EL YOGA DE JESÚS por Yogananda




El libro “El Yoga de Jesús, Claves para comprender las Enseñanzas Ocultas de los Evangelios” es una obra escrita por el yogui y gurú Paramahansa Yogananda, en donde muestra que la ciencia del yoga se encuentra también en los evangelios, y que Jesús había sido iniciado a este conocimiento Oriental y que él se lo transmitió a sus discípulos más cercanos.

Y le agradezco mucho a Serapeum por habernos compartido el resumen que él hizo de este libro.


Tabla de contenido

   Parte 1: Jesús el Cristo: Avatar y Yogui
   Parte 2: ¿Un solo camino o un camino universal?
   Parte 3: El yoga del amor divino que enseñó Jesús




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« En estas páginas, ofrezco al mundo una interpretación espiritual, percibida a través de la intuición, de las palabras de Jesús; estas verdades las he recibido mediante la comunión real con la Conciencia Crística. Si se estudian a conciencia y se medita sobre ellas con la percepción intuitiva del alma despierta, se comprobará que son universalmente ciertas y que muestran la perfecta unidad existente entre las revelaciones de la Biblia cristiana, el Bhagavad Guita de la India y todas las demás escrituras auténticas que han desafiado el paso del tiempo.

Los salvadores del mundo no vienen con el propósito de fomentar divisiones doctrinales hostiles. Sus enseñanzas no deben ser utilizadas para tal fin. Incluso referirse al Nuevo Testamento como la Biblia "cristiana" es, en cierto modo, impropio, dado que no se trata del patrimonio exclusivo de ninguna confesión religiosa en particular. La Verdad se halla destinada a beneficiar y elevar a la raza humana en su conjunto. Así como la Conciencia Crística es universal, así también Jesucristo pertenece a todos. »
(Paramahansa Yogananda – The Second Coming of Christ)





PARTE 1: JESÚS EL CRISTO: AVATAR Y YOGUI


¿Qué es el yoga realmente?

La mayoría de las personas suelen buscar la satisfacción de sus anhelos fuera de sí mismas. El mundo en que vivimos nos ha condicionado a creer que los logros exteriores pueden brindarnos lo que en realidad deseamos. No obstante, la experiencia nos demuestra, una y otra vez, que nada exterior es capaz de satisfacer por completo ese profundo anhelo de «algo más».

Sin embargo, generalmente vivimos esforzándonos para lograr aquello que siempre parece estar casi a punto de alcanzarse. De ahí que nos sumerjamos en el «hacer» en lugar del «ser», en la acción en lugar de la percepción interior. Nos resulta difícil imaginar un estado de calma y reposo absolutos en el que los pensamientos y las sensaciones cesen el continuo movimiento de su danza. Y, sin embargo, sólo en esa quietud sepuede adquirir un estado de gozo y comprensión imposible de obtener de otra manera.

La Biblia declara: «Aquietaos y sabed que Yo soy Dios»». Esta breve afirmación encierra la clave de la ciencia del yoga. Esta antigua ciencia espiritual ofrece un medio directo para calmar la turbulencia natural de los pensamientos y la inquietud corporal que nos impiden conocer nuestra verdadera esencia.

Por lo general, la conciencia y la energía se dirigen hacia el exterior, hacia las cosas del mundo que percibimos mediante los limitados instrumentos de los cinco sentidos. Puesto que la razón humana depende de la información parcial —y con frecuencia engañosa— que le suministran los sentidos, debemos aprender a conectarnos con niveles más profundos y sutiles de conciencia, si hemos de descifrar los enigmas de la vida.

El yoga es un proceso simple consistente en invertir el flujo de la energía y la conciencia —que de ordinario se encauza hacia el exterior—, lo cual permite a la mente convertirse en un centro dinámico de percepción capaz de aprehender la Verdad por experiencia directa, sin depender de los falibles sentidos.

Mediante la práctica de los métodos específicos del yoga —y sin necesidad de aceptar nada sobre la base de una fe ciega o de una reacción puramente emocional— llegamos a conocer nuestra identidad con la Inteligencia Infinita, el Poder y el Gozo que dan vida a todo lo existente y constituyen la esencia misma de nuestro Ser.

El propio término yoga significa «unión»: la unión de la conciencia individual o alma con la Conciencia Universal o Espíritu. Aun cuando muchas personas creen que el yoga consiste únicamente en ejercicios físicos (las asanas o posturas que han ganado tanta popularidad en décadas recientes), en realidad éstos sólo representan el aspecto más superficial de esta profunda ciencia cuyo objeto es el desarrollo del infinito potencial de la mente y el alma humanas.




Jesús el avatar

La manifestación de Dios en las encarnaciones divinas

Hace milenios, en eras pretéritas más elevadas de la India, los rishis describieron la manifestación de la Benevolencia Divina, de «Dios con nosotros», en forma de encarnaciones divinas o avatares: seres iluminados a través de los cuales Dios se encarna sobre la tierra. [...]

Muchas son las voces que han mediado entre Dios y el hombre; se trata de los khanda avatares o encarnaciones parciales de Dios en almas que poseen conocimiento divino. Son menos frecuentes, en cambio, los purna avatares o seres liberados que están completamente unidos a Dios y cuyo regreso a la tierra tiene por objeto el cumplimiento de una misión encomendada por mandato divino.

« Cuando quiera que la virtud declina y el vicio prevalece, Yo me encarno como un avatar. Era tras era, aparezco en forma visible para proteger al justo y destruir la maldad, a fin de restablecer la virtud. »
(Bhagavad Gita)


La misma y única conciencia gloriosa e infinita de Dios —la Conciencia Crística Universal o Kutastha Chaitanya— adquiere una apariencia familiar al ataviarse con la individualidad de un alma iluminada, provista de una personalidad singular y una naturaleza espiritual adecuadas para la época y el propósito de esa encarnación.

Jesús fue precedido por Gautama Buddha (el Iluminado), cuya encarnación le recordó a una generación desmemoriada el Dharma Chakra, la rueda del karma, cuyo constante giro implica que las acciones puestas en marcha por el ser humano, así como sus correspondientes efectos, determinan que cada hombre —y no un Dictador Cósmico— sea el responsable de su propio estado actual. Buda devolvió el espíritu compasivo a la árida teología y a los rituales mecánicos en que había caído la antigua religión védica tras el final de una era más elevada en la cual Bhagavan Krishna, el más amado de los avatares de la India, predicó el sendero del amor divino y de la realización de Dios mediante la práctica de la suprema ciencia espiritual del yoga, la unión con Dios.

La intercesión divina, cuyo fin es mitigar los efectos de la ley cósmica de causa y efecto [el karma] por la cual el ser humano sufre a consecuencia de sus errores, estaba presente en el corazón mismo de la misión de amor que Jesús hubo de cumplir en la tierra. [...]

El Buen Pastor de almas abrió sus brazos para recibir a todos, sin excluir a nadie, y mediante la atracción del amor universal impulsó al mundo a seguirle en el sendero hacia la liberación, a través del ejemplo de su espíritu de sacrificio, renunciamiento, capacidad de perdón, amor por igual para amigos y enemigos y, sobre todas las cosas, amor supremo por Dios.

Ya fuera como el pequeño bebé en el pesebre de Belén, o como el salvador que sanaba a los enfermos, resucitaba a los muertos y aplicaba el bálsamo del amor sobre las heridas de los errores, el Cristo presente en Jesús vivió entre los seres humanos como uno más, para que también ellos pudieran aprender a vivir como dioses.



La Conciencia Crística: unidad con el infinito Gozo e Inteligencia de Dios que impregna la creación entera

Para llegar a comprender la magnitud de una encarnación divina, es preciso entender el origen y la naturaleza de la conciencia que se halla encarnada en un avatar. Jesús se refirió a dicha conciencia al declarar: «Yo y el Padre somos uno» (Juan 10:30) y «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Juan 14:11).

Aquellos que unen su conciencia a Dios conocen tanto la naturaleza trascendente del Espíritu como su naturaleza inmanente: la singularidad de la siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada Dicha del Absoluto No Creado, así como también la miríada de manifestaciones de su Ser en la infinitud de formas en las cuales Él se diversifica para dar lugar al variado panorama de la creación.

Hay una distintiva diferencia de significado entre Jesús y Cristo. Jesús fue el nombre que recibió al nacer, en tanto que «Cristo» era su título honorífico. En el pequeño cuerpo humano llamado Jesús se produjo el nacimiento de la vasta Conciencia Crística, la omnisciente Inteligencia de Dios que está presente en cada elemento y partícula de la creación.

El universo no es el simple resultado de la unión azarosa de fuerzas vibratorias y partículas subatómicas, tal como sostienen los científicos materialistas, es decir, una combinación casual de sólidos, líquidos y gases que da origen a la tierra, los océanos, la atmósfera y las plantas, todos ellos armoniosamente interrelacionados para proporcionar un hogar habitable a los seres humanos. Las fuerzas ciegas no pueden organizarse por sí solas para producir objetos inteligentemente estructurados. Es así que, podemos reconocer las manifestaciones de una oculta Inteligencia Inmanente que opera en la fusión de las vibraciones para dar lugar a formas cada vez más evolucionadas en todo el universo.

¿Acaso podría haber algo más milagroso que la presencia evidente de una Inteligencia Divina en cada partícula de la creación? Podemos vislumbrar esa presencia en el modo en que un árbol enorme emerge de una diminuta semilla; en los incontables mundos que giran en el espacio infinito, sujetos a una elaborada danza cósmica mediante la regulación precisa de las fuerzas universales; en el modo en que el cuerpo humano —tan maravillosamente complejo— se desarrolla a partir de una única célula microscópica, se halla dotado de una inteligencia consciente de sí misma y se sostiene por medio de un poder invisible que lo sana y le da vitalidad. En cada átomo de este asombroso universo, Dios obra milagros constantemente y, sin embargo, los hombres de mentalidad obtusa no saben valorarlos.

Cristo es la Infinita Inteligencia de Dios que está presente en toda la creación. El Cristo Infinito es «el Hijo unigénito» de Dios Padre, el único Reflejo puro del Espíritu en el reino de lo creado. Esta Inteligencia Universal, Kutastha Chaitanya o Conciencia de Krishna según las escrituras hindúes, se manifestó plenamente en la encarnación de Jesús, Krishna y otros seres iluminados, y puede también manifestarse en tu propia conciencia.



La enseñanza principal de Jesús es cómo convertirse en un Cristo

La tarea de Dios en la creación es hacer regresar a todos los seres a la unidad consciente con Él mismo, mediante los dictados evolutivos de la Inteligencia Crística. Cuando el sufrimiento se extiende sobre la tierra, Dios responde al llamado del alma de sus devotos y envía a un hijo divino para que, por medio de su ejemplar vida espiritual en la que se manifiesta plenamente la Conciencia Crística, pueda enseñar a los seres humanos a cooperar con la obra de salvación de Dios en sus propias vidas.

Recibir a Cristo no es un logro que se pueda conseguir por el simple hecho de pertenecer a una congregación religiosa, o por medio del ritual externo de aceptar a Jesús como nuestro salvador pero sin llegar jamás a conocerle en verdad mediante el contacto con él en la meditación. Conocer a Cristo significa cerrar los ojos, expandir la conciencia y hacer tan profunda nuestra concentración que, a través de la luz interior de la intuición del alma, participemos de la misma conciencia que poseía Jesús.

San Juan y otros discípulos avanzados que realmente le «recibieron» percibían a Jesús como la Conciencia Crística que está presente en cada partícula del espacio. Un verdadero cristiano —un ser crístico— es aquel que libera su alma de la conciencia del cuerpo y la unifica con la Inteligencia Crística que satura la creación entera.

Una copa pequeña no puede contener en su interior el océano. Del mismo modo, la copa de la conciencia humana, al hallarse limitada por la mediación física y mental de las percepciones materiales, no se encuentra en condiciones de captar la Conciencia Crística universal, por muy deseosa que esté de hacerlo. Mediante el uso de la precisa ciencia de la meditación —conocida durante milenios por los sabios y yoguis de la India y, también, por Jesús—, todo buscador de Dios puede expandir la capacidad de su conciencia hasta hacerla omnisciente y recibir dentro de sí la Inteligencia Universal de Dios.

El divino poder de la realización crística es una experiencia interior, que pueden recibir quienes sienten devoción pura por Dios y por su inmaculado reflejo como Cristo. El poder de las iglesias y templos se desvanecerá. La espiritualidad verdadera ha de surgir de los templos de las grandes almas que día y noche permanecen en el éxtasis de Dios.

Recuerda: Cristo busca los templos de las almas sinceras; él ama el silencioso altar de la devoción erigido en tu corazón, donde moras con él en un santuario iluminado por la luz perpetuamente encendida de tu amor. Aquellos que meditan con devoción recibirán a Cristo en el altar de calma de sus propias conciencias.




Jesús y el yoga

Durante los años de la vida de Jesús sobre los cuales no se tiene ninguna información (las escrituras guardan silencio en lo que respecta al período comprendido aproximadamente entre los catorce y los treinta años de edad), él viajó a la India recorriendo, probablemente, la transitada ruta comercial que unía el Mediterráneo con China y la India.

La realización divina con que ya contaba Jesús, nuevamente despierta y fortalecida por la compañía de los maestros de la India y el entorno espiritual allí imperante, brindó el cimiento de universalidad de la verdad en el que Jesús se basó para predicar un mensaje sencillo y asequible que las masas de su país natal podrían comprender, pero que, al mismo tiempo, se hallaba colmado de significados subyacentes que serían apreciados por las generaciones futuras, a medida que la mente humana progresara desde su etapa infantil hasta alcanzar la madurez del entendimiento.



Los "años perdidos" de Jesús

En el Nuevo Testamento, la cortina del silencio desciende sobre la vida de Jesús después de los doce años y no vuelve a alzarse hasta dieciocho años más tarde, cuando recibe el bautismo de Juan y comienza a predicar ante las multitudes. Únicamente se nos dice:

« Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. »
(Lucas 2:52)

El hecho de que los contemporáneos de un personaje tan excepcional como Jesús no hayan encontrado nada digno de ser mencionado por escrito desde la niñez hasta el trigésimo año de su vida es, en sí mismo, un poco extraño.

