió la puerta y encontró a Henry Olcott de pie, completamente vestido, sosteniendo una vela. Sus ojos brillaban y él se encontraba muy emocionado, como un niño que acaba de ver a Santa Claus. Y sostenía algo en la otra mano, un turbante de tela a rayas de color ámbar, bordado en seda amarilla.

Incluso sin ver la “M” bordada, ella reconoció el turbante del maestro Morya.

En silencio, ella cruzó la puerta y se sentaron en el escritorio mientras Olcott le narraba cómo el maestro Morya había aparecido repentinamente en su habitación, luciendo tan real y sólido como si estuviera allí en carne y hueso. »
(When Daylight Comes, 1988, capítulo 13, p.111)











7 comentarios:

  1. Gracias he compartido vuestro link en la web. del Centro Friedrich Gauss
    Excelente trabajo..felicitaciones y Bendiciones !

    http://www.centrofriedrichgauss.com.uy/index.php/brenda-estable?showall=&start=15

    ResponderBorrar
  2. Cid ¿tú has hecho alguna vez un viaje astral? ¿Has pertenecido a una logia teosófica? Por cierto, ¿sabes dónde puedo leer las conferencias del Maestro Pastor?

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. 1. De joven estaba muy entusiasmado con el viaje astral y ya me estaba adentrando cada vez más profundamente en el astral hasta que una noche una entidad hostil me atacó tan fuertemente que desperté sudando y temblando, por lo que decidí NO seguir hasta saber en qué me estaba metiendo.

      Posteriormente descubrí que los maestros no lo recomiendan por los riesgos que hay en esa experiencia:

      • PELIGROS DEL VIAJE ASTRAL

      http://esoterismo-guia.blogspot.com/2012/02/astral-viaje-proyeccion-cuerpo-peligro.html

      Y desde entonces lo dejé de hacer.


      2. Las conferencias de Pastor las puedes escuchar en este link, nada más que están en francés, pero piensos traducirlas paulatinamente al español:

      http://omniaetpastor.blogspot.com/p/blog-page_10.html

      Borrar
  3. Cid soy el de antes, se me olvidó hacerte esta pregunta: ¿has leído La Doctrina Secreta de Blavatsky?

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Sí pero quiero posteriormente volverla a leer con más detenimiento para elaborar una serie de artículos en el blog detallando la enseñanza esotérica que se encuentra en esa obra.

      Borrar
  4. hola cid.
    me causa admiracion tu trabajo y toda la investigacion que has hecho.. pero no deja de sorprenderme que hayas abandonado el viaje astral.. Te aconsejo que lo desarrolles es lo mejor que puedes hacer.. te abrira un capo de investigacion esoterica k no esta en libro alguno
    ... en cuanto a los peligros
    . descuida.. recuerda que cada hombre tiene a su maestro interno su Ser espiritual y este lo proteje de todo peligro.. un abrazo y seria muy interesante hablar contigo algun dia..

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Es cierto que el astral te ofrece muchas posibilidades, pero prefiero seguir el consejo que dan los maestros de primero desarrollar la espiritualidad en el mundo físico antes de querer explorar el astral porque ya tuve una muy mala experiencia en ese plano en donde sentí que por poco pierdo la vida y no quiero volver a repetir el mismo error.

      Además que los maestros precisan que hasta que no hayas despertado tus sentidos divinos, no podrás distinguir lo real de lo ficticio en ese plano, ya que por algo el astral lo denominan “el plano de la ilusión”.

      Borrar