¿QUÉ LE SUCEDE A LA GENTE QUE MUERE ANTES DE TIEMPO? (contestación de William Judge)

A esta pregunta, William Judge contestó lo siguiente:

« La Teosofía enseña que aquellos que mueren antes de lo que estaba previsto, o sea los que se suicidan, los que son victimas de una muerte accidental, y los que son asesinados (ya sea legal o ilegalmente).

Todos ellos no pueden ascender al Devachan hasta que llegue el momento en que hubiesen muerto de forma natural. Y el Astral que es donde ellos permanecen mientras termina su espera, tiene diferentes situaciones de la misma manera que lo tienen los seres vivos.

Los primeros enunciados de esta enseñanza explicaron la existencia que hay después de la muerte de manera general, pero posteriormente han aparecido detalles sobre puntos específicos como es el caso de quienes mueren antes de lo previsto.

Sin embargo hay que tener en consideración que no todos los suicidas son iguales, y ciertamente una persona completamente loca que se da la muerte a sí misma, no genera las mismas consecuencias que otra que estando cuerda pero llena de cobardía, se suicida. Ni tampoco esta última es igual a aquel individuo que siguiendo una doctrina disparatada, se quita la vida.

Todas estas personas aunque cometen el mismo acto, difieren en sus motivos y por consiguiente en la manera como lo experimentan las unas de las otras. Y de ahí que su situación después de morir varíe.

Y lo mismo se puede decir con las personas que mueren por accidente o son asesinadas.

Pero usualmente en esos casos de muerte adelantada, la persona permanece despierta en el Astral, y puede, y seguido entra en contacto con los vivos, ya sea que estos sean o no médiums.

Y ese es justamente un gran peligro para la gente sensitiva, porque la desesperación, la angustia o la maldad de esas personas que murieron antes de tiempo y que vagan en el Astral, va a contagiar a los que permanecen vivos en el plano físico.

Y en esos casos, los más terribles son los criminales que son condenados a la pena de muerte, porque después de que son asesinados, estos individuos se encuentran en el Astral, llenos de odio, furia, y con deseos de venganza.

Su triada superior se encuentra en un estado de entumecimiento aletargado, mientras que su fiera y sulfurienta personalidad que ha sido forzada súbitamente a salir fuera de la vida física, acecha entre los hombres que permanecen en el mundo vivo, buscando vengarse o satisfacer sus bajos instintos por medio de quien se deje manipular.

Y es así como estos criminales desencarnados buscan todo el tiempo inyectar su masa de pensamientos viles e implacables en las personas sensitivas que sean fácilmente influenciables. Y es así como ellos crean imágenes, una tras otra de asesinato y de odio, en las mentes de esas personas fácilmente impresionables.

Los médiums no son los únicos afectados por estos monstruos desalmados; ya que por lo general los médiums están más frecuentemente asociados con los cascarones (los elementarios), mientras que los criminales tienen claras atracciones por otro tipo de personas.

Y después de haberles dicho esto,

¡Ahora comprenden por qué los teósofos deploramos la mala costumbre de ejecutar a los criminales!

Porque sabemos que la ejecución de esos individuos conduce casi siempre a muchos otros asesinatos y suicidios, provocados por esos tipos desde el mundo astral.

Y como las personalidades de quienes se suicidan y de los criminales que son ejecutados, se encuentran en una relación más próxima con los que permanecen en el mundo físico, que cualquier otra clase de “fantasmas”, es lógico que también ellos sean los más probables a venir primero en las sesiones espiritistas, con todas las consecuencias negativas que eso implica.

Y todos aquellos que respeten las sugerencias que hizo Madame Blavatsky, estarán interesados en saber que lo que les acabo de mencionar era también su propio punto de vista, el cual frecuentemente ella me lo comentó y el cual fue posteriormente rectificado por los Maestros quienes pueden ver los hechos que suceden detrás del velo que oculta la materia. »

(Ecos del Oriente II, p.303)