Sin embargo, existen efectivamente relatos notables acerca de Jesús, pero no en su país de origen, sino más hacia Oriente, en aquellos lugares donde pasó la mayor parte del período sobre el cual se carece de datos. Ocultos en un remoto monasterio tibetano se dice que se encuentran documentos de incalculable valor que hacen referencia a un tal San Issa, proveniente de Judea, «en quien se hallaba manifestada el alma del universo» y que desde los catorce a los veintiocho años permaneció en la India y zonas de la cordillera del Himalaya —entre santos, monjes y pándits—, predicó su mensaje por toda la región y luego, con el propósito de enseñar, retornó a su tierra natal, donde fue cruelmente maltratado, condenado a muerte y crucificado. A excepción de los registros que aparecen en estos antiguos manuscritos, nada se ha publicado acerca de los años desconocidos de la vida de Jesús.

Se dice que el viajero ruso Nicolás Notovitch descubrió y transcribió estos documentos en el monasterio de Himis, del Tíbet. En 1922, Swami Abhedananda, discípulo directo de Ramakrishna Paramahansa, visitó el monasterio de Himis y confirmó todos los detalles sobresalientes publicados acerca de Issa en el libro de Notovitch. En una expedición a la India y al Tíbet realizada a mediados de la década de los veinte, Nicolás Roerich tuvo ocasión de ver y copiar versos de antiguos manuscritos que eran idénticos a aquellos publicados por Notovitch.

La India es la madre de la religión. Se reconoce que su cultura es mucho más antigua que la legendaria civilización egipcia. Si investigamos estas cuestiones, podremos comprobar que las antiquísimas escrituras de la India preceden a todas las demás revelaciones y han influido sobre el Libro Egipcio de los Muertos y el Antiguo y Nuevo Testamento de la Biblia, así como también sobre otras religiones que estuvieron en contacto con la religión de la India y se inspiraron en ella.

Por esa razón, el propio Jesús viajó a la India, y el manuscrito de Notovitch nos lo cuenta así:

« Issa se ausentó secretamente de la casa de su padre, abandonó Jerusalén y viajó hacia Sind en una caravana de mercaderes, con el objeto de perfeccionarse en el conocimiento de la Palabra de Dios y en el estudio de las leyes de los grandes Buddhas. »

A partir del conocimiento que había acumulado y de la sabiduría que brotaba de su alma cuando se hallaba en profunda meditación, concibió para las masas parábolas simples sobre los principios ideales mediante los que ha de gobernarse la vida humana ante Dios. En cambio, a aquellos discípulos que estaban preparados para recibirlo, les impartió el conocimiento acerca de los más insondables misterios, como lo demuestra el libro del Apocalipsis de San Juan —que forma parte del Nuevo Testamento—, cuya simbología concuerda de manera precisa con la ciencia yóguica de la comunión con Dios.

La verdad no es monopolio ni de Oriente ni de Occidente. Los puros rayos dorados y plateados de la luz solar aparentan ser rojos o azules si se observan a través de un cristal rojo o azul. De igual modo, la verdad parece diferente si adquiere los matices de una civilización oriental u occidental. Al examinar la sencilla esencia de la verdad que han expresado las grandes almas en distintas épocas y latitudes, se puede observar que hay muy pocas diferencias entre sus mensajes.



Las enseñanzas perdidas de los Evangelios

Cristo ha sido muy malinterpretado por el mundo. Incluso los principios más elementales de sus enseñanzas han sido profanados —crucificados a manos del dogma, los prejuicios y la falta de entendimiento— y la profundidad esotérica de esos principios ha quedado en el olvido. Bajo la supuesta autoridad de doctrinas del cristianismo forjadas por el hombre, se han librado guerras genocidas y se ha quemado a gente en la hoguera bajo la acusación de brujería o herejía.

Jesús era oriental, tanto por nacimiento como por lazos de sangre y por la instrucción recibida. Disociar a un maestro espiritual de sus orígenes y entorno es empañar el entendimiento a través del cual se le debe percibir.

Si bien las enseñanzas de Jesús, desde la perspectiva esotérica, son universales, están impregnadas de la esencia de la cultura oriental y se encuentran arraigadas en influencias orientales que se han adaptado al ambiente occidental. Podemos comprender correctamente los Evangelios a la luz de las enseñanzas de la India: no de interpretaciones distorsionadas del hinduismo, con su opresivo sistema de castas o la práctica de adorar piedras, sino de la sabiduría filosófica de los rishis cuyo objeto es la salvación del alma, es decir, aquellas enseñanzas que constituyen no la cáscara sino el meollo de los Vedas, los Upanishads y el Bhagavad Guita.

Esta esencia de la Verdad (el Sanatana Dharma o los eternos principios de la rectitud que sostienen al hombre y al universo) le fue conferida al mundo miles de años antes de la era cristiana y se conservó en la India con una vitalidad espiritual que ha convertido la búsqueda de Dios en el único propósito de la vida y no en un simple pasatiempo de salón.



La ciencia universal de la religión

La experiencia personal de la verdad es la ciencia que se encuentra en el fondo de todas las ciencias. Sin embargo, para la mayoría de las personas la religión se ha transformado en una mera cuestión de creencia. Hay quienes creen en el catolicismo, hay otros que creen en alguna doctrina protestante, mientras que algunos afirman creer que la religión judía o la hindú o la musulmana o la budista es el camino verdadero.

La ciencia de la religión identifica aquellas verdades universales que son comunes a todas —la base de la religión— y enseña cómo, mediante su aplicación práctica, una persona puede edificar su vida de acuerdo con el Plan Divino. Las enseñanzas del Raja Yoga (la ciencia «regia» del alma, originaria de la India) son superiores a la ortodoxia de la religión, pues exponen de forma sistemática la práctica de métodos universalmente necesarios para el perfeccionamiento de todo individuo, sea cual sea su raza o credo.

Los salvadores del mundo no vienen con el propósito de fomentar divisiones doctrinales hostiles; sus enseñanzas no deben ser utilizadas para tal fin. Incluso referirse al Nuevo Testamento como la Biblia «cristiana» es, en cierto modo, impropio, dado que no se trata del patrimonio exclusivo de ninguna confesión religiosa en particular. La Verdad se halla destinada a beneficiar y elevar a la raza humana en su conjunto. Así como la Conciencia Crística es universal, así también Jesucristo pertenece a todos.

La verdad es, en sí misma y por sí misma, la «religión» fundamental. Aun cuando pueda expresarse de diferentes maneras por los «ismos» de los distintos credos religiosos, éstos jamás podrán agotarla. La verdad posee infinitas expresiones y ramificaciones, pero sólo se consuma en la experiencia directa de Dios, la Única Realidad.

El sello humano de la afiliación religiosa carece de importancia. No es la confesión religiosa a la que pertenecemos ni la cultura o el credo dentro del cual hemos nacido lo que nos otorga la salvación: la esencia de la verdad trasciende todas las formas externas. Es dicha esencia la que reviste una importancia fundamental para comprender a Jesús y su llamamiento universal a las almas para que entren en el reino de Dios, que se halla «dentro de vosotros».

Todos somos hijos de Dios, desde el comienzo hasta la eternidad. Las controversias surgen de los prejuicios, y el prejuicio es fruto de la ignorancia. No debemos sentirnos orgullosamente identificados con el hecho de ser estadounidenses o indios o italianos o de cualquier otra nacionalidad, pues ésta es sólo un accidente de nacimiento. Deberíamos estar orgullosos, sobre todas las cosas, de ser hijos de Dios, hechos a su imagen.

¿No es ése, acaso, el mensaje de Cristo?

Jesús el Cristo constituye un excelente modelo que pueden seguir tanto Oriente como Occidente. La impronta divina que nos identifica como «hijos de Dios» se halla oculta dentro de cada alma. Jesús ratificó lo que dicen las escrituras: «dioses sois».

¡Desecha las máscaras! Revélate abiertamente como un hijo de Dios, no mediante vanas proclamas y oraciones aprendidas de memoria, ni por medio de los fuegos artificiales de eruditos sermones concebidos con el propósito de loar a Dios y reunir adeptos, ¡Sino a través de la realización! Identifícate, no con el estrecho fanatismo disimulado bajo el disfraz de la sabiduría, sino con la Conciencia Crística. Identifícate con el Amor Universal, que se expresa al servir a los demás tanto material como espiritualmente. Entonces sabrás quién fue Jesucristo y podrás decir, desde el alma, que todos formamos parte de la misma familia, que todos somos hijos del Único Dios.

— Me agradan sus enseñanzas, pero ¿es usted cristiano? —preguntó un visitante, tras haber charlado por primera vez con Paramahansaji.

— ¿No nos dijo Cristo: «No todo el que me diga: "Señor, señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos»? —respondió el Gurú.

En la Biblia, el término gentil se refiere al que es "idólatra": aquel cuya atención no está centrada en el Señor, sino en las atracciones del mundo. Un materialista puede asistir a la iglesia los domingos y, sin embargo, ser un idólatra. Quien mantiene siempre encendida en su interior la llama del recuerdo del Padre Celestial y obedece los Preceptos de Jesús es un cristiano. A usted —agregó— le corresponde decidir si puede o no considerárseme cristiano.
(Máximas de Paramahansa Yogananda)




Las enseñanzas internas de Jesús el yogui

(Cómo llegan las almas al estado de Conciencia Crística)


La importancia del Confortador o Espíritu Santo

« Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito (Confortador), para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos [...].

Pero el Paráclito (el Confortador), el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. »
(Juan 14:15-18, 26, 27)

Si un devoto ama a Cristo —es decir, si ama establecer contacto con la Conciencia Crística presente en Jesús— debe, entonces, seguir fielmente los mandamientos (las leyes de la disciplina física y mental y de la meditación) que se requieren para que la Conciencia Crística se manifieste en la conciencia individual.

Pocas personas en el mundo cristiano han comprendido la promesa que hizo Jesús de enviar al Espíritu Santo después de su partida. El Espíritu Santo es el sagrado poder vibratorio invisible de Dios que sostiene activamente el universo: la Palabra u Om, la Vibración Cósmica, el Gran Confortador, el Salvador que libera de todo sufrimiento.



La Palabra: la Vibración Cósmica e Inteligente de Dios

La evolución científica de la creación cósmica que surge de Dios el Creador se esboza, en terminología arcana, en el libro del Génesis del Antiguo Testamento. A los versículos iniciales del Evangelio de San Juan en el Nuevo Testamento se les podría denominar, con justicia, el Génesis según San Juan. Estos dos profundos relatos bíblicos, cuando se comprenden claramente por medio de la percepción intuitiva, se corresponden de forma exacta con la cosmogonía espiritual delineada en las escrituras de la India, legado de los rishis que allí vivieron y que habían alcanzado el conocimiento de Dios en la Edad de Oro.

San Juan fue, probablemente, el más avanzado de los discípulos de Jesús. De los diversos libros del Nuevo Testamento, los escritos procedentes de San Juan evidencian el más elevado grado de realización divina, ya que dan a conocer las profundas verdades esotéricas experimentadas por Jesús y luego transferidas a Juan.

No sólo en su evangelio, sino también en sus epístolas y, sobre todo, en la descripción simbólica de las profundas experiencias metafísicas que se encuentra en el libro del Apocalipsis, Juan presenta las verdades enseñadas por Jesús desde el punto de vista de la percepción intuitiva interior. En las palabras de Juan hallamos precisión, y por eso su evangelio, aun cuando es el último de los cuatro que se incluyen en el Nuevo Testamento, debería ser considerado en primer lugar cuando se busca el verdadero significado de la vida y enseñanzas de Jesús.



La “Palabra” en el cristianismo original

Aun cuando la doctrina oficial de la Iglesia ha interpretado durante siglos que «la Palabra» (Logos en el original griego) es una referencia a Jesús mismo, no fue ése el significado que pretendía darle San Juan en este pasaje. De acuerdo con los eruditos, el concepto que expresaba Juan puede comprenderse mejor no a través de la exégesis de la ortodoxia eclesiástica (que es muy posterior), sino de los escritos bíblicos y las enseñanzas de los filósofos judíos que vivieron en la misma época que Juan (por ejemplo, el libro de los Proverbios, con el cual tanto Juan como cualquier otro judío de su tiempo se hallaban seguramente familiarizados). En Una historia de Dios: 4.000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el islam (Paidós, Barcelona, 2006), Karen Armstrong escribe lo siguiente:

« El autor del libro de los Proverbios, que escribió en el siglo III a. C., [...] personifica la Sabiduría, que parece un ser personal:

"Yahvé me creó (la Sabiduría), primicia de su actividad, antes de sus obras antiguas. Desde la eternidad fui formada, desde el principio, antes del origen de la tierra. [...] cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su alegría cotidiana, jugando todo el tiempo en su presencia, jugando con la esfera de la tierra; y compartiendo mi alegría con los humanos".
(Proverbios 8:22-23, 29-31; Biblia de Jerusalén)
. . .
En las versiones arameas de las Escrituras hebreas conocidas como targumim, que se redactaron en aquella época (es decir, cuando se escribió el Evangelio de Juan), el término Memra (palabra) se emplea para describir la actividad de Dios en el mundo. Cumple la misma función que otros términos técnicos como "gloria", "Espíritu Santo" y "Shekinah", que ponían de relieve la distinción entre la presencia de Dios en el mundo y la realidad incomprensible de Dios en sí mismo. Como la sabiduría divina, la "Palabra" simbolizaba el proyecto divino original para la creación. »


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«En el principio...». Con estas palabras comienzan las cosmogonías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. «Principio» se refiere al nacimiento de la creación finita, porque en el Eterno Absoluto —el Espíritu— no existen ni el principio ni el final.

El Espíritu, al ser la única Sustancia existente, no contaba con nada más que Consigo mismo a partir de lo cual crear. El Espíritu y su creación universal no podrían ser diferentes en esencia, porque cada una de esas dos Fuerzas Infinitas y eternamente existentes sería, en consecuencia, absoluta, lo cual es imposible por definición. Una creación coherente requiere de la dualidad: el Creador y lo creado. Así pues, el Espíritu hizo surgir, en primer lugar, el hechizo de la Ilusión, Maya, la Mágica Medidora Cósmica, que crea el espejismo de dividir una porción del Infinito Indivisible en objetos finitos separados.

La creación no es sino el Espíritu que, en apariencia y sólo temporalmente, se ha diversificado por obra de la actividad creativa y vibratoria del Espíritu.

« En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio junto a Dios.
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada.
Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres. »
(Juan 1:1-4)

«Palabra» significa «vibración inteligente», «energía inteligente», que proviene de Dios. La pronunciación de cualquier palabra —tal como «flor»—, por parte de un ser inteligente, consta de la energía sonora, o vibración, unida al pensamiento, el cual impregna de significado inteligente a dicha vibración. Del mismo modo, la Palabra que constituye el principio y la fuente de todas las sustancias creadas es la Vibración Cósmica (el Espíritu Santo) imbuida de Inteligencia Cósmica (la Conciencia Crística).

Al igual que las ondas sonoras de un terremoto de poder inimaginable, la Palabra —la energía y el sonido creativos de la Vibración Cósmica— emanó del Creador para manifestar el universo. Esa Vibración Cósmica, saturada de Inteligencia Cósmica, se condensó para constituir los elementos sutiles (térmicos, eléctricos, magnéticos y toda clase de rayos), y a partir de éstos se originaron los átomos de vapor (los gases), los líquidos y los sólidos.

Una vibración cósmica que se hallara activa en el espacio entero no podría, por sí sola, crear o sostener un cosmos tan maravillosamente complejo como éste. Por eso la conciencia trascendente de Dios el Padre se manifestó dentro de la vibración del Espíritu Santo como el Hijo —la Conciencia Crística, la Inteligencia Divina presente en toda la creación vibratoria—. Este reflejo puro de Dios que se encuentra en el Espíritu Santo guía a este último, de modo indirecto, a fin de que pueda crear, recrear, conservar y moldear la creación de acuerdo con el propósito divino.



La naturaleza vibratoria de la creación

Los recientes avances en lo que los físicos teóricos denominan «la teoría de las supercuerdas» están llevando la ciencia hacia una comprensión de la naturaleza vibratoria de la creación. El Dr. Brian Greene, profesor de Física de las Universidades de Cornell y Columbia, escribe en su obra El universo elegante: Supercuerdas, dimensiones ocultas y la búsqueda de una teoría final:

« Durante los últimos treinta años de su vida, Albert Einstein buscó incesantemente lo que se llamaría una teoría del campo unificado, es decir, una teoría capaz de describir las fuerzas de la naturaleza dentro de un marco único, coherente y que lo abarcase todo. [...] Ahora, iniciado el nuevo milenio, los partidarios de la teoría de cuerdas anuncian que finalmente han salido a la luz los hilos de este escurridizo tapiz unificado.
. . .
Esta teoría sugiere que el paisaje microscópico está cubierto de diminutas cuerdas cuyos modelos de vibración orquestan la evolución del cosmos —escribe el profesor Greene—. La longitud de uno de estos bucles de cuerda normales es [...] alrededor de cien trillones de veces (diez elevado a la veinteava potencia) menor que el núcleo de un átomo. »

El profesor Greene explica que a finales del siglo XX la ciencia había determinado que el universo físico estaba conformado por un número muy reducido de partículas fundamentales, tales como los electrones, los quarks (que son los componentes básicos de los protones y neutrones) y los neutrinos. «Aunque cada partícula se consideraba elemental —escribe él—, se pensaba que era diferente el tipo de "material" de cada una. El "material" del electrón, por ejemplo, poseía carga eléctrica negativa, mientras que el "material" del neutrino no tenía carga eléctrica. La teoría de cuerdas altera esta imagen radicalmente cuando afirma que el "material" de toda la materia y de todas las fuerzas es el mismo.

« Según la teoría de cuerdas, hay sólo un ingrediente fundamental —la cuerda—», escribe Greene en El tejido del cosmos: Espacio, tiempo y la textura de la realidad (Crítica, Barcelona, 2006). «Igual que una cuerda de violín puede vibrar con pautas diferentes, cada una de las cuales produce un tono musical diferente —explica él—, los filamentos de la teoría de supercuerdas pueden vibrar con pautas diferentes.
. . .
Una cuerda minúscula que vibra con una pauta tendría la masa y la carga eléctrica de un electrón; según la teoría, semejante cuerda vibrante podría ser lo que tradicionalmente hemos llamado un electrón. Una cuerda minúscula que vibra con una pauta diferente tendría las propiedades para identificarla como un quark, un neutrino o cualquier otro tipo de partícula. [...] Cada una aparece de una pauta vibratoria diferente ejecutada por la misma entidad subyacente. [...] En el nivel ultramicroscópico, el universo sería parecido a una sinfonía de cuerdas que da existencia a la materia. »


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El nombre con que se designa al «Espíritu Santo» en las escrituras hindúes, Aum (Om), indica su papel en el plan creativo de Dios: esta palabra está formada por la A de akara, la vibración creativa; la u de ukara, la vibración preservadora, y la m de makara, la fuerza vibratoria de la disolución. El Om o Espíritu Santo crea todas las cosas, las preserva en miríadas de formas y, finalmente, las disuelve en el seno oceánico de Dios con objeto de ser creadas de nuevo, lo cual constituye un proceso continuo de renovación de la vida y las formas en el incesante sueño cósmico de Dios.

De este modo, la Palabra o Vibración Cósmica constituye el origen de «todo»: «y sin ella no se hizo nada». La Palabra existió desde el comienzo mismo de la creación: fue la primera manifestación de Dios al dar origen al universo. «La Palabra estaba junto a Dios», se hallaba imbuida del reflejo de la inteligencia de Dios —la Conciencia Crística—, «y la Palabra era Dios», en la forma de vibraciones de su propio Ser único.

La afirmación de San Juan se hace eco de una verdad eterna que resuena en diversos pasajes de los antiguos Vedas: la Palabra cósmica vibratoria (Vak) estaba junto a Dios el Padre Creador (Praiapati) en el principio de la creación, cuando nada existía; a partir de Vak todo fue creado, y Vak es, en sí misma, Brahman (Dios).



El significado del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo según el yoga

La relación entre la Santísima Trinidad del cristianismo —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y el concepto que habitualmente se tiene acerca de la encarnación de Jesús resulta totalmente inexplicable si no se establece una diferencia entre el cuerpo de Jesús y Jesús como vehículo en el cual se manifestó el Hijo unigénito, la Conciencia Crística. Jesús mismo hace dicha distinción cuando se refiere a su cuerpo como el «hijo del hombre» y a su alma (que no estaba limitada por el cuerpo, sino que era una con la unigénita Conciencia Crística presente en cada partícula vibratoria) como el «hijo de Dios».

«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito» para redimirlo; es decir, Dios Padre permanecía oculto más allá del reino vibratorio que surgió de su Ser, pero luego se manifestó como la Inteligencia Crística que se halla presente en toda la materia y en todos los seres vivientes, con el propósito de hacer regresar todas las cosas a su hogar de Eterna Bienaventuranza, a través de los hermosos llamados de la evolución.

Dijo San Juan: «Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios». El plural utilizado en la expresión «hijos de Dios» muestra con toda claridad que, según las enseñanzas impartidas por Jesús y recibidas por Juan, el Hijo unigénito no era el cuerpo de Jesús, sino su estado de Conciencia Crística, y que todos aquellos que fuesen capaces de purificar su conciencia y recibir (o reflejar sin impedimentos) el poder de Dios estarían en condiciones de hacerse hijos de Dios, es decir, podrían —al igual que Jesús— hacerse uno con el reflejo unigénito de Dios en toda la materia y, a través del Hijo (la Conciencia Crística), ascender al Padre, la suprema Conciencia Cósmica.



Cómo recibir la Conciencia Crística mediante la comunión con el Espíritu Santo en la meditación

« Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. »
(Juan 1:12-13)

La luz de Dios resplandece en todos por igual, pero a causa de la ilusoria ignorancia no todos la reciben ni la reflejan del mismo modo. Por eso se afirma que todos pueden ser como Cristo: todos aquellos que despejen su conciencia a través de una vida moral y espiritual y, especialmente, mediante la purificación que brinda la meditación, en la cual la rudimentaria mortalidad se sublima hasta transformarse en la perfección inmortal del alma.



El bautismo por el Espíritu Santo

El bautismo supremo, ensalzado por Juan el Bautista y por todos los maestros que poseen la realización divina, consiste en ser bautizados «con Espíritu Santo y fuego»: es decir, quedar henchidos de la presencia de Dios en la sagrada Vibración Creativa, cuya omnipresente omnisciencia eleva y expande la conciencia.

Las edificantes vibraciones del Confortador brindan profunda paz interior y gozo. La Vibración Creativa tonifica la fuerza vital específica del cuerpo (lo que conduce a la salud y el bienestar) y puede enviarse de forma consciente como poder curativo hacia aquellos que necesitan ayuda divina.

Mediante el contacto con Dios en la meditación, todos los deseos del corazón se ven colmados, porque nada es más valioso, placentero o atractivo que el siempre renovado gozo de Dios, que todo lo satisface. [...] Quien baña su conciencia en el Espíritu Santo pierde el apego por los deseos y objetos personales, a la vez que disfruta de todas las cosas con la dicha de Dios en su interior.

«A los que creen en su nombre»: cuando el solo Nombre de Dios despierta en nosotros la devoción y hace que anclemos en Él nuestros pensamientos, se convierte en una puerta hacia la salvación. Cuando la mera mención de su Nombre encienda en el alma la llama del amor por Dios, se iniciará la marcha del devoto en el camino hacia la liberación.

El significado más profundo de «nombre» hace referencia a la Vibración Cósmica (la Palabra, Om o Amén). Dios como Espíritu no posee un nombre que lo circunscriba. Ya sea que nos refiramos al Absoluto como Dios, Yahvé, Brahman o Alá, estos nombres no le describen fielmente. Dios el Creador y Padre de todas las cosas vibra en la naturaleza entera como vida eterna, y esa vida posee el sonido del majestuoso Amén u Om. Este nombre es el que define a Dios con mayor exactitud.

«Los que creen en su nombre» significa “aquellos que comulgan con el sonido de Om, la voz de Dios que se halla en la vibración del Espíritu Santo”. Cuando oímos ese nombre de Dios, esa Vibración Cósmica, nos encontramos en camino de hacernos hijos de Dios, porque en ese sonido la conciencia está en contacto con la inmanente Conciencia Crística, la cual nos conducirá hasta Dios como Conciencia Cósmica.

El sabio Patanjali, el más elevado exponente de la India en la ciencia del yoga, describe a Dios el Creador como Ishvara, el Señor o Soberano Cósmico.

« Su símbolo es el Pranava (la Palabra o Sonido Sagrado, Om). Al cantar Om de forma reverente y reiterada, y meditar sobre su significado, los obstáculos desaparecen y la conciencia se dirige al interior (apartándose de la identificación sensorial externa). »
(Yoga Sutras 1:27-29)

Los seres humanos son en esencia hijos de Dios, reflejos inmaculados del Padre que no han sido manchados por la ilusión, los cuales se han convertido en «hijos del hombre» al identificarse con el cuerpo y olvidar su origen en el Espíritu. Quien está cautivo de la ilusión es simplemente un mendigo en las calles del tiempo; pero, así como Jesús recibió y reflejó —a través de su conciencia purificada—la divina filiación de la Conciencia Crística, así también todo ser humano, por medio de los métodos de meditación del yoga, puede purificar su mente y convertirse en una mentalidad diamantina apta para recibir y reflejar la luz de Dios.



La ciencia yóguica de la espina dorsal: "Rectificad el camino del Señor"

Oculta en los versículos de la Biblia donde Juan el Bautista se describe a sí mismo, hay una hermosa revelación acerca del camino que conduce a ese divino contacto:

« Yo soy la voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. »
(Juan 1:23)

Cuando los sentidos se encuentran ocupados con lo externo, el ser humano se halla absorto en el ajetreado «mercado» de las complejidades de la materia, que interactúan constantemente dentro de la creación. Incluso cuando mantiene los ojos cerrados en la oración o está concentrado en otros pensamientos, el hombre permanece en el ámbito de la actividad. El verdadero desierto, donde ningún pensamiento mortal, deseo humano o inquietud puede importunarnos, se encuentra al trascender la mente sensorial, la mente subconsciente y la mente supra-consciente, es decir, al alcanzar la conciencia cósmica del Espíritu, el «desierto» in-creado e inexplorado de la Bienaventuranza Infinita.

Cuando Juan oyó dentro de sí, en el desierto del silencio, el omnisciente Sonido Cósmico, la sabiduría intuitiva le ordenó calladamente:

«Rectificad el camino del Señor»; manifestad dentro de vosotros al Señor —la Conciencia Crística subjetiva presente en toda la creación cósmica vibratoria— mediante el sentimiento intuitivo que surge cuando, en el estado de éxtasis trascendente, se abren los divinos centros metafísicos de la vida y la conciencia en el camino recto de la espina dorsal.

Entre todas las criaturas, el ser humano es el único cuyo cuerpo posee centros espirituales, en el cerebro y la médula espinal, que están dotados de conciencia divina y en los cuales tiene su templo el Espíritu que ha descendido. Los yoguis conocen estos centros, y también San Juan los conocía y los describió en el libro del Apocalipsis como los siete sellos, y como siete estrellas y siete iglesias, con sus siete ángeles y siete candeleros de oro.

El yoga describe el modo preciso en que el Espíritu desciende de la Conciencia Cósmica a la materia y se expresa de forma individualizada en todos los seres, y cómo, en sentido inverso, la conciencia individualizada debe finalmente ascender de nuevo hacia el Espíritu.




El yoga y el libro del Apocalipsis

« Escribe, pues, lo que has visto: lo que ya es y lo que va a suceder más tarde. La explicación del misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha y de los siete candeleros de oro es ésta: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias. »
(Apocalipsis 1:19-20)

« Vi también en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro, escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz: "¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?" »
(Apocalipsis 5:1-2)


Los tratados de yoga identifican estos centros (en orden ascendente) del siguiente modo:

1)   muladhara (el centro coccígeo, ubicado en la base de la espina dorsal);
2)   svadhisthana (el centro sacro, unos cinco centímetros por encima del muladhara);
3)   manipura (el centro lumbar, en el área opuesta al ombligo);
4)   anahata (el centro dorsal, en el área opuesta al corazón);
5)   vishuddha (el centro cervical, en la base del cuello);
6)   ajna (asiento del ojo espiritual, tradicionalmente localizado a nivel del entrecejo y, en realidad, directamente conectado por polaridad con el bulbo raquídeo);
7)   sahasrara («el loto de mil pétalos», en la parte superior del cerebro).

Los siete centros son salidas o «puertas disimuladas», divinamente planificadas, atravesando las cuales el alma ha descendido al cuerpo y, a través de las cuales, deberá pasar nuevamente cuando ascienda mediante un proceso de meditación. El alma escapa hacia la Conciencia Cósmica subiendo siete peldaños sucesivos.

Generalmente, los tratados de yoga consideran sólo a los seis centros inferiores como chakras («ruedas», porque la energía concentrada en cada uno de ellos es similar al cubo de una rueda del cual parten rayos de luz y energía vitales), y se refieren por separado al sahasrara como el séptimo centro. A los siete centros, sin embargo, a menudo se les llama «lotos» (flores de loto), cuyos pétalos se abren —es decir, se vuelven hacia arriba— en el despertar espiritual, a medida que la vida y la conciencia ascienden por la espina dorsal.

El flujo de la fuerza vital y la conciencia que se orienta hacia el exterior a través de la médula espinal y los nervios provoca que el hombre perciba y aprecie únicamente los fenómenos sensoriales. Dado que la atención es lo que dirige las corrientes vitales y la conciencia, en las personas que se entregan en exceso a los sentidos del tacto, olfato, gusto, oído y vista, los «reflectores» de la fuerza vital y la conciencia se hallan enfocados sobre la materia.

Si, en cambio, por medio del autodominio al meditar, la atención se concentra firmemente en el centro de la percepción divina situado en el entrecejo, los faros de la fuerza vital y de la conciencia invierten su orientación y, al retirarse de los sentidos, revelan la luz del ojo espiritual.




El cuerpo astral de energía vital

En el libro Vibrational Medicine (Medicina vibracionall (Bear and Company, Rochester, Vermont, 2001), el Dr. Richard Gerber detalla el descubrimiento científico de la energía electromagnética que forma un patrón organizador para el cuerpo físico:

« Harold S. Burr, neuro-anatomista de la Universidad de Yale en la década de 1940, estudiaba la configuración de los campos de energía» —que él denominó «campos de la vida» o campos L [de life, «vida»] — «existentes en torno a los organismos vivos, tanto vegetales como animales. Parte del trabajo de Burr consistió en estudiar la configuración de los campos eléctricos que rodean a las salamandras. Descubrió que éstas poseen un campo de energía cuyo aspecto se asemeja a la del animal adulto. Comprobó además que este campo contenía un eje eléctrico alineado con el cerebro y la médula espinal.

El objetivo de Burr era descubrir en qué momento preciso del desarrollo del animal se originaba este eje eléctrico. Comenzó a trazar el mapa de los campos eléctricos en etapas cada vez más tempranas de la embriogenia de las salamandras y encontró que el eje se originaba en el óvulo sin fecundar. [...] Burr experimentó también con los campos eléctricos existentes en torno a plántulas muy pequeñas. De acuerdo con sus investigaciones, el campo eléctrico que rodeaba a un brote no poseía la forma de la semilla original, sino que se asemejaba al de la planta adulta. »


En el libro “Blue print for Immortality: The Electric Patterns of Life” [El sello de la inmortalidad: Los patrones eléctricos de la vida] (SaffronWalden, Essex, Inglaterra, 1972), el profesor Burr narra los pormenores de su investigación:

« La mayoría de las personas que hayan cursado Ciencias Naturales en la escuela secundaria recordarán que si se esparcen limaduras de hierro sobre una cartulina debajo de la cual se coloca un imán, éstas se distribuirán adoptando la forma de las "líneas de fuerza" del campo magnético, y que si estas limaduras se desechan y se reemplazan por otras, las nuevas limaduras se distribuirán de la misma manera que las anteriores.

Algo similar —aunque infinitamente más complejo— ocurre en el cuerpo humano. Las moléculas y células del cuerpo se destruyen y reconstituyen de modo permanente con material nuevo proveniente de los alimentos que ingerimos, pero gracias al efecto coordinador del campo L, las nuevas moléculas y células se reconstruyen y distribuyen siguiendo el mismo patrón que las anteriores. Las investigaciones modernas con elementos "marcados" han revelado que los materiales que componen nuestro cuerpo y nuestro cerebro se renuevan mucho más a menudo de lo que se creía anteriormente.

Por ejemplo, la totalidad de las proteínas del cuerpo es reemplazada por completo cada seis meses y, en algunos órganos como el hígado, la proteína se renueva con una frecuencia mucho mayor. Cuando nos encontramos con un amigo al que no hemos visto durante seis meses, ni una sola de las moléculas de su rostro estaba allí cuando le vimos por última vez. Sin embargo, gracias a su campo L de coordinación, las nuevas moléculas adoptan la disposición del antiguo patrón con el que estamos familiarizados y nos resulta posible reconocer su cara.

Antes de que los instrumentos modernos revelaran la existencia de los campos L de coordinación, los biólogos no lograban explicarse cómo nuestros cuerpos "se mantienen en forma" después de atravesar incesantes procesos metabólicos y cambios de sustancias. Ahora el misterio ha sido desvelado; el campo electrodinámico del cuerpo hace las veces de matriz o molde, que conserva la "forma" u ordenamiento de cualquier material que se vierta en él, independientemente de la frecuencia con que se efectúe el reemplazo. »


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Valiéndose del método correcto de meditación y la práctica de la devoción, y manteniendo los ojos cerrados y concentrados en el ojo espiritual, el devoto llama a las puertas del cielo. Cuando los ojos se encuentran enfocados e inmóviles, y la respiración y la mente están en calma, comienza a formarse una luz en la frente. Finalmente, gracias a la concentración profunda, la luz tricolor del ojo espiritual empieza a hacerse visibles. No basta sólo con ver el ojo único; lo más difícil para el devoto es entrar en esa luz. Sin embargo, al practicar los métodos más elevados de meditación, tales como el Kriya Yoga, la conciencia es conducida hacia el interior del ojo espiritual.

Los yoguis de la India (aquellos que buscan la unión con Dios por medio de los métodos formales de la ciencia del yoga) otorgan suprema importancia al hecho de mantener erguida la espina dorsal durante la meditación y concentrarse en el entrecejo. Una columna vertebral que permanece encorvada durante la meditación ofrece verdadera resistencia al proceso por el cual se invierte el curso de las corrientes vitales, e impide que éstas asciendan con fluidez hacia el ojo espiritual. Una espina dorsal que no esté erguida desalinea las vértebras y ocasiona el pinzamiento de los nervios, de modo que deja atrapada la fuerza vital en su acostumbrado estado de conciencia corporal e inquietud mental.

Sin importar cuál de las religiones dispuestas por Dios sea la que uno siga, las creencias de todas ellas se fundirán en una única e idéntica experiencia común de Dios. El yoga es el sendero unificador que transitan todos los buscadores religiosos a medida que se acercan, finalmente, a Dios. Antes de que uno pueda llegar a Él, debe existir el «arrepentimiento» que aparta de la ilusoria materia a la conciencia y la dirige hacia el reino de Dios que mora en nuestro interior.

Este recogimiento de la conciencia lleva la fuerza vital y la mente hacia dentro, con el fin de que éstas asciendan a través de los centros de espiritualización situados en la espina dorsal hasta alcanzar los estados supremos de la realización divina. La unión final con Dios y las etapas que comprende esta unión son universales. Esto es el yoga, la ciencia de la religión. Las sendas laterales divergentes habrán de confluir en la autopista de Dios; y esa autopista pasa por la espina dorsal: el camino por el cual se trasciende la conciencia del cuerpo y se entra en el infinito reino de Dios.

La verdad y la sabiduría espirituales no se hallan en las palabras de algún sacerdote o predicador, sino en el «desierto» del silencio interior. Las escrituras sánscritas dicen: «Sabios hay muchos, cada uno con su propia interpretación de lo espiritual y de las escrituras, que aparentemente contradice la de los demás; pero el verdadero secreto de la religión se encuentra oculto en una cueva».

La verdadera religión mora en nuestro interior, en la cueva de la quietud, en la cueva de la serena sabiduría intuitiva, en la cueva del ojo espiritual. Cuando nos concentramos en el entrecejo y ahondamos en las calmadas profundidades del luminoso ojo espiritual, podemos hallar respuesta a todos los interrogantes de índole religiosa que albergamos en el corazón.

« Pero el Paráclito, el Espíritu Santo [...] os lo enseñará todo. »
(Juan 14:26)




El yoga confiere el verdadero bautismo en el Espíritu

El camino de la ascensión quedó de manifiesto en el bautismo de Jesús. Como se relata en el Evangelio según San Mateo:

« Una vez bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco". »
(Mateo 3:16-17)

Cuando se recibe el bautismo por inmersión en la luz del Espíritu, se puede entender la relación que guarda el ojo espiritual micro-cósmico del cuerpo con la luz del Espíritu que desciende como la Trinidad Cósmica. En el bautismo de Jesús, este descenso se describe metafóricamente: «el Espíritu que bajaba como una paloma y venía sobre él». La paloma simboliza el ojo espiritual, y el devoto que medita con profundidad lo ve en el centro crístico, situado en la frente, entre los dos ojos físicos.

Este ojo de luz y conciencia aparece como un halo dorado (la Vibración del Espíritu Santo) que rodea una esfera de luz azul opalescente (la Conciencia Crística) en cuyo centro se encuentra una estrella de luz blanca y brillante de cinco puntas (el portal que conduce a la Conciencia Cósmica del Espíritu).

La luz trina de Dios del ojo espiritual está simbolizada por una paloma porque brinda paz eterna. Además, mirar el ojo espiritual produce, en la conciencia del hombre, la pureza significada por la paloma.


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« Paramahansa Yogananda demuestra la verdad universal de la realización del Ser, que se halla oculta en los Evangelios, la cual concierne a todos los seres humanos y puede ayudar a unificar todas las religiones en una conciencia más elevada y sin límites sectarios. Este libro es capaz de transformar a la humanidad hoy mismo, en estos tiempos de crisis global, si sus enseñanzas se estudian y practican sinceramente. »
(Dr. David Frawley, director del American Institute of Vedic Studies)







PARTE 2: ¿UN SOLO CAMINO O UN CAMINO UNIVERSAL?


El “segundo nacimiento”: el despertar de la facultad intuitiva del alma


La verdad oculta en las parábolas de Jesús

« Y acercándose los discípulos le dijeron: "¿Por qué les hablas en parábolas?". Él les respondió: "Es que a vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden". »
(Mateo 13:10-11, 13)

Las verdades fundamentales relacionadas con el cielo y el reino de Dios, la realidad que se encuentra en el trasfondo de la percepción sensorial y más allá de las reflexiones de la mente racional, sólo pueden captarse a través de la intuición, es decir, mediante el despertar del saber intuitivo, o comprensión pura, del alma.

« Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste a Jesús de noche y le dijo: "Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él".

Jesús le respondió: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios".

Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?"

Respondió Jesús: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu". »
(Juan 3:1-8)


Nicodemo visitó a Jesús en secreto, durante la noche, porque temía las críticas de la sociedad. Acercarse al controvertido maestro y expresar su fe en la divina estatura de Jesús constituyó un acto de valor por parte de quien ocupaba una posición tan encumbrada. Reverentemente, afirmó su convicción de que sólo un maestro que experimentase la verdadera comunión con Dios podía tener dominio de las leyes superiores que gobiernan la vida interior de todos los seres y de todas las cosas.

En respuesta, Cristo dirigió la atención de Nicodemo directamente hacia la celestial Fuente de todos los fenómenos de la creación —tanto mundanos como «milagrosos»— y señaló de manera sucinta que cualquier persona puede establecer contacto con esa Fuente y conocer las maravillas que proceden de ella —como Jesús mismo lo hacía— si experimenta el «segundo nacimiento»: el nacimiento espiritual del despertar intuitivo del alma.

Las multitudes, que tan sólo albergaban una curiosidad superficial y se sentían atraídas por el despliegue de poderes fenoménicos, recibían una porción ínfima del tesoro de sabiduría de Jesús; en cambio, la manifiesta sinceridad de Nicodemo le permitió obtener del maestro una guía precisa que hacía énfasis en el Poder y el Objetivo Supremos en los cuales debe concentrarse el hombre.

Los milagros de la sabiduría que iluminan la mente son superiores a los de la curación física y a los del dominio sobre la naturaleza; pero aún mayor es el milagro que consiste en la curación de la causa original de toda forma de sufrimiento: la engañosa ignorancia que eclipsa la unidad del alma humana con Dios. Ese olvido primordial puede desterrarse sólo mediante la realización del Ser, a través del poder intuitivo con que el alma percibe de manera directa su propia naturaleza como Espíritu individualizado y siente al Espíritu como la esencia de todas las cosas.

Todas las religiones del mundo auténticamente reveladas se basan en el conocimiento intuitivo. Cada una de ellas tiene una particularidad exotérica o externa y una esencia esotérica o interna. El aspecto exotérico es su imagen pública, constituida por preceptos morales y un conjunto de doctrinas, dogmas, razonamientos, normas y costumbres que tienen como propósito servir de guía al común de los seguidores.

El aspecto esotérico consiste en ciertos métodos que se concentran en la comunión real del alma con Dios. El aspecto exotérico es para las multitudes; el esotérico, para aquellos pocos que cuentan con verdadero fervor. Es el aspecto esotérico de la religión el que conduce a la intuición, al conocimiento directo de la Realidad.

El sublime Sanatana Dharma de la filosofía védica de la antigua India —resumido en los Upanishads y en los seis sistemas clásicos de conocimiento metafísico, e incomparablemente sintetizado en el Bhagavad Gita— está basado en la percepción intuitiva de la Realidad Trascendental. El budismo, con sus diversos métodos de lograr el control de la mente y profundizar en la meditación, aboga por el conocimiento intuitivo para alcanzar la trascendencia del nirvana.

El sufismo del islam tiene su fundamento en la intuitiva experiencia mística del alma. Dentro de la religión judía, hay enseñanzas esotéricas basadas en la experiencia interior de la Divinidad, de lo cual existe copiosa evidencia en el legado de los profetas bíblicos iluminados por Dios. Las enseñanzas de Cristo expresan plenamente esa realización. El libro del Apocalipsis, escrito por el apóstol Juan, constituye una notable revelación de las más profundas verdades que, revestidas de metáforas, se presentan ante la percepción intuitiva del alma.

El «segundo nacimiento», sobre cuya necesidad habla Jesús, nos permite entrar en los dominios de la percepción intuitiva de la verdad. Aun cuando al escribir el Nuevo Testamento no se utilizó la palabra «intuición», pueden hallarse en él abundantes referencias al conocimiento intuitivo. De hecho, los 21 versículos en los que se describe la visita de Nicodemo presentan, en forma de condensados epigramas —tan característicos de la escritura oriental—, un completo resumen de las enseñanzas esotéricas de Jesús sobre la manera práctica de obtener el infinito reino de la bienaventurada conciencia divina.

Estos versículos han sido interpretados, por lo general, como una confirmación de doctrinas tales como la que afirma que el bautismo del cuerpo por el agua es un requisito esencial para entrar en el reino de Dios después de la muerte (luan 3:5), que Jesús es el único «hijo de Dios» (Juan 3:16), que la mera «creencia» en Jesús es suficiente para la salvación y que todos aquellos que no creen ya están condenados (luan 3:17-18).

Semejante interpretación exotérica de las escrituras hace que la universalidad de la religión quede sepultada en el dogma. Sin embargo, la comprensión de la verdad esotérica revela un panorama de unidad.

El hombre espiritual intenta liberarse de la materialidad que le hace vagabundear como un hijo pródigo por el laberinto de las encarnaciones; pero el hombre común no desea otra cosa que mejorar las condiciones de su existencia terrenal. Así como el instinto confina a los animales a un territorio comprendido dentro de límites preestablecidos, así también la razón impone sus propias restricciones a aquellos seres humanos que no procuran convertirse en superhombres mediante el desarrollo de su intuición.

El individuo que sólo rinde culto al raciocinio y no es consciente de que dispone del poder de la intuición —el único que le permite conocerse a sí mismo como alma— permanece en un estado que supera escasamente al de un animal racional; ha perdido el contacto con la herencia espiritual que es su derecho de nacimiento.

Esta tierra es el hábitat de los problemas y del sufrimiento; por el contrario, el reino de Dios que está más allá de este plano material es la morada de la libertad y de la bienaventuranza. El alma del hombre que se encuentra en el proceso del despertar ha seguido un camino ardua- mente conquistado, a lo largo de numerosas encarnaciones de evolución ascendente, con el propósito de llegar a la etapa de ser humano y tener la posibilidad de reclamar su divinidad perdida. Y, sin embargo, ¡cuántos nacimientos humanos se han desperdiciado por permanecer absortos en la comida, el dinero, la gratificación del cuerpo y las emociones egoístas!

El nacimiento como ser humano lo recibimos de nuestros padres; el nacimiento espiritual, en cambio, lo concede un gurú enviado por Dios. En la tradición védica de la antigua India, al bebé recién nacido se le denomina kayastha, que significa «identificado con el cuerpo». Los ojos físicos, que miran hacia la tentadora materia, son un legado de los padres físicos; pero en el momento de la iniciación (el bautismo espiritual), es el gurú quien abre el ojo espiritual.

Por medio de la ayuda del gurú, el iniciado aprende a utilizar el ojo telescópico para contemplar el Espíritu y se convierte, entonces, en un dvija, «nacido dos veces» (la misma terminología metafísica empleada por Jesús). Comienza así su avance hasta alcanzar el estado de brahmin, aquel que conoce a Brahman o el Espíritu.

El alma vinculada a la materia, al elevarse hasta el Espíritu a través del contacto con Dios, nace por segunda vez, en el Espíritu. Lamentablemente, incluso en la India esta iniciación para pasar de la conciencia del cuerpo a la conciencia espiritual se ha transformado en una simple formalidad, en una ceremonia de castas que llevan a cabo sacerdotes comunes durante la iniciación de los jóvenes brahmines, lo cual equivale al ritual simbólico del bautismo con agua. No obstante, Jesús, al igual que los grandes maestros hindúes de los tiempos antiguos, confería el bautismo real del Espíritu, «con Espíritu Santo y fuego».




Cómo elevar al Hijo del hombre al estado de Conciencia Divina

« Respondió Nicodemo: "¿Cómo puede ser eso? Jesús le respondió: "Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?

Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna. »
(Juan 3:9-15)


AI dirigirse a Nicodemo, Jesús señaló que el solo hecho de desempeñar el cargo ceremonial de maestro de la casa de Israel no le garantizaba la comprensión de los misterios de la vida. A menudo, se otorgan dignidades religiosas a ciertas personas en virtud de su conocimiento intelectual de las escrituras, pero sólo se puede obtener una comprensión total de las profundidades esotéricas de la verdad por medio de la experiencia intuitiva.

Jesús, en virtud de su intuición, poseía un conocimiento pleno del noúmeno que sostiene el funcionamiento del cosmos y la diversidad de la vida. Por esa razón, pudo decir con autoridad: «Nosotros sabemos».

Hay muchas personas que dudan de la existencia del cielo simplemente porque no lo ven. Y, sin embargo, no ponen en duda la existencia de la brisa tan sólo porque no sea visible. A ésta se la reconoce por su sonido, por la sensación que produce sobre la piel y por el movimiento que imprime a las hojas y demás objetos. De manera semejante, el universo entero vive, se mueve y respira por causa de la invisible presencia de Dios en las fuerzas celestiales que se encuentran más allá de la materia.

La concentración interior es el camino para tomar conciencia del sutil y prolífico cielo que se encuentra más allá de este denso universo. La soledad es el precio de la grandeza y del contacto con Dios. Cada una de las almas encarnadas en un cuerpo físico ha descendido de las celestiales, y todas ellas pueden volver a ascender retirándose al «desierto» del silencio interior y practicando el método científico de elevar la fuerza vital y la conciencia desde la identificación corporal hasta la unión con Dios.

« "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre". »
(Juan 3:13-14)


Este pasaje es muy importante y poco comprendido. Si se las considera en forma literal, las palabras «elevó la serpiente» son, en el mejor de los casos, una clásica ambigüedad de las escrituras. Cada símbolo encierra un significado oculto que debe interpretarse con acierto.

«El que bajó del cielo» significa el cuerpo físico. (Jesús se refiere al cuerpo físico como el «hombre». En los Evangelios, Jesús designa en todo momento su propio cuerpo físico como «el Hijo del hombre», para diferenciarlo de la Conciencia Crística, «el Hijo de Dios»).

Jesús se refería a una extraordinaria verdad cuando habló del «Hijo del hombre, que está en el cielo» Las almas comunes ven sus cuerpos (el «Hijo del hombre») vagar sólo por la tierra; en cambio, las almas libres como Jesús morán simultáneamente en el plano físico y en los reinos celestiales. Así pues, las palabras de Jesús son a la vez simples y maravillosas.

Mientras Jesús se encontraba en el mundo llevando a cabo con diligencia la obra de su Padre Celestial, pudo en verdad proclamar: «Estoy en el cielo». Éste es el estado más elevado de éxtasis de la conciencia divina, definido por los yoguis como nirvikalpasamadhi, un estado extático «sin diferencia» entre la conciencia externa y la comunión interior con Dios.

En savikalpasamadhi, «con diferencia» (un estado menos elevado), no somos conscientes del mundo externo; el cuerpo entra en un trance inerte a la vez que la conciencia se halla inmersa en la unidad interior consciente con Dios. Los maestros más avanzados logran ser plenamente conscientes de Dios sin mostrar signos de que el cuerpo esté paralizado; el devoto bebe la presencia de Dios y, al mismo tiempo, continúa consciente y completamente activo en su entorno externo, si así se lo propone.

En los Evangelios, Jesús enfatiza una y otra vez el hecho de que todos pueden lograr aquello que él logró. El siguiente comentario que le hace a Nicodemo muestra de qué manera es posible:

« Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna. »

La palabra «serpiente» de este pasaje se refiere, metafóricamente, a la conciencia y la fuerza vital del ser humano presentes en el sutil conducto enrollado que se encuentra en la base de la espina dorsal, cuyo flujo hacia la materia debe revertirse para que el hombre ascienda de nuevo desde un estado de apego corporal hasta su libertad en la supra-conciencia.

Moisés, Jesús y los yoguis hindúes conocían el secreto de la vida espiritual científica. Demostraron, con unanimidad, que todos aquellos cuya mente aún se encuentra atada a lo físico deben dominar el arte de elevar la fuerza serpentina de la conciencia corporal sensoria a fin de dar los primeros pasos en su camino interior de regreso al Espíritu.

Cuando nos hallamos sentados en calma y en silencio, logramos aquietar parcialmente la fuerza vital que fluye hacia fuera en dirección a los nervios, al haberla retirado de los músculos; en ese momento, el cuerpo se encuentra relajado. Sin embargo, esta paz se ve fácilmente perturbada por la llegada de cualquier sonido o sensación, debido a que la energía vital que continúa fluyendo hacia el exterior a través del sendero enrollado mantiene los sentidos en funcionamiento.

Durante el sueño, las fuerzas vitales astrales se retiran no sólo de los músculos, sino también de los instrumentos sensoriales. Cada noche, todo ser humano consigue el recogimiento físico de la fuerza vital, aunque este proceso se realiza de manera inconsciente.

El yogui conoce el arte científico de retirar la energía en forma consciente de los nervios sensoriales, de modo que ninguna perturbación externa —visual, auditiva, táctil, gustativa u olfativa— se introduzca en el santuario interior de su meditación saturada de paz. Este proceso se puede llevar a cabo de manera consciente. Mediante el conocimiento y aplicación de determinadas leyes y técnicas científicas de concentración, los yoguis desconectan a voluntad los sentidos. Atraviesan, de este modo, los umbrales del sueño subconsciente hasta llegar a las regiones del gozoso recogimiento supra-consciente.

La persona que sueña no sabe que una pesadilla es irreal hasta que despierta. Así también, sólo a través del despertar en el Espíritu —la unidad con Dios en el estado de samadhi— puede el ser humano desvanecer el sueño cósmico de la pantalla de su conciencia individualizada.

El despertar de la fuerza kundalini es una tarea sumamente difícil y no puede lograrse de manera accidental. Se requieren años de coordinados esfuerzos en la meditación bajo la guía de un gurú competente.

Los sentidos de la vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato se asemejan a cinco reflectores que nos muestran la materia. Cuando emerge la energía vital a través de los rayos sensoriales, el hombre se siente atraído hacia los bellos rostros, los sonidos cautivantes y los atrayentes aromas, sabores y sensaciones táctiles.

Esto es natural, pero aquello que es natural para la conciencia atada al cuerpo no lo es para el alma. Sin embargo, cuando esa divina energía vital se retira de los autocráticos sentidos y asciende a través del sendero espinal hasta alcanzar el centro espiritual de percepción infinita situado en el cerebro, se proyecta hacia la inconmensurable eternidad y revela al Espíritu universal.




El verdadero significado de creer en su nombre y de la salvación

« Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.

Y la condenación está en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. »
(Juan 3:16-21)


La confusión entre «Hijo del hombre» e «Hijo unigénito de Dios» ha sido causa de mucha intolerancia en el ámbito del eclesianismo, que no comprende o no reconoce el elemento humano presente en Jesús: el hecho de que era un hombre, nacido con un cuerpo mortal, que había desarrollado su conciencia hasta volverse uno con Dios mismo.

No era el cuerpo de Jesús sino la conciencia existente en dicho cuerpo la que era una con el Hijo unigénito: la Conciencia Crística, el único reflejo de Dios Padre dentro de la creación. Al instar a la gente a creer en el Hijo unigénito, Jesús se refería a esta Conciencia Crística, que se hallaba totalmente manifestada en él —así como en los maestros de todas las épocas que han alcanzado la realización divina— y que se encuentra latente dentro de cada alma.

El propósito de las majestuosas palabras de Jesús en estos pasajes era dar a conocer una alentadora promesa divina de redención para toda la humanidad. Siglos de interpretaciones equivocadas han instigado, en cambio, guerras de odio intolerante, crueles inquisiciones y juicios condenatorios causantes de divisiones.

Pensar que el Señor condena a los no creyentes como pecadores es una incongruencia. Dado que quien mora en todos los seres es el Señor mismo, la condenación sería algo totalmente contraproducente. Dios jamás castiga al hombre por no creer en Él; es el hombre quien se castiga a sí mismo. Ignorar la Inteligencia que se halla omnipresente en la creación entera es negar a la conciencia su vínculo con la Fuente de la sabiduría y el amor divinos que ponen en movimiento el proceso de ascensión en el Espíritu.



Dogma y política: cómo se perdió el verdadero significado de "Hijo unigénito"

Al igual que con «la Palabra», el «Hijo unigénito» pasó a significar únicamente la persona de Jesús a través de un proceso gradual de evolución de la doctrina producido por una serie de complejas influencias teológicas y políticas. Para conocer al detalle la historia de dicho proceso, véase, por ejemplo, el libro de Richard E. Rubenstein “When Jesus Became God: TheStruggle to Define Christianity During the Last Days of Rome” (Cuando Jesús se convirtió en Dios: La lucha para definir el cristianismo en los últimos días de Roma).

Los escritos de muchos gnósticos cristianos de los dos primeros siglos d. C., Basílides, Teodoto, Valentín y Tolomeo entre otros, expresan, de modo similar, que el «Hijo unigénito» se conceptuaba como el principio cósmico de la creación —el divino Nous (en griego, «inteligencia», «mente» o «pensamiento»)— y no como la persona de Jesús.

Uno de los Padres de la Iglesia, el célebre Clemente de Alejandría, cita, de los escritos de Teodoto, que «el Hijo unigénito es el Nous» (Excerpta ex Theodoto 6.3). En el libro “Gnosis: A Selection of Gnostic Texts” (Gnosis: Una selección de textos gnósticos), el estudioso alemán Werner Foerster cita estas palabras atribuidas a Ireneo: «Basílides presenta al Nous como el primero en nacer del Padre sin origen».

Valentín, un maestro sumamente respetado por la congregación cristiana de Roma alrededor del año 140 d. de C., sostenía, según Foerster, una postura similar y consideraba que «en la Introducción del Evangelio de Juan, el "Unigénito" reemplaza al Nous».

En el Concilio de Nicea (325 d, C.), sin embargo, y en el posterior Concilio de Constantinopla (381 d. C.), la Iglesia proclamó como doctrina oficial que Jesús mismo era, en las palabras del Credo de Nicea, «el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, homoousios ("de la misma naturaleza") del Padre».

Después del Concilio de Constantinopla, según escribe Timothy D. Barnes en Athanasius and Constantius: Theology and Politics in theConstantinianEmpire (Atanasio y Constancio: Teología y política en el Imperio Bizantinol), «el emperador convirtió las decisiones [del Concilio] en ley y sometió a inhabilitación legal a los cristianos que no aceptaran el credo de Nicea y su consigna homoousios. Como se reconoce desde hace ya largo tiempo, estos sucesos marcaron la transición de una época particular a otra en la historia de la Iglesia cristiana y del Imperio Romano».

Desde ese momento en adelante —explica Richard Rubenstein en su libro—, la enseñanza oficial de la Iglesia promulgó que no aceptar a Jesús como Dios era rechazar a Dios mismo. A lo largo de los siglos, esta postura tuvo inmensas —y, a menudo, trágicas— repercusiones en la relación entre cristianos y judíos (y, posteriormente, entre cristianos y musulmanes, ya que éstos consideraban a Jesús como un profeta divino, pero no como parte de la Divinidad), así como también para los pueblos no cristianos de las tierras conquistadas y colonizadas más tarde por las naciones europeas.


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Las verdades que Jesús enseñó iban mucho más allá de la creencia ciega. La creencia es precursora de la convicción: es preciso creer en la posibilidad de algo para investigarlo imparcialmente. Pero si nos damos por satisfechos tan sólo con las creencias, éstas se convierten en dogma —estrechez mental—, lo cual obstaculiza la búsqueda de la verdad y el progreso espiritual. Hay que cultivar en la tierra de la creencia los frutos de la experiencia directa de Dios y del contacto con Él. Es este conocimiento incontrovertible —y no la mera creencia— lo que brinda la salvación.

Si alguien me dijese: «Creo en Dios», yo le preguntaría: «¿Por qué crees en Él? ¿Cómo sabes que hay un Dios?». Si su respuesta estuviese basada en suposiciones o en la opinión de otras personas, le diría que no cree realmente. Para defender una convicción, es necesario tener pruebas que la avalen; de lo contrario, se tratará simplemente de un dogma y será presa fácil del escepticismo.

Si yo señalara un piano y afirmase que se trata de un elefante, la razón de una persona inteligente se rebelaría ante lo absurdo de dicha aseveración. Del mismo modo, si se propagan dogmas acerca de Dios carentes de la validación que aporta la experiencia o la realización, tarde o temprano, cuando se los someta a prueba mediante una experiencia contraria, el raciocinio formulará conjeturas acerca de la veracidad de tales ideas. A medida que los ardientes rayos del sol de la investigación analítica se vuelvan cada vez más abrasadores, las frágiles creencias sin fundamento se debilitarán y marchitarán, dejando en su lugar un páramo de dudas, agnosticismo o ateísmo.

La meditación científica, que trasciende la mera filosofía, sintoniza la conciencia con la poderosa verdad suprema; el devoto avanza, a cada paso, hacia la auténtica percepción de la verdad y evita el errático vagar. Una vida espiritual genuina se construye a través de la perseverancia en los esfuerzos por verificar las creencias y someterlas a la prueba de la experiencia merced a la realización intuitiva que se logra con los métodos yóguicos.

« Y la condenación está en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. »
(Juan 3:19-21)


De la omnipresente luz de Dios, imbuida de la Inteligencia Crística universal, emanan silenciosamente la sabiduría y el amor divinos para conducir a todos los seres de regreso a la Conciencia Infinita. El alma, al ser una versión micro-cósmica del Espíritu, es una luz que está siempre presente en el hombre para guiarle a través del entendimiento y de la voz intuitiva de la conciencia. Sin embargo, muy a menudo el ser humano trata erróneamente de justificar los hábitos y caprichos enraizados en sus deseos y hace caso omiso de dicha guía.

El origen del pecado y del consiguiente sufrimiento físico, mental y espiritual reside, por lo tanto, en el hecho de que la inteligencia y el discernimiento divinos que posee el alma se reprimen debido al mal uso que hace el hombre del libre albedrío otorgado por Dios. Aun cuando la gente que carece de entendimiento atribuye a Dios sus propias tendencias vengativas, la «condenación» acerca de la cual hablaba Jesús no constituye un castigo impuesto por un Creador tiránico, sino que se trata de los resultados que el hombre atrae sobre sí mismo por sus propias acciones, de acuerdo con la ley de causa y efecto (karma).

Sucumbiendo a los deseos que mantienen su conciencia absorta y recluida en el mundo material —las «tinieblas» o porción densa de la creación cósmica donde la luminosa Presencia Divina se halla intensamente velada por las sombras de la ilusión de maya—, las almas ignorantes, identificadas en su condición humana con el ego mortal, se abandonan de manera reiterada a sus modos equivocados de vivir, los cuales quedan entonces grabados con fuerza en su mente como malos hábitos de comportamiento.

Ejercitando una y otra vez la fuerza de voluntad para meditar de forma profunda y regular, se puede obtener el contacto con la supremamente satisfactoria Bienaventuranza de Dios y traer de nuevo a la conciencia ese gozo en todo momento y lugar.




El ojo "único" u ojo espiritual

« La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es único, todo tu cuerpo estará si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá! »
(Mateo 6:22-23)

La luz que revela a Dios dentro del cuerpo es el ojo único ubicado en el entrecejo, que puede verse durante la meditación profunda y constituye la puerta de acceso a la presencia de Dios. Cuando el devoto es capaz de percibir a través del ojo espiritual, ve su cuerpo entero, así como su cuerpo cósmico, colmado de la luz de Dios que emana de la vibración cósmica.

Cuando la mirada y la mente del ser humano se alejan de Dios, concentrándose en motivaciones negativas y acciones materialistas, su vida se llena de la oscuridad de la ignorancia causada por la engañosa ilusión, la indiferencia espiritual y los hábitos causantes de sufrimiento. La sabiduría y la luz cósmica interiores permanecen ocultas. ¡«Qué oscuridad habrá» en el hombre materialista que poco o nada conoce de la divina realidad y acepta, con alegría o resentimiento, cualquier ofrenda que la ilusión ponga en su camino! Vivir en tan malsana ignorancia no constituye una vida propia de la conciencia del alma encarnada.

El hombre que ha elevado su nivel espiritual —cuyo cuerpo y mente se encuentran iluminados interiormente por la luz y la sabiduría astrales, y en quien las sombras de la oscuridad física y mental se han disipado, siéndole posible contemplar el cosmos entero colmado de la luz, la sabiduría y el gozo de Dios—, aquel en quien la luz de la realización del Ser se halla plenamente manifestada, experimenta un gozo indescriptible y recibe la incesante guía de la sabiduría divina.








PARTE 3: EL YOGA DEL AMOR DIVINO QUE ENSEÑÓ JESÚS


Las Bienaventuranzas

« Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos". »
(Mateo 5:2-3)

Los poéticos versículos de Jesús que comienzan con la palabra «Bienaventurados...» son conocidos como las Bienaventuranzas o Beatitudes. «Beatificar» es hacer supremamente feliz a alguien. La beatitud o bienaventuranza significa la bendición —la dicha— del Cielo. Jesús deja aquí asentada, con fuerza y simplicidad, una doctrina de principios morales y espirituales cuyo eco sigue resonando sin decrecer a lo largo de los siglos. Por medio de estos principios, la vida del hombre queda bendecida, colmada de bienaventuranza celestial.

Ser «pobre de espíritu» significa que uno ha despojado su propio ser interno, su espíritu, del deseo y apego por los objetos materiales, las posesiones terrenales y el amor humano egoísta. Mediante la purificación inherente a esta renuncia interior, el alma se percata de que siempre ha poseído todas las riquezas del Reino Eterno de la Sabiduría y la Bienaventuranza, y desde ese momento reside en dicho Reino, comulgando sin cesar con Dios y sus santos.

Jesús elogió de esta manera a las almas que son pobres de espíritu, completamente libres del apego a la fortuna y a las metas mundanas personales por haber preferido la búsqueda de Dios y el servicio a los demás.

Cuando el espíritu del hombre renuncia mentalmente al deseo por los objetos de este mundo, porque sabe que son ilusorios, perecederos, engañosos e impropios del alma, comienza a hallar el gozo verdadero en la adquisición de esas cualidades espirituales que le satisfacen de forma permanente. Al llevar con humildad una vida de simplicidad externa y de renunciación interior, saturada del gozo y la sabiduría celestiales del alma, el devoto finalmente hereda el reino perdido de la bienaventuranza inmortal.

« Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. »
(Mateo 5:5)

El sufrimiento de las personas comunes se origina en la pena por las esperanzas mundanas incumplidas, o por la pérdida del amor humano o de las posesiones materiales. Jesús no estaba alabando tal estado negativo de la mente, que eclipsa la felicidad psicológica y es en extremo nocivo para retener el gozo espiritual que se ha obtenido mediante arduos esfuerzos en la meditación.

Él se refería a la divina melancolía que surge cuando uno toma conciencia de hallarse separado de Dios, lo cual crea en el alma un insaciable anhelo de reunirse con el Bienamado Eterno. Aquellos que en verdad claman por Dios, que lloran en todo momento por Él con fervor siempre creciente en la meditación, hallarán consuelo en la revelación de la Bienaventuranza y Sabiduría que Dios les envía.

Aquellos cuyos lamentos espirituales pueden ser aplacados por medio de satisfacciones de naturaleza material volverán a sufrir cuando les sean arrebatados —ya sea por las exigencias de la vida o por la muerte— esos frágiles motivos de seguridad. En cambio, quienes claman por la Verdad y por Dios, rehusando ser acallados con una oferta menor, recibirán consuelo por siempre en los brazos de la Gozosa Divinidad.

Los placeres sensoriales pertenecen al cuerpo y a la mente inferior; no le proporcionan al hombre alimento para la esencia más profunda de su ser. El hambre espiritual que sufren quienes subsisten a base de aquello que los sentidos ofrecen se alivia sólo mediante la rectitud, es decir, los atributos, actitudes y acciones apropiados para el alma: la virtud, el comportamiento espiritual, la bienaventuranza, la inmortalidad:

La rectitud consiste en actuar con acierto en los aspectos físico, mental y espiritual de la vida. Aquellos que sienten una intensa sed y hambre de cumplir con los deberes supremos de la vida se hacen acreedores de la siempre renovada bienaventuranza de Dios:

« Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. »
(Mateo 5:6)

« Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. »
(Mateo 5:7).

Únicamente el sabio puede ser en verdad misericordioso, porque con divina visión interior es capaz de percibir incluso a los malhechores como almas —como hijos de Dios que, al extraviarse, merecen comprensión, perdón, ayuda y guía—. La misericordia implica la aptitud para ayudar.

Aquellos que son moralmente débiles pero están deseosos de ser buenos, los pecadores (es decir, quienes yerran en detrimento de su propia felicidad por hacer caso omiso de las leyes divinas), los que se hallan en un estado de decrepitud física, los que padecen trastornos mentales y los ignorantes espirituales, todos ellos necesitan la ayuda misericordiosa de las almas que, gracias a su desarrollo interior, se hallan capacitadas para prestarles asistencia y comprensión.

« Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. »
(Mateo 5:8)

La experiencia religiosa suprema es la percepción directa de Dios, para alcanzar la cual es indispensable purificar el corazón. En este sentido, todas las escrituras concuerdan. El Bhagavad Guita —la escritura inmortal de la India que trata sobre el yoga, la ciencia de la religión y la unión con Dios— se refiere al estado de bienaventuranza y divina percepción propio de quien ha conseguido esa purificación interior:

« El yogui que ha logrado aquietar la mente y controlar las pasiones por completo, liberándolas de toda impureza, y que es uno con el Espíritu, en verdad ha alcanzado la bienaventuranza suprema.

Con el alma unida al Espíritu mediante el yoga, percibiendo con igualdad todas las cosas, el yogui contempla su verdadero Ser (unido al Espíritu) en todas las criaturas, y a todas las criaturas en el Espíritu.

Aquel que me ve en todas partes y contempla todo en Mí, nunca me pierde de vista, y Yo jamás le pierdo de vista a él. »
(Bhagavad Gita VI:27, 29-30)


Desde tiempos inmemoriales, los rishis de la India han escudriñado el corazón mismo de la verdad y han descrito con detalle su utilidad práctica para el hombre.

Mi venerado gurú, Swami Sri Yukteswar, escribió con toda profundidad acerca de cómo la evolución espiritual del hombre consiste en la purificación del corazón. A partir de un estado inicial en el que la conciencia se halla completamente bajo el engaño de maya («el corazón oscuro»), el hombre evoluciona a través de los estados sucesivos del corazón motivado, el corazón constante y el corazón consagrado hasta llegar al corazón puro, en el cual —escribe Sri Yukteswar— «es capaz de comprender la Luz Espiritual, Brahman [el Espíritu] o la Sustancia Real del universo».

Esta Bienaventuranza explica la necesidad de restituir la perdida claridad de la visión divina. El estado de bienaventuranza conocido por quienes son del todo puros de corazón no es otro que aquel al que se refiere el Evangelio de San Juan:

« Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios. »

A cada devoto que recibe y refleja la omnipresente Luz Divina, o Conciencia Crística, a través de la purificada transparencia del corazón y de la mente, Dios le concede el poder de reclamar, al igual que hizo Jesús, la bienaventuranza de su filiación divina.

En todas las grandes almas —que vienen a la tierra para mostrar a la humanidad el camino hacia la eterna beatitud o conciencia de felicidad suprema— se pueden encontrar los rasgos divinos ensalzados por Jesús como camino hacia la bienaventuranza.

En el Bhagavad Gita, Sri Krishna enumera en detalle las cualidades imprescindibles del alma que son distintivas del hombre de Dios:

« (Las características del sabio son:) la humildad, la falta de hipocresía, la no violencia, la misericordia, la rectitud, el servicio al gurú, la pureza de mente y cuerpo, la tenacidad, el dominio de sí mismo.

La indiferencia a los objetos de los sentidos, la ausencia de egoísmo, la comprensión del dolor y de los males (inherentes a la vida mortal): nacimiento, enfermedad, vejez y muerte.

El desapego, la no identificación de su verdadero ser con los hijos, el cónyuge o el hogar; la constante ecuanimidad ante las circunstancias deseables e indeseables;

La inquebrantable devoción hacia Mí mediante la práctica del yoga que trasciende toda separación, la inclinación a frecuentar parajes solitarios y a evitar la compañía de personas mundanas.

La perseverancia en conocer el alma; y la percepción meditativa del objeto de todo conocimiento —su esencia verdadera o significado oculto—. Todas estas cualidades forman parte de la sabiduría, y las opuestas no son más que ignorancia. »
(Bhagavad Gita XIII:7-11)


Al cultivar las virtudes antes mencionadas, el ser humano puede vivir —incluso en este mundo materialista— en la bienaventurada conciencia del alma, como un verdadero hijo de Dios. De este modo, su vida, al igual que la de muchos otros con los que se cruza en su camino, se vuelve radiante con la luz, el gozo y el amor infinitos del Padre Eterno.




El amor divino: la meta suprema de la religión y de la vida

« Acercose uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?". Jesús le contestó: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos". »
(Marcos 12:28-31)


EI propósito entero de la religión —de la vida misma, en realidad— se encuentra resumido en los dos mandamientos supremos citados por el Señor Jesús en estos versículos. En ellos está la esencia de la verdad eterna que distingue todos los senderos espirituales auténticos.

Ésta constituye la principal de todas las leyes cósmicas decretadas por el Espíritu para elevar y liberar el alma —afirmaba Jesús—, porque es a través de los portales del amor del ser humano como Dios establece su unidad con él, y esta unión libera al hombre del cautiverio de la ilusión.

Aun cuando es preciso amar a Dios para poder conocerle, también es cierto que debemos conocer a Dios para poder amarle. Nadie puede amar algo acerca de lo cual no sabe nada; nadie puede amar a una persona que le es por completo desconocida.

Sin embargo, quienes meditan con profundidad «conocen», porque hallan la prueba de la existencia de Dios en el siempre renovado Gozo que se siente en la meditación, o en el Sonido Cósmico de Om (Amén) que se oye en el silencio profundo, o en el Amor Cósmico que se experimenta al enfocar la devoción en el corazón, o en la Sabiduría Cósmica que alborea como iluminación interior, o en la Luz Cósmica que evoca visiones del Infinito, o en la Vida Cósmica que se percibe durante la meditación cuando la pequeña vida se funde con la gran Vida presente en todo.

El devoto que, aunque sea una vez, haya percibido a Dios en la meditación como alguna de sus manifestaciones tangibles no puede evitar amarle cuando de este modo capta sus arrobadoras cualidades. La mayoría de las personas nunca aman en realidad a Dios porque saben muy poco acerca de lo cautivante que es el Señor cuando visita el corazón del devoto que medita. Este contacto genuino con la presencia trascendental de Dios es posible para aquellos devotos resueltos que son constantes en la meditación y perseveran en la oración sincera que brota del alma.

El practicante religioso medio racionaliza el cumplimiento de sus obligaciones espirituales mediante rituales mecánicos u oraciones que pronuncia mientras sus pensamientos están en otra parte, o bien con erráticos vagabundeos por la jungla de la teología y del dogma. Quizá procure sentir amor y devoción a Dios en su corazón y enfocar su mente en Él, tanto como le sea posible, durante los períodos de oración; tal vez intente amar a Dios «con todas sus fuerzas», cantando o danzando.

En lo que respecta a amar a Dios con toda el alma, se siente desconcertado, ya que ni siquiera sabe qué es el alma. El único momento en que percibe algo acerca del alma (y en ese caso, sólo de modo inconsciente) es durante el sueño profundo sin ensueños. En ese estado, la «fuerza» o energía vital se desconecta de los cinco sentidos y se retira hacia el interior; la conciencia de sí mismo como entidad física desaparece. Por la noche, los seres humanos tienen una vislumbre de su verdadero Ser, el alma; cada mañana, al despertar, la mayoría de las personas adopta, una vez más, su errónea identificación como hombre o mujer mortal.

Los intentos de aplicar las enseñanzas de Jesús en forma externa proporcionan por lo general sólo una satisfacción exterior mínima y no la experiencia divina. Existe, sin embargo, un significado interno de la exhortación a amar a Dios con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas. Jesús empleó estos sencillos términos bíblicos, pero dio a entender que en ellos se incluye toda la ciencia del yoga, el camino trascendental para alcanzar la unión divina a través de la meditación.

En la India, donde el conocimiento espiritual se había desarrollado durante miles de años antes de la época de Jesús, los sabios que conocían a Dios plasmaron estos conceptos en una filosofía espiritual de amplio alcance con el propósito de guiar a los devotos de manera sistemática en el sendero hacia la liberación. Cuando una persona hace el esfuerzo de conocer a Dios en el estado meditativo, empleando la sinceridad del corazón y sus más profundos sentimientos, y la intuición del alma, y todos los poderes de concentración de la mente, y toda la energía vital interiorizada (todas sus fuerzas), con seguridad alcanzará el éxito.

«Amar a Dios con todo su corazón» se conoce en la India como Bhakti Yoga —la unión con Dios por medio del amor y la devoción incondicionales—. El bhakta llega a comprender que lo que hay en el corazón de una persona es lo que determina en qué se concentra: en aquello que ama. Así como el corazón del amante está junto al ser amado y el del ebrio junto a la bebida, así también el corazón del devoto se halla de continuo absorto en el amor por su Bienamado Divino.

«Amar a Dios con toda tu mente» significa amarle con toda la concentración enfocada en Él. La India se ha especializado en la ciencia de concentrar por completo la mente mediante la práctica de técnicas precisas, de modo que, durante sus prácticas, el devoto pueda mantener toda la atención en Dios.

«Amar a Dios con toda tu alma» significa entrar en el estado de éxtasis supra-consciente: la percepción directa del alma y de su unidad con Dios. Amar a Dios con toda el alma exige la absoluta quietud que se alcanza en el recogimiento trascendente. No es posible lograrlo cuando se reza en voz alta, se mueven las manos de un lado a otro, se canta o se lleva a cabo cualquier otra acción corporal que active el sistema sensorio-muscular.

Así como durante el sueño profundo el cuerpo y los sentidos permanecen inertes, así también este recogimiento interior caracteriza el éxtasis supra-consciente, con la diferencia de que el éxtasis es mucho más profundo que el sueño. Lo que se siente al dormir multiplicado por diez millones de veces no alcanza a describir el gozo del éxtasis. Se trata de un estado en el que podemos conocer nuestro verdadero Ser, el alma, y adorar sin reservas, con ese auténtico Ser, a Aquel que es el Amor mismo.

El cumplimiento del mandato divino de amar a Dios con todo nuestro corazón, mente y alma se hace posible por medio de la ciencia que le permite al devoto «amar a Dios con todas sus fuerzas». El yoga enseña dicha ciencia.

El dominio de la energía vital que le permite al devoto amar a Dios con todas sus fuerzas se inicia con la postura (asana, el entrenamiento del cuerpo para mantener, con facilidad y sin inquietud, la postura correcta que posibilita permanecer inmóvil al meditar) y con ejercicios respiratorios para controlar la fuerza vital (pranayama, las técnicas para aquietar la respiración y el corazón).

Mediante tales prácticas, se serena el corazón, la energía se desconecta de manera efectiva de los sentidos, y se calma el aliento inquieto que mantiene al hombre atado a la conciencia corporal. El yogui es capaz de enfocar su mente en Dios sin que le perturbe la intrusiva atracción del cuerpo. La mente, desconectada de las sensaciones, se retira de modo trascendental hacia el interior (pratyahara).

El devoto puede entonces utilizar la mente así liberada para experimentar la unión amorosa con Dios. Cuando al devoto le es posible amar a Dios con la mente concentrada en el interior de su ser, comienza a sentir en su corazón ese amor por Dios que, de manera exquisita, impregna con la divina presencia cada matiz de sus sentimientos.

El corazón así colmado de Dios percibe entonces al Bienamado Señor en lo más recóndito del alma, donde su pequeño amor se conecta y se funde con el Gran Amor. El sentimiento de Dios dentro del alma se expande hasta convertirse en percepción de Dios en la vastedad de su omnipresencia (el samyama del yoga: dharana, dhyana y samadhi).

El Primer Mandamiento lleva al devoto a la observancia del segundo gran precepto espiritual, «semejante a éste». Mientras uno se esfuerza por sentir a Dios en su interior, tiene además el deber de compartir con su prójimo la experiencia de Dios:

« Amarás a tu prójimo (a todas las razas y a todas las criaturas de todo lugar con las que entres en contacto) como a ti mismo (como amas a tu propia alma), porque ves a Dios en todos. »

El prójimo de un hombre es la manifestación de su Ser superior, o sea, Dios. El alma es un reflejo del Espíritu; un reflejo que se halla presente en cada ser y en toda la vida vibratoria del decorado animado e inanimado del cosmos. Amar a nuestros padres, parientes, conocidos y conciudadanos, a todas las razas del mundo, a todas las criaturas, flores y estrellas, que viven en la «vecindad» o al alcance de la propia conciencia, es amar a Dios en sus multifacéticas manifestaciones.

Incluso los santos que aman a Dios en el éxtasis trascendental de la meditación hallan sólo la completa redención cuando han compartido su logro divino al amar a Dios bajo la forma en que Él se manifiesta en todas las almas al alcance omnipresente de su alma.

La mayoría de la gente vive dentro de las estrechas paredes del egoísmo, sin sentir jamás el palpitar de la vida universal de Dios. Quienquiera que desconozca que su vida proviene de la vida eterna, que lleve una existencia puramente materialista y que muera y se reencarne sin recordar sus pasados nacimientos, en verdad no ha vivido.

Su conciencia mortal anduvo errante atravesando ilusorias experiencias oníricas, pero su verdadero Ser, el alma, jamás despertó para expresar su divina naturaleza e inmortalidad. En contraste, aquellos devotos que, por medio de la meditación, perciben que es la vida eterna la que sostiene su vida mortal viven para siempre, sin perder jamás su existencia consciente en el momento de morir, ni de una encarnación a otra, ni en la eternidad de la libertad del alma en Dios.

La armonía y la fraternidad llegarán a la tierra a través sólo de la comunión con Dios. Cuando percibimos realmente la Presencia Divina en nuestra propia alma, se despierta en nosotros el amor por el prójimo —judío y cristiano, musulmán e hindú— al tomar conciencia de que nuestro Ser verdadero y el Ser de todos los demás son, por igual, almas o reflejos del único e infinitamente adorable Dios.

Los planes políticos y sociales utópicos producirán escasos beneficios perdurables hasta que la humanidad aprenda la ciencia eterna por medio de la cual los seguidores de todas las religiones pueden conocer a Dios en la unidad de la comunión del alma con el Espíritu.




El reino de Dios que está dentro de vosotros

« Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: "El Reino de Dios no vendrá con observación, ni se dirá: 'Vedlo aquí o allá', Porque, mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros". »
(Lucas 17:20-21)

Jesús se dirige en estos términos al ser humano en su aspecto de eterno buscador de la felicidad perdurable y de la liberación de todo sufrimiento: «El reino de Dios —el reino de la eterna, inmutable, siempre renovada y gozosa Conciencia Cósmica— está dentro de ti. Contempla tu alma como un reflejo del Espíritu inmortal y descubrirás que tu Ser abarca el imperio infinito de amor divino, sabiduría divina y bienaventuranza divina que está presente en cada partícula de la creación vibratoria, así como en el Absoluto.

Podría afirmarse que las enseñanzas de Jesús acerca del reino de Dios —a veces en lenguaje directo y a veces en forma de parábolas plenas de significado metafísico— son el núcleo del mensaje completo que él impartió. El Evangelio deja constancia de que, en el comienzo mismo de su ministerio público, «marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva [del Reino] de Dios». Su exhortación a «buscar primero el Reino de Dios» constituye el tema central de su Sermón del Montaña.

El reino de Dios no podrá hallarse mediante la «observación» —la utilización de los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto sintonizados con la , sino por medio del recogimiento interior de la conciencia con materia— el fin de percibir la Divina Realidad «dentro de vosotros».

Mucha gente supone que el cielo es un lugar físico, un remoto punto del espacio situado por encima de la atmósfera o más allá de las estrellas. Otros interpretan las afirmaciones de Jesús acerca del advenimiento del reino de Dios como una referencia a la llegada de un Mesías que establecerá y gobernará un reino divino en la tierra. De hecho, el reino de Dios y el reino de los cielos consta, respectivamente, de las infinitudes trascendentales de la Conciencia Cósmica.

El reino de Dios aguarda ser descubierto por aquellas almas que, hallándose confinadas en el cuerpo, ahondan en la meditación para trascender la conciencia humana y alcanzar los estados sucesivamente más elevados de la supra-conciencia, la Conciencia Crística y la Conciencia Cósmica.

Quienes meditan con profundidad, concentrándose intensamente en el silencio interior (el estado en que los pensamientos se encuentran neutralizados), retiran su mente de los objetos materiales percibidos a través de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto —es decir, de toda sensación corporal e inquietud mental perturbadora—. En esa concentrada quietud interior, descubren un inefable sentimiento de paz. La paz es la primera vislumbre del reino interior de Dios.

Existe una bella concordancia entre las enseñanzas de Jesucristo relativas a entrar en el «Reino de Dios que está dentro de vosotros» y las enseñanzas del yoga expuestas en el Bhagavad Gita por el Señor Krishna acerca de devolverle al Rey Alma —el reflejo de Dios en el ser humano— su justa potestad sobre el reino corporal y su plena realización de los celestiales estados de conciencia espiritual.

Una vez que el hombre se ha establecido en ese reino interior de conciencia divina, la ya despierta percepción intuitiva del alma rasga los velos de la materia, de la energía vital y de la conciencia, dejando al descubierto la esencia de Dios que se encuentra presente en el corazón de todas las cosas.

« Él reside en el mundo, y todo lo envuelve por doquier; sus manos y pies están Presentes en todas partes, al igual que sus ojos, oídos, bocas y cabezas; resplandece en todas las facultades sensorias y, sin embargo, trasciende los sentidos; permanece desapegado de la creación y, no obstante, es el Fundamento de todo; está libre de todas las gunas (modalidades de la naturaleza) y, sin embargo, disfruta de todas ellas.

Está dentro y fuera de todo cuanto existe —animado e inanimado—, es cercano y a la vez lejano; es imperceptible por ser tan sutil.

ÉI, el Indivisible, se manifiesta en forma de incontables seres; Él los conserva y los destruye, y de nuevo los crea.

La Luz de todas las Luces, que trasciende la oscuridad, el Conocimiento mismo, Aquello que ha de saberse y la Meta de toda sapiencia, Él mora en el corazón de todos. »
(Bhagavad Gita XIII:13-17)


El Raja Yoga, el camino regio de la unión con Dios, es la ciencia de la auténtica realización del reino de Dios que está dentro de cada ser. Gracias a la práctica de las sagradas técnicas yóguicas de recogimiento interior recibidas de un verdadero gurú durante la iniciación, es posible hallar dicho reino mediante el despertar de los centros astrales y causales de fuerza vital y conciencia que se encuentran en la espina dorsal y el cerebro, y que son las puertas de acceso a las regiones celestiales de conciencia trascendente.

Pataniali, el más destacado de los antiguos exponentes del Raja Yoga en la India, formuló los ocho pasos que han de seguirse para ascender al reino de Dios que se encuentra dentro del propio ser.

1. Yama, la conducta moral: evitar el daño a los demás y la falsedad y el hurto y la inmoderación y la codicia.
2. Niyama: la pureza de cuerpo y mente, el contentamiento en toda circunstancia, la introspección (contemplación) y la devoción a Dios. Estos dos primeros pasos conducen al autocontrol y a la calma mental.
3. Asana: la disciplina del cuerpo, de modo que pueda adoptar y mantener la postura correcta para la meditación sin fatiga ni inquietud física o mental.
4. Pranayama: la práctica de técnicas de control de la fuerza vital que calman el corazón y el aliento y eliminan de la mente las distracciones sensoriales.
5. Pratyahara: el poder de recoger la mente en el interior y aquietarla por completo, lo cual es resultado de retirar la mente de los sentidos.
6. Dharana: el poder de utilizar la mente interiorizada para concentrarse totalmente en Dios en alguno de los aspectos a través de los cuales Él se revela ante la percepción interna del devoto.
7. Dhyana: la meditación (cuya profundidad se ha acrecentado por la intensidad de la concentración, dharana) que permite concebir la vastedad de Dios y de sus atributos tal como se manifiestan en la expansión ilimitada de la Conciencia Cósmica.
8. Samadhi, la unión con Dios: la realización total de la unidad del alma con el Espíritu.


Al disiparse los pensamientos inquietos, la mente se convierte de inmediato en un sagrado templo de paz. Dios insinúa su presencia en el templo del silencio y luego en el templo de la paz. El devoto le conoce primero como la paz que fluye de aquel estado mental en que todos los pensamientos se han transformado en sentimiento intuitivo puro; con el amor de su corazón, conmueve al Señor y le siente como gozo; su amor puro persuade a Dios para que se manifieste en el altar de su percepción de la paz. A medida que avanza, el devoto es consciente de Dios no sólo en la meditación, sino que le mantiene en todo momento en el altar de paz de su corazón.

En el templo del samadhi —la unidad con esa paz que constituye la primera manifestación de Dios en la meditación—, el devoto descubre un estado de dicha eternamente renovada, un gozo que jamás se extingue. En medio de la actividad, permanece en un estado de recogimiento interno.




El “yoga” de los santos cristianos

Paramahansa Yogananda escribió lo siguiente:

« Creer en el Espíritu Santo es una cosa; pero hacer contacto real con el Espíritu Santo ¡es algo muy diferente! Siglos atrás, grandes santos como Francisco de Asís y Teresa de Ávila conocieron el arte de establecer contacto con el Espíritu Santo, la Conciencia Crística y la Conciencia Cósmica —la Unidad trina— al interiorizar con intensidad la devoción pura. »

En sus obras maestras Camino de perfección y El castillo interior, la célebre mística Santa Teresa de Ávila ofrece una descripción metódica, basada en su experiencia personal, de los estados interiores de comunión divina. En esencia, éstos se corresponden de manera exacta con los estados de conciencia progresivamente más elevados expuestos en la antiquísima ciencia universal del alma originaria de la India: el yoga.

El iluminado místico San Juan de la Cruz —contemporáneo y partidario de Teresa de Ávila— habla de sus propias experiencias de Dios como el Espíritu Santo, en las estrofas XIV y XV de su sublime Cántico espiritual. Al explicar el simbolismo utilizado, San Juan describe los «ríos sonorosos» como:

« Un sonido y voz espiritual que es sobre todo sonido y sobre toda voz, la cual voz priva toda otra voz, y su sonido excede todos los sonidos del mundo [...].

Esta voz, o este sonoroso sonido de ríos que aquí dice el alma, es un henchimiento tan abundante que la hinche de bienes y un poder tan poderoso que la posee, que no sólo le parecen sonidos de ríos, sino aun poderosísimos truenos. Pero esta voz es voz espiritual y no trae otros sonidos corporales, ni la pena y molestia de ellos, sino grandeza, fueren, poder y deleite de gloria, y así es como una voz y sonido inmenso interior que viste al alma de poder y fortaleza.

Esta espiritual voz y sonido se hizo en el espíritu de los apóstoles al tiempo que el Espíritu Santo con vehemente torrente (como se dice en los Actos de los apóstoles) descendió sobre ellos. »


En su libro La mística (Parte l, Capítulo IV), Evelyn Underhill escribió:

« Es uno de los muchos testimonios indirectos de la realidad objetiva de la mística que las etapas de este camino, la psicología del ascenso espiritual, tal como nos lo describen las diferentes escuelas de contemplativos, siempre presentan prácticamente la misma secuencia de estados. La "escuela de santos" nunca ha considerado necesario poner al día su currículo.

EI psicólogo tiene escasa dificultad, por ejemplo, para reconciliar los "Grados de Oración" que describe Santa Teresa —Recogimiento, Quietud, Unión, Éxtasis, Rapto, el "Dolor de Dios" y el Matrimonio Espiritual del alma— con las cuatro formas de contemplación que enumera Hugo de San Víctor, o con los "Siete Estadios" sufíes del ascenso del alma a Dios, que comienzan con la adoración y terminan en las nupcias espirituales. Aun cuando cada viajero puede elegir diferentes puntos de referencia, resulta claro de esta comparación que el camino es uno solo. »


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Es un pecado contra la naturaleza divina del alma pensar que no existe la posibilidad de ser feliz, y abandonar toda esperanza de hallar la paz. La felicidad se encuentra tan próxima a nosotros como nuestro propio Ser; no se trata siquiera de alcanzarla, sino sólo de levantar el velo de la ignorancia que envuelve al alma. La palabra misma «alcanzar» implica algo que uno desea pero que no posee, lo cual es un error metafísico. La dicha es el divino e irrevocable derecho de nacimiento de cada alma.

Rasga ese velo que se interpone entre tú y Dios, y experimentarás de inmediato el contacto con la suprema felicidad. El Espíritu es felicidad. El alma es el reflejo puro del Espíritu. El ser humano apegado al cuerpo no puede percibir esta verdad, porque su conciencia está distorsionada: el lago de su mente se agita sin cesar por la invasión de pensamientos y emociones. La meditación aquieta las olas del sentimiento (chitta), de modo que la imagen de Dios como alma gozosa puede reflejarse con claridad en su interior.

La mayoría de los principiantes en el sendero que conduce hacia el divino reino interior comprueban que al meditar son presa de la inquietud. Ésa es la guarida de Satanás. El devoto debe escapar por medio de la devoción y de la perseverancia en la práctica del yoga.

« Toda vez que la voluble e inquieta mente se extravíe —cualquiera que sea la razón— debe el yogui retirarla de las distracciones y volverla a poner bajo el exclusivo control del Ser. [ ...] Sin duda alguna, la mente es voluble y ardua de gobernar, pero a través de la práctica del yoga y el desapasionamiento, ¡oh Arjuna!, la mente puede controlarse, a pesar de todo. Ésta es mi promesa: aunque para el hombre indisciplinado la meta del yoga es difícil de alcanzar, aquel que se domine a sí mismo, esforzándose mediante los métodos apropiados, la logrará. »

Es preciso desarrollar el hábito de mantenerse interiormente en la calmada presencia de Dios, a fin de conservar ese estado mental de manera constante, noche y día. Es necesario hacer el esfuerzo, pero ese esfuerzo nos convierte en reyes, sentados en el trono del reino de la paz y del gozo.

Aquellos que son sabios jamás pasan por alto su diaria cita con Dios en la meditación. Establecer contacto con Él se convierte en la apasionada meta de su existencia. Todos los que perseveren con tal clase de sinceridad entrarán en el reino de Dios en esta vida. Quien mora en ese reino es libre por toda la eternidad.

« Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. »
(Mateo 7:7-8)












25 comentarios:

  1. oye cid encontre este blog que critica los orientalismos que supuestamente estan destruyendo la cultura europea(aculturización), esta interesante aunque el tipo es un poco rudo:
    https://esfuerzoyservicio.blogspot.com/2017/04/aculturacion-orientalismos-y-elites-del.html#comment-form

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    1. Los fanáticos del occidentalismo son individuos que no les interesa investigar con profundidad sino solo defender sus creencias.

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    2. Asia o oriente es mucho mas superior que el occidente a nivel evolutivo y espiritual de hecho por eso shambala se encuentra en asia

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    3. Lo superior está en la unión, y es el concepto que se supone rige o debería regir nuestro camino como esoteristas, gente.

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  2. 1.Porque es malo ver peliculas de terror que consecuencias desencadena?

    2.y ver series o videos peliculas de accion violencia las de comedia y romance tambien es malo?

    3. Y la pornografia seria igual?

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    1. 1. Esas escenas de asesinatos y de horror se van acumulando en tu subconsciente, y eso puede generar que en un futuro terminen por manifestarse en tu vida, ya sea en esta o en una siguiente reencarnación.

      2. Con la violencia sucede algo parecido.

      3. Y la pornografía es menos dañina, pero de preferencia es mejor evitarla.

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  3. Jesus practicaba yoga no sabia que jesus tuviera conocimientos ocultistas y esotericos el cristianismo catolico y protestante no habla de ello o tal vez si pero solo lo saben los circulos en las cupulas mas altas y lo mantienen en secreto y solo muestran doctrinas y enseñanzas de tipo filosófico que no se ven limitadas a un determinado grupo de miembros y que, por lo tanto, son susceptibles de ser divulgadas públicamente y sin secreto.

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  4. Que significado espiritual tiene que cuando a Jesús le abrieron el costado con una lanza salio de su herida agua y sangre?

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    1. cid porque jesus sufrio tanto fisicamente

      otra duda me resfrie me dio Mastoiditis en plena cuarentena de hecho conoces alguna tecnica que me alivie el sector salud inclusive el prrivado esta saturado y no atienden como es devido llevo 2 semanas de esa manera y es molesto

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    2. Me disculpo pero no sé ni por qué Jesús sufrió tanto físicamente, ni cómo aliviar la mastoiditis.

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    3. Si le pides al farmacéutico un antibiótico desinflamatorio para el oído seguro tienen algo de venta libre. Recuerda que también puedes fijarte en mayoclinic y webs médicas para saber más acerca del tratamiento, o buscar en páginas de medicina tradicional china si te convence más.

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    4. Angus Ethereal los chinos nos mandaron el virus!

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  5. Hola Cid espero estés bien. Tengo una pregunta y es seria. Puede una persona por medio de los sueños no se yo ver fragmentos de su vida pasada? Te lo pregunto porque yo medito mucho pero en los últimos meses he tenido sueños en donde estoy en diferentes lugares siendo un niño muchas veces adolecente y en algunos adulto pero siempre estoy hablando de esoterismo. En la parte donde soy un niño estoy como con una toga roja como monje en algunos estuve en un lugar donde yo estaba con unos amigos y hablaba con ellos y decía "esos cristianos son un fiasco, el esoterismo no dice nada de eso" y cosas así por el estilo. Gracias por la respuesta

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    1. A través de los sueños puedes recordar fragmentos de tus vidas pasadas, pero también pueden ser eventos producidos por tu imaginación, o incluso fragmentos de las vidas pasadas de otras personas. Y es difícil saber cuál de todas las opciones es.

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    3. Pastor hablo de los sueños y que incluso se puede ver como vivían los atlantes, pero de ahí a que uno vea las vidas pasadas de otros creo que habría que ser un buen clarividente, y la verdad que lo que sea imaginación lo dudo por la sencilla razón de que incluso veo mi mismo reflejo.

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    4. Si me puedes pasar la fuente de donde sacas tan descabellada conclusión te estaría agradecido porque no conozco ningún esoterista que hable al respecto de que uno puede ver las vidas pasadas de otros lo adeptos pueden verlo por eso le kuthumi le contó a Sinnet o Hume lo que fueron en sus vidas pasadas pero ya a través de los sueños no.

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    5. No me malinterpretes, pero, ¿seguro que está todo en orden? Pareces alterado.

      No sé si se pueda tener esos recuerdos a través de sueños, aunque no veo por qué no tampoco. Igualmente, conocer las vidas pasadas no tiene mucho sentido, y menos si en una de tus vidas pasadas te la pasaste criticando a los cristianos que son una de las tantas religiones del mundo que, aún con sus equivocaciones, siguen manteniendo viva la esencia de la sabiduría divina que se entregó al mundo a lo largo de la historia. Piensa que, si Dios y su luz están en una piedra, o incluso en medio de las catástrofes, cuánto más lo estará en una religión, o en casi cualquier actividad humana, por más desvirtuada que se encuentre. Intenta no pensar tanto en quién fuiste, pues uno no es producto que quien ha sido, sino de quien decide ser en el presente. El primer paso para la evolución divina es ejercer la individualidad, tal como lo dice también Pastor.

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    6. Cuando te conectas con los archivos akáshicos no necesariamente estás viendo acontecimientos pertenecientes a tus vidas anteriores sino que también puede tratarse de la vida de otros humanos.

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    7. Con respeto August no me tome ni la molestia de leer tu mensaje gracias CID.

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    8. Sordo ciego y mudo por voluntad propia. Solo a ti te faltas el respeto.

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    9. Amigo anónimo si estamos todos ciegos, sordos y mudos por eso estamos buscando la verdad.

      No me falto el respeto ni a mi mismo ni a los demás y es porque me siento con la suficiente libertad de leer o no leer algo y no por ello estoy haciendo algo malo. Eso son sólo prejuicios inútiles.

      Decidí no leer el comentario de August por la sencilla razón de que con lo que respondió Cid me acorde de algo que había olvidado eso es todo, algo más no me interesaba saber.

      Espero que estés bien de salud y que en estos momentos difíciles esten bien tu y tu familia.

      FIN.

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    10. Estamos muy bien, señor Fin, gracias por preocuparse!

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